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El separatismo y sus descontentos: la literatura trans menonita de Casey Plett

 

 

 

Apuesto que millones de putos menonitas eran trans.

Probablemente se mataron todos o vivieron estoicamente

y se añadió al yugo que cargaron triunfalmente para Dios.

Tal vez así ni era tan malo.

Casey Plett, Little Fish

“Estar en el mundo sin ser del mundo”: así, los menonitas suelen hablar de su actitud hacia la vida, a menudo marcada por separatismo, estoicismo y un incumplimiento pasivo con los males del mundo, más famosamente el servicio militar. Un pueblo malentendido, reducido a una serie de lugares comunes sobre sus sectores más tradicionales (y por ende visibles), como se puede ver en películas como Luz silenciosa (2007), pasando por alto que también hay grandes sectores asimilados a la vida urbana. La iglesia menonita es una fe de extremos: por un lado, hay sacerdotisas progresistas como Melissa Florer-Bixler, quien cita en sus libros a Kimberlé Crenshaw y a Audre Lorde, y también hay comunidades tradicionalistas llenas de machismo, en donde debaten si la fotografía es un pecado o no. No hay término medio entre estos dos bandos, siempre tienen sus roces dado el tamaño diminuto de la iglesia. Tiene sentido que el rechazo a la violencia de un mundo caído que está a la raíz de la cosmovisión menonita puede ser expresado en un compromiso con la izquierda, cercano a la teología de la liberación, y un aislamiento del mundo moderno y todos sus frutos. Estas divisiones tienden a polarizarse alrededor de temas como los derechos LGBT: durante el Mes del Orgullo de 2022, la Iglesia menonita de Estados Unidos emitió una “Resolución para el Arrepentimiento y la Transformación”, en donde pidieron perdón por sus normas eclesiásticas establecidas con anterioridad, en las cuales el matrimonio es entre un hombre y una mujer y donde la actividad homosexual se establecía como un pecado, diciendo que esas normas “violentan a las personas LGBTQIA… han silenciado y negado el llamado a predicar, destruido familias, obligado a padres a escoger entre su iglesia y su hije y provocado que muchas personas LGBTQIA abandonen la iglesia”, y comprometiéndose a la reparación del daño. Sin embargo, mientras la Iglesia nacional se movía hacía la inclusión, sus sectores más conservadores se independizaron de la confederación eclesiástica para poder mantener sus valores. En este debate, hay pocas voces de menonitas LGBT, o personas LGBT de familias menonitas que hayan abandonado la iglesia. En este contexto se pueden situar los libros de Casey Plett, una escritora trans canadiense. Debo decir aquí, que también soy (¿ex?) menonita, y trans: si digo que los libros de Plett son importantes para mí, tal vez estoy confesando que represento un nicho de mercado muy, muy específico, pero incluso las minorías de las minorías podemos arrojar luz sobre la experiencia humana.

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Casey Plett empezó su carrera en Topside Press, una editorial independiente por y para personas trans, con una corta existencia, pero la cual representó una revolución en la literatura trans, hasta ese entonces enfocada en los géneros de memorias y teoría -tal vez con la sola excepción de Leslie Feinberg, autorx de novelas como Stone butch blues (1993) y Drag king dreams (2006). Pero, libros cuyo objetivo era explicar nuestra existencia a personas que no forman parte de nuestra comunidad no son algo que necesariamente queríamos leer, eran libros escritos por, pero no para las personas trans. La publicación de Nevada (2013) de Imogen Binnie, por Topside Press, representó un parteaguas: si muchos libros escritos por personas trans habían hablado sobre qué significa ser trans, y cómo ser trans, Nevada habla de una mujer trans que intenta decirle cómo ser trans a alguien que cree que está en el clóset, y falla. Casi una década después, Binnie dijo que “en cierta medida, escribir Nevada y publicarlo fue una pinche declaración, ¿no? Significó decir, ‘No, aquí hay una historia real sobre alguien que tiene defectos.’” El éxito de esta novela abrió la puerta a la llamada “época de oro de la literatura trans” en donde novelas como Freshwater (Akwaeke Emezi 2018), Las malas (Camila Sosa Villada 2019), Detransition, baby (Torrey Peters 2021), y Manhunt (Gretchen Felker-Martin 2022) fueron publicadas por las grandes casas editoriales, ganan premios, y encuentran audiencias fuera de la comunidad.

Justo como en la literatura trans, la literatura menonita no lleva tanto tiempo desarrollándose como literatura tal cual: si mucho de la literatura trans pre-Nevada consistía en tratados sobre el género escritos por personas trans para personas cis, la literatura menonita ha consistido en su mayor parte en discursos sobre Dios, el pacifismo y otras discusiones teológicas (mi propio abuelo escribió un libro en que buscaba reconciliar la Biblia con la ciencia moderna); y luego una mirada externa, con estudios antropológicos y libros de romance, como en el llamado subgénero de Amishploitation. Los bestsellers menonitas son libros de cocina y compendios de muertos del siglo XVII, como El espejo de los mártires (de Thielman J. van Bright). Una diferencia entre la literatura trans y la literatura menonita es que si la comunidad trans acoge a sus jóvenes promesas muy rápidamente (Imogen Binnie se consagró con una sola novela hasta la fecha, y hasta alabamos escritores cuyos méritos literarios son muy cuestionables simplemente porque son de la comunidad ), la literatura menonita normalmente se topa con el rechazo de otros menonitas, y suele ser escrita y leída por los malos menonitas como yo, como Plett -y así ha sido desde Peace shall destroy many (1962), la cual provocó tanto escándalo que su autor, Rudy Weib, perdió su trabajo en una revista menonita. En un texto, Miriam Toews, una escritora cuyas novelas se tratan de temas tabús como la intolerancia religiosa (A complicated kindness, 2004) y el abuso sexual dentro de comunidades menonitas (Women talking, 2018), habla de una gira con Rudy Weib en comunidades tradicionalistas en Alemania; Weib ya era consagrado, entonces lo recibieron bien, pero ella fue objeto de largas diatribas en Plautdietsch, donde otros menonitas criticaron el nivel moral de sus novelas. Es una actitud que, sin duda, tiene que ver con el pacifismo menonita, lo cual suele traducirse en la evitación del conflicto como tal, una reticencia a lavar la ropa sucia. “Si creas buena literatura, tienes que pensar mucho sobre la gente, hablar sobre tus temas con una complejidad emocional sobre las cosas que la gente prefiere no decir ni pensar, y presentarlas de una manera interesante o nueva, y esas no son cosas en que los menonitas se rifan” -me dice Casey Plett.

El primer libro de Plett, publicado por Topside, fue A safe girl to love (2014), una colección de cuentos que retratan la cotidianidad de una serie de mujeres trans fuera de la mirada morbosa de los escritores cis: en general, sus personajes eran de la clase obrera, con vidas marginadas pero no trágicas. Un cuento habla de la relación de una trabajadora sexual con su gato, otro de una obrera en una bodega de libros en Portland, Oregón, quien regresa a visitar a su familia en Winnipeg para Navidad por primera vez desde su transición. La ascendencia menonita de Plett aparece de vez en cuando, pero pocas veces de manera directa: en “Other women”, la personaje principal viene de una familia menonita, pero para fines de la trama podría ser cualquier otra familia rural y conservadora; en “Not bleak”, la narradora se vuelve amiga de una chica trans llamada Zeke, apenas empezando su transición, que le había robado cuando era temporalmente homeless y quedándose en su casa, la cual, más tarde, le invita a conocer a su familia menonita en Canadá pasando por su novia, mientras ella pasa por el chico que alguna vez fue, y que aún es con su familia. Cuando ella duda que pueda pasar por una mujer cis, Zeke le responde: “Tienes que entender, ni siquiera saben que es posible” (y tenía razón, no la leyeron trans). “En ‘Not bleak’ estaba interesada en los sacrificios que sí son reales, creo que Zeke es muy genuina cuando dice ‘Nunca voy a salir del clóset con él, no voy a hacerlo, esto es lo que haré, así manejaré mi relación con él, y está bien’” -me expresa Plett-. “Mi abuela materna murió cuando tenía catorce años, y suelo pensar que lo agradezco de una manera horrible, y aunque quiero que aún esté conmigo, agradezco que no tengo que lidiar con su reacción a mi salida del clóset; la historia de Zeke emergió de ese proceso de pensamiento”.

Que Zeke fuese una mentirosa serial y una niña rica del clóset, quien roba las cosas de personas que tienen menos que ella, también tiene una raíz psicológica en su contexto cultural.

“Tiene diferentes caras mostrando una diversidad de personas y creo en todas” -me comenta Plett-. “Estas cosas le salen naturalmente. Me interesa una cierta hipocresía menonita, tener personalidades compartamentalizadas, es algo en lo cual creo que la cultura menonita realmente fomenta”. Si la teología y cosmovisión menonita se basaron en un rechazo del mundo, con el paso del tiempo, la comunidad se ha vuelto más terrenal, aunque puede ser mal visto o hasta proscrito mostrarlo públicamente; como resultado, muchos menonitas ter minan viviendo una doble vida. “Uno no puede desvincularse del mundo, no es posible” -observa Plett-. “Es casi infantil pensar que puedes aislarte de tener un efecto en el mundo”. Por eso está considerado tan gacho aceptar que tienes dinero en la comunidad menonita. “Si te concibes como alguien que está en el mundo, pero no es del mundo, ya no necesitas tener que participar en el mundo de una manera en que tus acciones signifiquen algo”. En su siguiente libro, la personaje principal dice que más y más menonitas son ricos hoy en día, que “podrían gastar setenta dólares en una bufan da y preguntar si cobran por la bolsa de plástico”. Esa misma manera de esconder la riqueza que uno posee también tiene un paralelo en la comunidad LGBT, donde también es una práctica común, con antiasimilacionistas de escuelas privadas y radicales gentrificadores. “Todos nos vemos igual en el queer bar” -dice Plett-. “Y luego preguntas algo a alguien y resulta que trabaja para Google, mientras los demás trabajan en tiendas o hacen trabajo sexual”.

Después del colapso de Topside Press, Plett publicaría su primera novela, Little fish (2018). Tras la muerte de su abuela, Wendy, una mujer trans de una familia menonita, enfrenta su alcoholismo, la pérdida de su trabajo en la economía formal y su regreso al trabajo sexual, el suicidio de su mejor amiga y el rumor de que su abuelo paterno pudo ser una mujer trans del clóset. Es una historia que fácilmente podría caer en una narrativa liberal de progreso, mostrando un contraste facilón entre el conservadurismo rural de una minoría religiosa y la vida cosmopolitita de las grandes urbes, pero Little fish se enfrenta con el hecho inevitable de que a Wendy le va bastante mal, mientras su abuelo, cuyos conflictos identitarios nunca son resueltos, parecía tomarlos con estoicismo. “Es una idea muy menonita la de que, materialmente, tu vida puede irse cuesta abajo, pero espiritualmente no necesariamente tiene que ser así” -me cuenta Plett-. “Pienso en la aceptación silenciosa de los hechos, de las cosas como están”. Es una idea que nos llega al corazón de los que crecimos con las historias cruentas del Espejo de los mártires, que falta la aureola de milagrosidad de los santos católicos, simplemente haciendo recuento tras recuento de una persona normal que murió por su fe, normalmente después de sufrir las torturas más horribles. Esta actitud estoica ante la violencia del mundo, en lo personal, podría interpretarlo como algo que me regalaron unos cuantos años de terapia, pero también algo que me ha ayudado a superar mis mayores desafíos, justo porque estar en el mundo sin ser del mundo implica una separación psicológica de sus violencias. Plett cuenta que la idea por el libro empezó a gestarse cuando estaba investigando la historia de su familia: después de toparse con el dato de que alguien entre sus antepasados había sido institucionalizado en los años veinte y treinta, no podía rastrear más información sobre esa persona. “Me hizo pensar que, si alguno de mis antepasados era trans, simplemente no tendría manera de saberlo” -me dice-. “Especialmente cuando tomas en cuenta la cultura menonita, especialmente la variedad que conozco yo, donde todo está envuelto en capas y capas y capas de secretos; si tuviera siquiera una pista o una idea, todo terminaría siendo un callejón sin salida. [Wendy] no puede encontrar nada, no hay nada ahí, es un callejón sin salida, pero, de todos modos, ella termina encontrando una extraordinaria fuente de fuerza en pensar en él y aprender cosas sobre él. Es tentador leer el final de Little fish como triste o desolador, pero para mí es un final esperanzador, porque Wendy empieza a sentirse mejor sobre su vida que en un principio, toma estas lecciones y encuentra una fuerza ahí”.

Al final de la novela, Wendy pronuncia que “tal vez no fue nuestro Dios que fue la mentira, sino nuestro aislamiento”. Para Plett, muchos de los problemas más grandes de la comunidad menonita surgen justo de ese aislamiento; cree que es nocivo que un grupo de personas intenten apartarse del mundo y solo vivir con personas que creen las mismas cosas que ellos, una tentación que también está presente en la comunidad LGBT. Y justo como los menonitas, las personas LGBT también tenemos ideales muy bonitos que a veces instrumentalizamos en maneras muy pasivo-agresivas, hasta crueles. Ella se distancia de la postura de muchos ex-menonitas, en la cual el problema es la religión, mientras el aspecto cultural (la comida, los textiles, etc.) es la parte rescatable. “Cuando salí del clóset, la religiosidad como tal no fue el hilo conductor de cómo me trataron”, dice. Wendy había crecido en una familia más secular, dado que su papá ya se había salido de la iglesia, pero eso no les impide repetir muchos de los patrones de comportamiento de los menonitas más religiosos, negándose a pedir ayuda cuando la necesitan y negándose a darla si implicaba vulnerabilidad emocional y no simplemente un apoyo material.

En su libro más reciente, A dream of a woman (2021), Plett regresa a sus cuentos de la vida cotidiana de las personas trans, muchas veces salidas de comunidades menonitas. Como en su primer libro, el abordaje hacia lo menonita en estos cuentos es más en términos de un trasfondo cultural que un tema principal, pero en el penúltimo cuento, “Enough trouble”, aborda, de nuevo, el tema de estar en el mundo sin ser del mundo. El cuento se trata de una trabajadora sexual llamada Gemma, quien había pedido demasiados favores a sus ami gos, quedándose finalmente sin amigos regresa a su pueblo natal en busca de un lugar para establecerse, y lo encuentra en la casa de dos otras mujeres trans, Ava y Olive. Con un tono irreal, el cuento está ambientado principalmente en una torre de condominios fuera de lugar en un pueblito menonita de las praderas canadienses, y, al final de la historia, las tres se reúnen para comer comida típica. “Toda esa gente, donde se equivocó fue en querer separarse del mundo… de cierta manera es encantador, ¿no? Solo quieren que les dejen en paz. Pero a la escala de una vida entera, o una comunidad entera, es un deseo infantil, e imposible”, dice Gemma en la cena. “A la tentación de separarse del mundo no le falta atractivo… Cualquier persona que no se sienta aceptada en el mundo -que es la mayoría, no importa si es verdad o no- puede emocionarse por ese deseo. La idea de formar un pequeño universo de bolsillo en donde todos ya creen en las verdades que sostienes, en donde puedes construir una familia de acuerdo con esas verdades, en donde te prometes a ti mismo y a todos los demás en ese universo que vas a hacer lo correcto. Y toda la crueldad del mundo, su fealdad, su terquedad -tú y un puñado de otras personas pueden unirse y formar un baluarte contra todas esas cosas, ¿no? Dicho así, ¿no suena bonito?” Pero la promesa del separatismo nunca se cumple, porque el aislamiento desgasta, limita el pensamiento. Y el baluarte siempre resulta ser falso. Luego cuenta la historia de sus ancestros quienes, a pesar de su aislamiento intencional, perdieron todo en la Revolución rusa, cuando el mundo del cual habían huido irrumpió otra vez en sus vidas. Ella termina su monólogo citando el famoso versículo de Mateo donde Cristo señala: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, mientras recuerda a su cliente más reciente. Al final, se queda con las otras dos, y construyen una pequeña vida juntas, su propio universo de bolsillo, “un universo tan esperanzador y posible como cualquier otro”.

Mientras la mayor parte de A dream of a woman fue escrito antes de la pandemia, “Enough trouble” fue un producto del encierro, y Plett tomó inspiración en los efectos que el aislamiento estaba teniendo en las personas a su alrededor. “Mi pregunta central en ese cuento fue: ¿Si Gemma se queda, será algo bueno? Si tienen su pequeña vida juntas en un departamento pequeño en un pueblo pequeño, ¿estarán bien?” -se pregunta Plett-. “Hay razones materiales porque esas tres están juntas… no es tan simple como ‘no debes aislarte’ porque Gemma y Olive no tienen esa opción”. El final es ambiguo, y hay indicios de que tal vez podría volverse una situación no-muy-saludable, dado el romance emergente entre Gemma y Ava, mientras Ava y Olive son exes, ni hablar del alcoholismo de Gemma o los enojos de Ava; aunque solemos romantizar nuestras familias escogidas en la comunidad LGBT, es cierto que muchas veces son igual de disfuncionales que las familias de sangre del mundo heterosexual. Y la comunidad LGBT, con sus dramas y escraches constantes, sus preocupaciones sobre el asimilacionismo, tal vez no sea tan diferente del pueblo menonita retratado en A complicated kindness de Miriam Toews, donde todos viven bajo la amenaza de ser excomunicados por un sacerdote, el cual cree que todo en un mundo modernizante es demasiado terrenal. Aunque hayamos salido del mundo separatista de nuestros antepasados, podemos seguir replicando los mismos patrones en otros contextos, si bien no como esperábamos. Como dice Wendy en Little fish: “se queda contigo de maneras en que no esperas”.

Referencias

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Crosby, Michael, Joanna Harader y Randy Spaulding. 2022. A resolution for repentance and transformation. Mennonite Church USA. https://www.mennoniteusa.org/wp-content/uploads/2021/10/A-Resolution-for-Repentance-and-Transformation-Rev-2.0.pdf.

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3 

Plett, Casey. 2014. A safe girl to love. Nueva York: Topside.

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4 

Plett, Casey. 2018. Little fish. Vancouver, Canadá: Arsenal Pulp.

Casey Plett 2018Little fishVancouver, CanadáArsenal Pulp

5 

Plett, Casey. 2021. A dream of a woman. Vancouver, Canadá: Arsenal Pulp .

Casey Plett 2021A dream of a womanVancouver, CanadáArsenal Pulp

6 

Plett, Casey. 2022. The novel that started the trans literary revolution. Harper’s Bazaar. https://www.harpersbazaar.com/culture/ art-books-music/a40152169/the-novel-that-started-the-trans-literary-revolution/.

Casey Plett 2022The novel that started the trans literary revolutionHarper’s Bazaarhttps://www.harpersbazaar.com/culture/ art-books-music/a40152169/the-novel-that-started-the-trans-literary-revolution/

7 

Toews, Miriam. 2016. Peace shall destroy many. Granta, 137. https://granta.com/peace-shall-destroy-many/.

Miriam Toews 2016Peace shall destroy manyGrantahttps://granta.com/peace-shall-destroy-many/

Entrevista

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Entrevista con Casey Plett realizada el 11 de septiembre de 2022.

Entrevista con Casey Plett11092022