Revista mexicana de bachillerato a distancia

Artículo por invitación

Pablo González Casanova: un compromiso con el acceso universal a la educación

Dolores González Casanova

A commitment to universal access to education

Resumen

Con base en vivencias acumuladas a lo largo de toda una vida, este artículo presenta una breve perspectiva sobre la ideología y los logros del Dr. Pablo González Casanova (1922-2023), quien estableció el Sistema Universidad Abierta en la Universidad Nacional Autónoma de México durante su rectorado en 1972. La narrativa entrelaza los aspectos académicos, sociales y humanos, brindando al lector una visión integral de un universitario con un amplio y sólido legado educativo.

Palabras clave: Pablo González Casanova; Colegio de Ciencias y Humanidades; Universidad Abierta; Colección Lunes.

Abstract

Based on experiences accumulated throughout an entire lifetime, this article presents a brief perspective on the ideology and achievements of Dr. Pablo González Casanova (1922-2023), who established the Open University System at Universidad Nacional Autónoma de México during his tenure as president in 1972. The narrative intertwines academic, social, and human aspects, providing the reader with a comprehensive view of an academic figure with a broad and robust educational legacy.

Keywords: Pablo González Casanova; Colegio de Ciencias y Humanidades; open university; Colección Lunes.

Qué difícil hablar de otra persona. Más todavía cuando se trata de alguien tan cercano y, quizá por eso mismo, lejano. Una persona conocida y querida en otros ámbitos fuera del familiar.

Mi tío Pablo tuvo muchas facetas, como supongo tienen la mayoría de las personas. Mi trato con él a lo largo de los años tampoco fue siempre el mismo. Mi afecto y mi admiración, sin embargo, estuvieron siempre presentes. Y mis recuerdos abarcan varias décadas.

Hoy quisiera hablar de una característica suya que lo acompañó prácticamente toda su vida: el interés por la educación y el reconocimiento de su importancia. Educación en el amplio sentido de la palabra, que incluye el conocimiento de la cultura, de las culturas. Su preocupación por ayudar, en la medida de sus posibilidades, a que un mayor número de personas, niñas, niños y jóvenes, principalmente, tuvieran acceso al conocimiento.

Pablo Antonio, nombrado como su padre, como su abuelo, como su bisabuelo, empezó su compromiso con la educación, siendo aún muy joven. Su padre no era un hacendado, como se ha dicho en otras partes, sino un profesor universitario, y su madre, hija de músicos, huérfana muy niña, casada muy joven, enviudó a los 32 años, heredera de un trabajo y del deber de seguir educando a sus hijos y mantener a la familia. Pablo padre había nacido, es cierto, en una hacienda de Yucatán. Hijo del dueño de una compañía naviera que murió cuando él apenas tenía 13 años, conoció de niño otras tierras y otras lenguas, aprendió a hablar en español, en inglés y en maya al mismo tiempo. Tras la muerte de Pablo abuelo y desheredados, Pablo padre se mudó con sus dos hermanos y su madre, Encarnación Casanova, a la Ciudad de México. Estudiaba, según cuentan, en un internado en Toluca cuando un percance con un maestro, un acto de violenta rebeldía, lo obligó a tomar una decisión: o asumía su expulsión del colegio o le permitían seguir estudiando ahí solo si aceptaba convertirse en sacerdote. Su carácter y su inteligencia ―le informó el director a su madre―, se prestaban para que fuera un buen jesuita.

Entonces pidió a su madre que lo enviara a estudiar a Europa. En Alemania estudió primero Química y después Lingüística. La Primera Guerra Mundial lo obligó a regresar a México, donde trabajó como filólogo hasta su muerte en 1936, por una neumonía que habría contraído ―decían— al salir de madrugada de una de esas juntas de Consejo Universitario.

Ante la inesperada muerte del padre, sus hijos mayores, Pablo de 14 y Enrique de 12, se hicieron cargo, junto con su mamá, Conchita del Valle, del suplemento cultural para niños que publicaba en esa época el diario El Universal.

En las conversaciones con mi tío Pablo, compartimos versiones de diversas anécdotas familiares, lo cual lo divertía y a menudo soltaba una carcajada que podía tener varios significados si lo que yo decía recordar que me habían contado no coincidía exactamente con su versión. En esas charlas, aparecía a menudo su profunda preocupación por la educación.

A principios de los años 40, él y su hermano Henrique, mi padre, emprendieron un proyecto editorial: la Colección Lunes, que contó con la colaboración de destacados intelectuales de la época que entregaban a los jóvenes editores cuentos inéditos, así como de algunos escritores de su generación. Cada número (lograron publicar 31 entre 1944 y 1947) sería ilustrado con grabados de artistas plásticos.

Pablo González Casanova, el padre, tuvo la visión de regalarles a sus hijos la Enciclopedia británica y la Biblioteca Rivadeneyra para que tuvieran acceso al conocimiento universal y leyeran a los autores clásicos en lengua castellana. Además, en sus largas estancias de estudio en Tenancingo, en el Estado de México, se hacía acompañar de la familia en sus recorridos para recopilar datos de lenguas indígenas cuyos hablantes coincidían en ese lugar, sobre todo en los días de mercado, lo que le permitía conversar con varias personas en náhuatl, matlazinca y otras lenguas.

El primer número de la Colección Lunes, Nuevo cuento de cuentos (con teatrito), lo firma Pablo Dolores Ake. Supe apenas hace unos años, cuando la UNAM hizo una edición facsimilar, que se trataba de un seudónimo de Pablo, que entonces tenía 22 años. Este primer volumen lo ilustró Óscar Frías.

Francisco Rojas González, autor de cuentos y novelas que en ese mismo año recibió el Premio Nacional de Literatura, escribió el número 2 de la Colección. Ermilo Abreu Gómez les dio para el número 3, Tres nuevos cuentos de Juan Pirulero, y las viñetas las hizo Alberto Beltrán.

También publicaron Alfonso Reyes, José Rubén Romero ―con Algunas cosillas de Pito Pérez que se me quedaron en el tintero―, Agustín Yáñez, Mariano Azuela, José Vasconcelos, Artemio de Valle-Arizpe y Juan Ramón Jiménez ―que 10 años más tarde obtendría el Premio Nobel de Literatura―. Martín Luis Guzmán, Alfredo Barrera Vázquez, Bernardo Ortiz de Montellano, Francisco Monterde y Berta Domínguez son otros nombres de autores de los cuentos de la colección.

El primer cuento que publicara el autor de Confabulario, Juan José Arreola, “Gunther Stapenhorst”, apareció en Lunes. En 2002 Eduardo Lizalde prepararía su reedición en la editorial Aldus. Un Ricardo Garibay muy joven comenzó su carrera de escritor también en esta colección.

Pablo González Casanova (y del Valle) confiaba en la juventud. Reconocía sus capacidades y estaba convencido de que había que ofrecerle opciones y proporcionarle herramientas. Estaba convencido de que solo la educación ―amplia, generalizada, universal― podría impulsar el desarrollo del país.

Fue desde la década de los 50 que manifestó su interés por la educación a distancia y en los años 70, como rector de la UNAM, consolidó dos grandes proyectos: el Colegio de Ciencias y Humanidades y la Universidad Abierta.

Pablo González Casanova afirmaba que la Universidad tenía la obligación de enseñar y abrir las puertas del conocimiento a todas aquellas personas que quisieran estudiar. El CCH se concibe como un nuevo ciclo de bachillerato cuya filosofía se ampliaría más adelante a otros niveles de enseñanza superior. Se proponía no encasillar en disciplinas especializadas a los alumnos de enseñanza media, no separar a las ciencias de las humanidades y crear un sistema que fuera igualmente útil tanto para estudiantes que se propusieran continuar una carrera universitaria como para quienes tuvieran que incorporarse al mundo laboral al finalizar ese ciclo y que lo hicieran entonces con las herramientas que les proporcionarían una educación amplia e integral.

Puedo ver otra vez las discusiones apasionadas sobre qué necesitaba incluir un plan de estudios así: el conocimiento de las matemáticas y de la lengua propia (que entonces se consideraba que era el español), la posibilidad de aprender una lengua extranjera y reconocer diferentes manifestaciones artísticas. Contar con un método que les permitiera razonar, analizar con fundamentos, les enseñara a reflexionar, a disentir y a proponer. Que les ofreciera a las y los alumnos preuniversitarios un acercamiento interdisciplinario al conocimiento. Que las y los jóvenes estudiantes aprendieran a leer bien para informarse y para disfrutar la literatura; que aprendieran a analizar y a trabajar. Que aprendieran a aprender.

En la Comisión de Nuevos Métodos de Enseñanza que se creó durante su rectorado, se estudiaron las experiencias de otros países en los nuevos sistemas de educación abierta y a distancia. The Open University de Inglaterra fue uno de los modelos que se tomaron como ejemplo para instrumentar en la UNAM esa modalidad de aprendizaje.

Una característica de su personalidad que admiro desde siempre era su capacidad para aprender cosas nuevas, su disposición para adentrarse en aventuras inéditas, su fortaleza para enfrentar obstáculos y superar dificultades.

En 2017, Pablo fue una de las personas que sufrieron pérdidas a consecuencia del terremoto que afectó a varias poblaciones de Morelos, la Ciudad de México y Oaxaca, principalmente. Su casa en Tepoztlán se derrumbó. Lo acompañé una mañana de septiembre, en medio de una lluvia torrencial, a constatar los daños. No olvido su rostro triste y preocupado, abatido, como si la esperanza lo hubiera por fin abandonado. Unos días más tarde me comunicó su decisión de empezar la reconstrucción. Ahí tenía gran parte de su biblioteca, el estudio en el que trabajaba y escribía sus artículos, sus libros. Ahí tenía memorias de tiempos alegres y amorosos. Recuerdos de momentos felices. “Aunque la viva ya solo los cinco minutos que me quedan ―me dijo― la voy a levantar”. Y lo hizo, afortunadamente, porque en 2020 y 2021 pudo pasar ahí el largo encierro por la pandemia.

Desde entonces empezamos a hablar prácticamente todos los días, largas conversaciones a veces, otras solo un “cómo estás, te mando un abrazo”. Me hablaba mucho de la importancia de escribir y de leer, que era escuchar otras voces. Y me preguntaba sobre lo que estaba haciendo. Entusiasmado siempre con la idea de un futuro mejor para el mundo, maravillado con las posibilidades que ofrecía la tecnología, escuchó con interés acerca del aprendizaje colaborativo internacional en línea. Y al final de mi explicación repitió calmadamente: “Dos profesoras de dos universidades diferentes, en países distintos, con sus dos grupos de alumnos trabajando y aprendiendo todos juntos en un aula virtual. Muy bien. Vienen cosas muy buenas para los jóvenes universitarios”.