LOS LÍMITES DE LA POLÍTICA
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Resumen
En relación a los políticos no sólo existe distancia o desencanto, sino incluso irritación. Basta abrir un periódico, escuchar la radio, ver la televisión o tocar el tema en el centro de trabajo o en una comida con los amigos, para corroborar la mala opinión que la mayoría tiene de los políticos. Las quejas y los reclamos conforman una letanía cansina y previsible. Aburrida, pues. Como consuelo de tontos podemos decir que no se trata de un fenómeno local, “nuestro”, sino
que lo mismo sucede en los demás países de Latinoamérica, y para ello se puede consultar el informe del PNUD, La democracia en América Latina. Otro ejemplo: en una encuesta publicada por el Centro de Investigaciones y Estudios Sociales (CIES) de la República Dominicana la institución que menos confianza despertó en los entrevistados fue los partidos políticos (sólo 10.7% de los encuestados dijo depositar su confianza en ellos). Por debajo de las iglesias, los medios de comunicación, las fuerzas armadas, los bancos, los empresarios, la Suprema Corte de Justicia e incluso los policías. Triste y expansiva realidad.
Ahora bien, si no se trata de un fenómeno mexicano, si esa percepción se extiende por todo el continente latinoamericano, las preguntas pertinentes parecen ser: ¿por qué defraudan al público?, ¿no será que depositamos demasiadas expectativas en ellos?, ¿no estaremos pidiéndole peras al olmo?, ¿no nos estaremos equivocando cuando les exigimos a los políticos algo que quizá no puedan hacer?
Intento explicarme. Hemos considerado tradicionalmente a la política como la actividad capaz de transformar el “estado de cosas existentes”, es decir, como la práctica a través de la cual se decide lo fundamental de la vida en común. De ahí su centralidad, de ahí su importancia. Y por supuesto los políticos aparecen como los agentes que encarnan esas posibilidades. ¿Pero realmente la política puede lo que imaginamos?, ¿es hoy una gran palanca para la transformación o siquiera un buen instrumento para la conducción de los asuntos públicos?
Sostengo que la política sigue siendo imprescindible para la conducción de la vida en común, para la expresión y convivencia de la pluralidad, para ofrecer cauce al procesamiento de los conflictos sin fin, para atender las carencias y rezagos sociales, para trazar rutas y programas, etcétera. Pero debemos afrontar que la política, como cualquier otra actividad, no sucede en el vacío, sino que se despliega encuadrada en límites. Vayan, pues, unos apuntes en ese sentido.
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