Journal Information

Article Information


Archivos críticos, deslizamientos metodológicos y complicidades etnográficas: una aproximación feminista a las masculinidades trans*

 

Resumen

El presente artículo tiene como eje central el análisis de los procesos de materialización de los sujetos y se pregunta por el papel que en ello juega la dimensión afectiva de la vida material. Este enfoque parte del reconocimiento de que, si bien históricamente el dispositivo de la sexualidad foucaultiano nos ha servido para analizar desde una perspectiva feminista las formas en que los cuerpos y las identidades son reguladas, normalizadas y, por lo tanto, producidas en el campo de lo social, sería todavía necesario abrir un interrogante en torno a qué oscurece esta herramienta conceptual. Con este fin se propone: i) considerar la articulación de diferentes e incluso antagónicos paradigmas y conceptos que nos permitan analizar la dimensión normativa y afectiva de la vida en su articulación -archivos críticos-; ii) problematizar las técnicas clásicas de investigación con el fin de articular metodologías otras -deslizamientos metodológicos-, y, iii) repensar la etnografía y el trabajo de campo a la luz de la desestabilización de la dicotomía sujeto investigador/ objeto investigado -complicidades etnográficas.

Abstract

The central question of this article is to analyze the processes of materialization of the subjects and the role that the affective dimension of material life plays in it. This approach is based on the recognition that, although historically the Foucauldian device of sexuality has served us to analyze from a feminist perspective the ways in which bodies and identities are regulated, normalized and, therefore, produced in the field of the social, it would still be necessary to open a question about what obscures this conceptual tool. To this end, it is proposed: i) to consider the articulation of different and even antagonistic paradigms and concepts that allow us to analyze the normative and affective dimension of life in its articulation -critical archives-; ii) problematize classical research techniques in order to articulate other methodologies -methodological slippages-, and, iii) rethink ethnography and fieldwork in light of the destabilization of the researcher subject/researched object dichotomy -ethnographic complicities.


§

La intención de este artículo es aportar elementos para la construcción de otras epistemologías desde la investigación feminista y queer que contrarresten o por lo menos pongan en tensión la epistemología sexual dominante. Si bien históricamente el dispositivo de la sexualidad foucaultiano nos ha servido para analizar desde una perspectiva feminista las formas en que los cuerpos y las identidades son reguladas, normalizadas y, por lo tanto, producidas en el campo de lo social, quisiera abrir un interrogante en torno a qué oscurece esta herramienta conceptual. Con esta pregunta no pretendo restarle potencia al uso del dispositivo de la sexualidad para analizar la dimensión normativa de la vida, sino más bien abrir un fructífero terreno de pensamiento: el análisis de la dimensión afectiva de la vida sociomaterial. Aquella que constantemente excede, retuerce y desborda las gramáticas de reconocibilidad que este dispositivo activa.

Este análisis parte de los interrogantes que han regido el proyecto de investigación “Tránsitos críticos, transformaciones epistemológicas y traducciones políticas: cuerpo, afecto e identidad en la investigación feminista sobre lo trans*,”1 cuyo objetivo general ha sido proponer nuevas metodologías y rutas de análisis del cuerpo, la identidad y el afecto, asumiendo el reto epistemológico de la desbinarización del pensamiento occidental moderno:2 ¿cómo abordar el afecto, el cuerpo y la identidad desde la investigación feminista?, ¿cómo producir pensamiento encarnado?, ¿cómo producir artefactos de traducción política de los hallazgos de nuestras investigaciones?

En sintonía con mi anterior investigación y con la trayectoria académica y activista que he desarrollado, el trabajo etnográfico del que abreva este artículo ha sido realizado con personas que se identifican como trans*, en concreto, transmasculinas, a pesar de que en términos teóricos mi pregunta de investigación no tenga que ver solamente con esta posición identitaria o política en particular, sino más bien con la pregunta que el feminismo se ha formulado históricamente: la pregunta por los procesos de materialización de los sujetos. Misma interrogación que guió mi trabajo de investigación anterior donde tras un largo proceso emergió el afecto como una posibilidad analítica, metodológica y política fundamental.

En consecuencia, el presente trabajo es un intento por aportar algunos elementos teóricos y metodológicos que nos permitan analizar la dimensión afectiva de la vida sociomaterial abriendo la posibilidad de construir otras epistemologías sexuales. Con este fin propongo: i) considerar la articulación de diferentes e incluso antagónicos paradigmas y conceptos que nos permitan analizar la dimensión normativa y afectiva de la vida en su articulación -archivos críticos-; ii) problematizar las técnicas clásicas de investigación con el fin de articular metodologías otras -deslizamientos metodológicos-, y, iii) repensar la etnografía y el trabajo de campo a la luz de la desestabilización de la dicotomía sujeto investigador/objeto investigado -complicidades etnográficas.

Mediante el análisis, entonces, de parte de lo realizado en el Laboratorio Corpo/Bio/Grafías, nodo central del trabajo de campo realizado en la investigación “Tránsitos críticos, transformaciones epistemológicas y traducciones políticas”, y de parte de un encuentro afectivo con uno de los colaboradores de esta investigación, quisiera, más que reflejar la realidad que he experimentado, mostrar la complejidad que supone rozar la dimensión afectiva de la vida y, al mismo tiempo, exponer la potencia y la creatividad que implica abrirnos a este desafío. Todo ello con el fin de repensar las formas de analizar la singularidad de los sujetos y sus mundos, es decir, de aportar elementos para la construcción de otras epistemologías que pongan en cuestión la epistemología sexual dominante.

Archivos críticos: los procesos de corposubjetivación y la dimensión afectiva de la vida sociomaterial

Michel Foucault ha sido uno de los referentes filosóficos fundamentales con el que algunas pensadoras feministas han dialogado para cuestionar la epistemología sexual dominante en las sociedades occidentales contemporáneas. Su analítica del poder ha sido clave para ahondar las reflexiones críticas que permitieron desnaturalizar la desigualdad social, las violencias que implica y toda una serie de mecanismos de subordinación y opresión que han moldeado las vidas de todo sujeto que no se sea legible a la luz de esta epistemología. Sin embargo, su problematización por parte de movimientos feministas y de la disidencia sexogenérica occidentales ha construido toda una serie de categorías sexuales y reivindicaciones de derechos globales y transhistóricas, configurando las políticas sexuales identitarias y sus gramáticas de reconocimiento cultural de forma tal, que siguen reproduciendo esta epistemología dominante y el pensamiento occidental moderno, mismos que sustentan y perpetuan las lógicas dicotómicas en las cuales radica la desigualdad, la subordinación y la opresión.

En el marco de un sistema neoliberal que ha vinculado la democracia, el desarrollo y la sexualidad en la aparente “buena intención” de incluir a los sujetos históricamente excluidos en razón de su sexualidad y su género, “el problema es más complicado, porque la búsqueda de categorías más inclusivas que contengan las distintas formas de ser gay, lesbiana, bisexual o trans, no necesariamente elude el riesgo de asumir toda una “epistemología sexual” a partir de la cual esa diversidad se vuelva legible, traducible” (Sabsay 2014, 52).

Ante este problema, podemos intuir cómo aquello que construimos como estrategias políticas emancipatorias se desliza de nuevo al campo de la regulación y la normalización sexual, campo para el análisis del cual las teorías foucaultianas nos han servido históricamente. Este deslizamiento responde a la necesidad de hacer legibles, comprensibles, los procesos subjetivos y corporales que no se ajustan a la normatividad genéricosexual imperante, ante un Estado garante justamente de los derechos de reconocimiento que permitirían esta reconocibilidad social.3 En este sentido, esta tensión entre regulación y emancipación tiene un correlato micropolítico que tiene que ver con la paradoja de la subjetivación planteada por Judith Butler en varios de sus trabajos en diálogo con las propuestas foucaultianas en torno a la subjetivación. Siguiendo a la filósofa, la matriz heterosexual, el modelo hegemónico discursivo producido por esta inteligibilidad corporal, sexual y subjetiva, posibilita ciertos modos de existencia al mismo tiempo que los limita y los regula, es decir, los normaliza (Butler 2007 [1990]).

Esta paradoja de la subjetivación nos es útil para analizar los procesos de materialización de los sujetos a través de su teoría de la performatividad; sin embargo, al igual que ocurre con el dispositivo de la sexualidad, solamente se centra en el papel que juega en estos la dimensión normativa de la vida. Si bien es cierto que la matriz heterosexual -que condensa la normatividad genéricosexual- al ser citada nos confiere de una inteligibilidad que permite la constitución de un efecto de sujeto reconocible, también es verdad que no es la única vía a través de la cual nos inteligibilizamos y nos encarnamos. Al mismo tiempo, los sujetos más que buscar citar a cabalidad las características que la matriz heterosexual normativiza, oscilamos constantemente entre esto y la necesidad constitutiva de hacer nuestras vidas vivibles (Pons Rabasa 2016). Es en esta complejidad donde la iterabilidad que Butler retoma del pensamiento derridiano, para que en su teoría tenga lugar la diferencia constitutiva y la singularidad, abre una brecha donde la dimensión afectiva de la vida adquiere una importancia vital.

Ante el desafío que nos supone realizar análisis que asuman estas paradojas -regulación/emancipación y sujeción/singularización- que articulan las dimensiones normativa y afectiva de la vida, propongo la construcción de ciertos archivos críticos. En diálogo con la propuesta del antropólogo Rodrigo Parrini (2012), entiendo el concepto de archivo como una suerte de ensamblaje teóricoempírico que posibilita analizar tanto los discursos, prácticas y relaciones que nos regulan, producen y normalizan como sujetos, como aquellos que nos configuran situacional y singularmente. Y, como ya avancé en otro trabajo, “apelar a archivos críticos implica analizar la dimensión normativa de la vida social y, al mismo tiempo, la afectiva, aquella que constantemente está desbordando, excediendo y, por lo tanto, torciendo los referentes normativos a través de los cuales nos conferimos de significado social y, así, de distintas posibilidades de existencia” (Pons Rabasa y Guerrero Mc Manus 2018). Por este motivo y por la dificultad que implica el análisis de la dimensión afectiva y material de la vida, el plano inmanente configurado a través de las fugas de un deseo que constantemente moviliza los límites normativos que los dispositivos focaultianos establecen, recurro a la utilización de referentes incluso a veces antagónicos. Archivos críticos que posibiliten realizar un análisis etnográfico que atienda la complejidad de la vida social y la singularidad y situacionalidad que la van configurando.

Así, en la presente investigación parto de la definición spinoziana de afecto, como la capacidad de un cuerpo, de ser afectado y afectar (Vacarezza 2010). Definición que si bien tiene relación con el concepto emoción no se clausura a través de sus límites.4 Entonces, considero el afecto como esa intensidad movilizadora que configura la relacionalidad, los entre cuerpos, un elemento clave en lo que he nombrado como procesos de corposubjetivación (Pons Rabasa 2016). Procesos de transformación material de aquello que entendemos como sujeto y su contexto, donde las geometrías del poder configuradas por el género, la clase social, la sexualidad, la racialización y otros ejes de diferenciación social, actúan performativamente; pero, al mismo tiempo, son constantemente excedidas y cuestionadas por movimientos de desterritorialización o de desbordamiento de sus propios límites normativos. Movimientos que también confieren de cierta inteligibilidad situacional al sujeto, inteligibilidad que se materializa a través de la diferencia y la singularidad y que se da en la dimensión afectiva de la vida. De aquí la importancia de acercarnos a esta dimensión.

Para ello, propongo pensar los procesos de corposubjetivación como una suerte de categoría-archivo construida a partir de estos ensamblajes teórico-empíricos, porque a través de su uso nos permite reflexionar en torno a los efectos encarnados y semióticos de estas geometrías del poder y sobre los efectos semiótico-materiales de la situacionalidad y los movimientos de desterritorialización que se encarnan como la diferencia constitutiva en los procesos de materialización de los sujetos. Así, esta categoría-archivo nos permite aproximarnos a los procesos de singularización.5 En este sentido, la corposubjetivación es un intento por descentrar la idea de sujeto occidental moderno que subyace la epistemología sexual dominante en occidente, ese sujeto coherente, transparente para sí mismo, autónomo e independiente, que ha legitimado históricamente la idea de que la subjetividad es racional y que la congruencia es inherente a la misma. Y este descentramiento ubica al afecto y la vulnerabilidad constitutiva (Butler 2009) en el centro de nuestro análisis.

He construido esta categoría-archivo entrecruzando distintos niveles de la experiencia mismos que dan forma y producen la carne y el mundo en articulación, un continuum configurado por el sujeto-cuerpo-mundo. Estos niveles son tres: el de las meta/acciones,6 el de las inter/acciones7 y el de las encarn/acciones.8 La metáfora que ha servido para figurar su imbricación es la cinta de Moebius, en la que se articulan en continuidad, discontinuidad y/o de forma paradójica. Estas diferentes formas de conjugarse producen, intercorporal e intersubjetivamente (inter/acciones), resignificaciones constantes de los referentes (meta/acciones), que van siendo encarnados a través de las prácticas corporales (encarn/acciones).

Figura 1

Ilustración del esquema analítico de los procesos de corposubjetivación.

2448-5705-interdi-12-32-131-gf1.png

Fuente: Elaboración propia.

Este esquema analítico nos permite ver cómo en la construcción de estas existencias vivibles que de alguna forma todas y todos buscamos, la interdependencia, la diferencia y la situacionalidad devienen elementos constitutivos y, con ello, el afecto aflora como una potencia constitutiva, pero también como una posibilidad analítica y política clave. La corposubjetivación pretende dar cuenta de procesos que por su singularidad no pueden ser homogeneizados en categorías cerradas, estáticas y simples. Y su figuración a través de una cinta de Moebius es un recordatorio de su movimiento continuo, una metáfora de un proceso que se va empapando de relaciones, contextos y eventos, que le van aportando contenidos particulares. Esta categoría-archivo posibilita acercarnos a la singularidad de los sujetos sin aislarlos de los mundos, relaciones, eventos y normas que los van configurando y, al mismo tiempo, sin objetivar y homogenizar sus experiencias.

Otro ejemplo de categoría-archivo que nos permite acercarnos a las dimensiones afectiva y normativa de la vida, y con ello a la singularidad de los sujetos con los cuales colaboramos en la investigación son las disposiciones afectivas de Jan Slaby (2018),9 que articulan el pensamiento post fenomenológico con las aproximaciones post humanistas. Este autor propone los conceptos de disclosive posture y affective arrangement como una forma de analizar la afectividad situacional, mostrando la tensión existente entre un análisis a partir de la experiencia individual -post fenomenológico-10 y otro que parte, por el contrario, de las constelaciones de elementos humanos y no humanos que configuran eventos de intensidad afectiva situada -una aproximación más cercana a las corrientes spinozianas y deleuzianas de las teorías del afecto-. En este último es donde se lanza una mirada al afecto como dinámica relacional inmersa en configuraciones sociomateriales o constelaciones donde los sujetos de la experiencia son considerados como una parte más del engranaje que contribuye a la formación de dinámicas encarnadas (2018, 198). En este marco, Slaby considera las relaciones afectivas como elementos que contribuyen a la formación y concreción de entidades así como a su subsecuente transformación y potencial disolución (2018, 199). Utilizaremos estas dos categorías-archivo para realizar el análisis que mostraré en el presente ensayo.

Deslizamientos metodológicos: vulnerabilidad analítica, encuentros afectivos y coescrituras etnográficas

Analizar la dimensión afectiva de la vida en el marco del desafío feminista de desbinarizar el pensamiento occidental moderno y, por tanto, los efectos del mismo en la realidad que investigamos y en la forma en que lo hacemos, implica cuestionar las técnicas clásicas de la investigación antropológica de forma radical. Por ello, en la presente investigación ha sido fundamental partir dándole centralidad al trabajo de campo y a la problematización de las herramientas metodológicas.

Sin embargo, cabe resaltar dos cuestiones importantes: la primera es que, desde un principio, no consideré que “el campo” fuera algo dado a priori de la aplicación de métodos, sino que se construiría en el mismo ejercicio de la etnografía.11 Y, la segunda, que estas herramientas no pretendían reflejar el mundo observado o generar una representación del mismo, sino más bien complejizar lo que se viviría en el trabajo de campo y desde ahí producir, siguiendo las propuestas de Donna Haraway, una suerte de “modelo difractado” (1995, 126) donde la conexión entre sujeto investigadora y sujeto investigado supondría una unidad de análisis en sí misma y, a la vez, un lugar de producción semiótico-material de conocimiento. Una suerte de cartografía de la interferencia que nos indicaría, siguiendo a val flores, “dónde aparecen los efectos de la diferencia” y “en la que más que reproducir la ilusión de una posición esencial, nos invita a desplegar visiones más astutas” (flores 2013, 44).

A partir de estas premisas me propuse entender las técnicas de investigación a modo de “juegos metodológicos” (Lara y Enciso 2013) que para el análisis de la dimensión afectiva requieren de cierta predisposición sensitiva, apertura, flexibilidad, sensibilidad analítica (2013, 114) y un deseo de articulación de experiencias por parte de las diferentes personas involucradas. Los juegos que me propuse desplegar fueron la percepción participante (Pink 2015), los encuentros afectivos12 y las autoetnografías (Ellis 2004) colaborativas, y los propuse en el marco del Laboratorio Corpo/Bio/Grafías realizado en el contexto de Jauría Trans*, pero retomaré este punto en el siguiente apartado.

Lo central en esta sección es que dicho Laboratorio, en su primera fase, se configuró como un espacio de colaboración, asumió el carácter performativo de la investigación, e intentó poner en práctica tanto la percepción participante como la autoetnografía colaborativa. Sin embargo, durante el proceso surgieron una serie de dificultades y desafíos que de alguna forma hicieron, por un lado, fracasar la propuesta de las autoetnografías colaborativas y, por el otro, cuestionar los fundamentos de la técnica de la percepción participante. Estos fracasos y cuestionamientos intensificaron la reflexión metodológica, un repensar sus premisas y analizar aquello que no funcionaba, lo cual, paradójicamente, supuso una potencia que desencadenó en una serie de propuestas metodológicas que perfilé en el artículo “Vulnerabilidad analítica, interseccionalidad y ensamblajes: hacia una etnografía afectiva” (Pons 2018), y que constituyen el aporte fundamental de este proceso de investigación.

La primera dificultad con la cual me he enfrentado tiene que ver con el carácter colaborativo de la investigación, esta supone que los informantes pasen a ser colaboradores, implicando que, al estos apropiarse de la investigación, la investigadora perdiera parte del control sobre todo lo que estos procesos detonan. Si bien era necesario estar implicada, marcar ciertos ritmos y proveer ciertos recursos logísticos, teóricos y prácticos para el Laboratorio, era inevitable la pérdida de cierto poder, lo cual supuso el surgimiento de complicidades con algunos de los colaboradores quienes adquirieron roles fundamentales en el proceso, entre otras cuestiones. Otra dificultad ha sido la des/sincronización de los tiempos personales de los colaboradores, los ritmos del grupo, las temporalidades de la investigación y las cadencias académicas/institucionales. Los colaboradores tienen una vida propia más allá del grupo, una serie de procesos personales y circunstancias que atraviesan de forma central las experiencias colectivas y en ocasiones esto dificultó poder dedicar el tiempo individual requerido para la elaboración de las autoetnografías al ritmo que la investigación, pero sobre todo que la academia, requiere. Y la tercera dificultad con la que nos hemos encontrado tiene que ver con los formatos legitimados institucionalmente de divulgación de conocimiento. Las producciones autoetnográficas que veníamos haciendo no encajaban en los requerimientos de los artículos científicos pues tenían una extensión y una riqueza que no era posible transmitir en los límites que este formato establece.

Todo ello me llevó a reflexionar en torno a la metodología como un proceso, y no como un estado de la investigación, un proceso durante el cual se van desplegando ciertos juegos en función de cada evento. Sin embargo, pensado en la técnica de la percepción observante y sobre la posición que ocupamos como investigadoras, comprendí que no se trata de algo que se pone en práctica, sino más bien de una forma de estar y experimentar el campo, desde una posición determinada. No estaba desplegando la percepción participando, sino que estaba habitando un espacio de colaboración investigativa en el que si deseaba analizar el papel del afecto, debía asumir mi propia capacidad de afectarme y afectar. Aceptar que lo afectivo no solamente atraviesa lo teórico constituyéndose como uno de los ejes principales de análisis, sino que también atraviesa la metodología, era un ejercicio necesario para asumir el desafío de la desbinarización del pensamiento. En este sentido, dar un estatuto epistemológico a esta capacidad de afectarse y afectar implica asumir una posición de vulnerabilidad analítica en el campo. Más que de una técnica o juego metodológico se trata de la asunción de una posición de análisis que implica la vulnerabilidad constitutiva de la propia investigadora y la desplaza al plano epistemológico. Es desde esta posición que pude desplegar los juegos metodológicos, una posición que cuestiona la distinción clásica sujeto investigador/objeto investigado buscando los elementos en común entre ambos polos de esta dicotomía.

El Laboratorio ha sido un espacio en el que todos hemos compartido experiencias personales e íntimas que nos afectan al ponerse en diálogo y reflexiones que nos transforman cuando se hacen cómplices, por lo tanto, es la afectación y no solamente la participación13 o la percepción de la investigadora lo que permite realizar un análisis de lo vivido. En este sentido, se dio un deslizamiento metodológico desde la percepción observante a la vulnerabilidad analítica y así el afecto adquirió un estatus epistemológico que convirtió el cuerpo, la subjetividad y las capacidades sensibles de la investigadora en herramientas de análisis.

Si bien la vulnerabilidad constitutiva en tanto condición ontológica siempre está, desplazarla al plano epistemológico y metodológico nos permite poner en juego estas capacidades, legitimarlas en la investigación y producir conocimiento encarnado. Esto no significa, […], que obviemos la geometría del poder que opera distribuyendo de forma diferencial las condiciones materiales de la existencia, sino más bien, significa que hay una condición ontológica común [entre la investigadora y los colaboradores] -donde el afecto es fundamental- que posibilita la relacionalidad desde la diferencia. Una diferencia que tiene un carácter normativo, pero que también se particulariza en el plano inmanente a través de lo afectivo y de forma situacional. (Pons Rabasa 2018)

Fue fundamental para la asunción de esta posición atender a cuestiones tan básicas como la forma de estar, de escuchar, de sentirme, de interactuar corporal y afectivamente con los colaboradores, de mantenerme en contacto entre sesiones, de compartir mis propias experiencias en el espacio grupal, de participar de otras experiencias importantes que se daban fuera del espacio grupal, y, finalmente, de dejarme afectar por las vivencias pasadas y presentes que se compartían. Desde esta posición es que desplegamos las coescrituras etnográficas y los encuentros afectivos.

Los encuentros afectivos, por un lado, me han permitido reapropiarme de la crítica a la técnica de la entrevista, que tiene que ver con la expropiación del relato, con las políticas del “hablar por”, con la jerarquización entre investigadora e investigado y con la falta del intercambio de experiencias. Por el otro, y en la misma línea que la antropóloga Zenia Yébenes (2014), desde un inicio decidí no realizar entrevistas en strictu sensu, sino construir relaciones y producir espacios más íntimos con los colaboradores. En este sentido, entiendo estos encuentros como eventos espontáneos o agendados con anterioridad, no estructurados a priori, entre la investigadora y una o varias de las personas colaboradoras, que forman una unidad de análisis en sí misma, donde lo analizado tiene que ver con la intra-actividad afectiva, material y discursiva, que se da en los mismos. Tras la experiencia vivida en mi anterior investigación, tenía la certeza de que estos encuentros abrían un nivel de complicidad que posibilitaba profundizar y construir conjuntamente reflexiones claves para la investigación, cosa que corroboraremos en posteriores apartados.

Las coescrituras etnográficas son la propuesta que surge como alternativa a las autoetnografías colaborativas.14 Solo son posibles si entendemos la investigación como colaboración, pues implican un proceso de co-producción del conocimiento. El Laboratorio fue el lugar en el que construimos entre todos los nodos centrales de análisis; emergieron como reflexiones colectivas y se constituyeron como los saberes que este trabajo aporta a la investigación feminista a partir de ejercicios constantes de traducción entre todos los colaboradores. Traducción que nos permitía pensar conjuntamente en asuntos que en ocasiones cuestionaban el sentido común más arraigado de algunos de nosotros y abrían la posibilidad de construcción de otro sentido común que si bien apelaba a discursos hegemónicos también los problematizaba, e, incluso, los torcía. Aspectos como el humor, la intuición, la ironía, una disposición corporal abierta a cuestionarse, fueron muy relevantes en este proceso. Este juego metodológico implica la construcción de relatos que parten de las reflexiones colectivas, que aterrizan en un ejercicio de memoria en torno a la experiencia propia y colectiva y que vuelven al grupo para ser de nuevo intervenidos por las reflexiones colectivas. Una vez finalizados, cada escrito se ha ido recopilando en un archivo grupal que incluye también registros de audio y fotografías de las sesiones.

Para que las coescrituras tengan un interés teórico y una articulación con los interrogantes rectores del trabajo se realizan después una serie de intervenciones que implican añadiduras, borraduras y cambios que vuelven a sus protagonistas para ser revisados y consensuados. Estas intervenciones procuran seguir cuidadosamente la línea de las reflexiones colectivas y de los saberes que se han producido grupalmente. Todo este lento pero desafiante proceso de co-producción convierte las coescrituras en un ejercicio de difracción que posibilita la complejización de la experiencia en lugar de la objetivación, la producción de una suerte de “contratextos capaces de desnaturalizar la rutina de la competencia del saber y dar batalla a los códigos que decretan y sancionan el poder de la representación, la tutela del habla” (flores 2013, 55) y al mismo tiempo muestran “los accidentes y equívocos de la norma hetero, de la ley binaria del género, o el desviarse de los modos disponibles del pensar” (flores 2013, 54).

Complicidades etnográficas: el Laboratorio Corpo/Bio/Grafías y los encuentros afectivos como espacios de producción de conocimiento sobre masculinidades otras

En marzo del 2018, propuse el Laboratorio Corpo/Bio/Grafías a Jauría Trans*, espacio con el que tengo, desde sus inicios en el 2017, un vínculo afectivo y activista. Se trata de un lugar de encuentro para personas trans* inserto en el proyecto y las instalaciones del Centro Cultural Border, situado en la colonia Roma Norte de la Ciudad de México.

Con Eugenio Echevarría, su director, nos conocimos hace un par de años, fui yo quien lo contactó, sin embargo, ambos ya nos ubicábamos. Los chismes son una forma de conexión previa a la existencia de una relación encarnada. En efecto, hacía tiempo ya que varias personas me habían comentado que quería conocerme, sabía que en algún momento teníamos que encontrarnos e intuía que íbamos a conectar. De un primer café acabamos realizando algunas actividades en el Centro que Eugenio dirigía. De los antes y los despueses de las actividades, se fue construyendo una complicidad y una alianza que se materializarían en charlas sobre sueños y deseos. Jauría Trans* era uno de los sueños de Eugenio: “hay que hacerlo Alba”. Tenía toda la razón, pero teníamos que encontrar la forma. Yo no podía coordinar un espacio para y de personas trans* pero sí podría hacer de puente. Como siempre. En efecto, para mí, investigar es ser una suerte de puente. Es, más que ser: hacer. Puentear. Intento puentear y traducir con el fin de potenciar otros modos de existencia posibles.

Nathan Ambriz, quien coordinaba en ese entonces y desde sus inicios Jauría Trans*, estaba al otro lado del puente que tendí cuando Eugenio me contaba su sueño. Él tiene unos 30 años, se nombra como hombre trans*. Lo conozco desde el 2012, cuando empezaba su transición. Tiene alma de líder, coordina, estira, empuja, produce, puentea también. Su entusiasmo y su trabajo lo convierte en una pieza clave para Jauría pero también para el grupo Transmasculinidades Mx (de ahora en adelante TMX) de la Ciudad de México, que empezó a reunirse en el CCBorder antes de que Jauría existiera, algo que retoma Nathan en la primera sesión del Laboratorio para presentarme: “Todo fue culpa tuya, Alba”.15 Cuando él deseaba armar el grupo, Eugenio soñaba con Jauría, y yo sentí que esa coincidencia era la condición de posibilidad de materialización tanto del deseo de Nathan como de que Jauría se hiciera realidad. Pues bien, a Nathan le presenté en un primer momento mi idea de lo que deseaba que fuera el Laboratorio Corpo/Bio/Grafías. Se trataba de una sesión semanal de cuatro horas de encuentro y trabajo colectivo donde poder compartir herramientas para construir colectivamente nuestras trayectorias vitales, o como las nombré, nuestras corpo/bio/grafías. Corpo porque deseaba intentar producir narrativas que no dejaran de lado la materialidad y la afectividad, bio porque apelaban a los procesos vitales, a nuestras vidas, y grafías como forma de escritura y registro. Cuando le conté la idea, Nathan de pronto me platicó sobre otra idea que podíamos articular con esta.

Algunas personas del grupo de TMX -que pretendía generar un espacio de encuentro solo para personas que se identificaran con lo transmasculino-, estaban interesadas en construir sus propias narrativas de vida para generar referentes a la comunidad trans*. Dicen que las casualidades no existen, sin más, la cuestión es que todo cuadró. Nathan me propuso que ese laboratorio fuera un espacio de intercambio donde yo pudiera realizar mi investigación y ellos construir sus narrativas, lo cual coincidió plenamente con la esencia colaborativa de mi propuesta. Así comenzó todo. A los pocos días terminé de esbozar mi propuesta a la luz de la propuesta de Nathan, mientras él lo platicaba de forma informal con el resto de personas del grupo. Después, lanzamos la convocatoria.

Desde este conjunto de interrogantes y desde este conglomerado de deseos, fue que llegó la primera sesión. Yo estaba nerviosa, porque mientras llegaba, estaba imaginando cómo presentarme en el grupo. Si bien tenía cierta idea de lo que iba a plantear, esta vez no había hipótesis, me había negado a construirlas, porque sabía que no sabía lo que allí iba a pasar. ¿Cómo explorar el afecto?, ¿cómo verlo?, ¿cómo sentirlo?, ¿cómo traducirlo? No tenía respuestas, y eso, al mismo tiempo que me generaba inseguridad, me permitía abrir un espacio para la creatividad. Y vi a Nathan desde la puerta. Nathan era respirar tranquila, sabía que él siempre lo tiene todo controlado. Entré y estaban Juan y Alex. De momento, caras desconocidas para mí. Nos presentamos. Estaban silenciosos. Nathan llenaba el vacío sonoro de la sala con su cariñoso saludo y contando quienes habían confirmado que asistirían y quiénes no. Yo estaba torpe, se me caían las cosas. ¿Qué era lo que me generaba esa torpeza? La novedad, el deseo, la incertidumbre, y mi condición cisgénero estaban presentes. Si bien llevaba años vinculada con lo trans*, tiempo vinculada con Nathan, con Jauría y con CCBorder, trabajar con masculinidades trans* siendo una lesbiana cisgénero me generaba un poco de inseguridad. ¿A qué respondía mi interés por el grupo de masculinidades trans*? ¿Por qué decidí hacer la colaboración con ellos?

En un principio lo pensé por cuestiones logísticas, sabía que ya eran un grupo consolidado y que varios de ellos son comprometidos con lo que hacen, creía que podía funcionar la alianza. Además, siempre había trabajado con grupos mixtos donde predominan las mujeres trans*. Más tarde, pensándolo más a profundidad, me topé con un deseo. Un deseo poco descriptible, pero real, que me movía a intentar acercarme, rozar, entender, la masculinidad, pero no la masculinidad hegemónica,16 repleta de discursos, normas y prácticas que forman parte de nuestro sentido común. Sino una serie de masculinidades otras -en plural y en proceso-, que desde posiciones sociales en tensión, se construyen colectivamente. Mi deseo estaba ligado al feminismo, o, para ser más específica, al interrogante que plantean las masculinidades dentro de los feminismos.

Hacía años que me rodeaba de amigos trans* y feministas, que habían sido amigas en algún momento. Había construido una familiaridad que me reconciliaba17 con la masculinidad, al fin y al cabo. Que me reconciliaba y que, incluso, me generaba deseo. Deseo por entender, por compartir, por espejearme. Deseos múltiples, algunos más descriptibles que otros, habían confluido en mi decisión por realizar esta investigación con el grupo de masculinidades trans*. Afectos también. El vínculo con Nathan, el vínculo con Emmy, el vínculo con Kani, entre otros, habían sido el caldo de cultivo para materializar esta situación presente.

El primer día fuimos Nathan, Thair, Juan, Ele que hoy es Teo, Andy que hoy es José, Alex al que llamaban Joan, y Fabián. Todos fueron llegando poco a poco. Nathan mientras tanto, me contaba que el grupo de TMX había construido un posicionamiento que tenía que ver con el reconocimiento de la diversidad de procesos que configuraban el espectro de lo transmasculino. Para ellos, el hecho de hablar desde las múltiples posibilidades de ser transmasculino era una forma de potenciar el empoderamiento. Por eso, para ellos era importante producir sus propias narrativas, para mostrar esta pluralidad, para configurar nuevos referentes.

El relato de este contexto ubica mi posición y relación con el grupo, por un lado, pero también da información sobre la producción del trabajo de campo mismo, la producción colectiva del Laboratorio, en cuyas sesiones fuimos compartiendo diferentes aspectos de nuestras vidas y memorias a través de la interpelación a distintos elementos y niveles que escogí a partir de la categoría-archivo corposubjetivación. Hacíamos una introducción de cada sesión donde reflexionábamos sobre estos elementos y niveles conjuntamente, y luego cada quien se dedicaba a producir una escritura al respecto, escritura que nunca se cerró a lo discursivo, sino que se podía realizar mediante las técnicas que mejor nos acomodaran: hubo quien escribió, quien dibujó, quien hizo collage, fotografías, esquemas, etc. La cuestión era narrar.

En la segunda sección, en la que comenzamos a trabajar, conversamos respecto a trayectorias, caminos, devenires, líneas de tiempo, que tenían ciertos marcadores biográficos,18 momentos en los cuales se dan lo que leemos como cambios de etapa, puntos de inflexión, modificaciones de rumbos. Me esforcé en cuestionar la linealidad y causalidad de estos procesos e intentar abrir la posibilidad de que estas rutas tuvieran cierto nivel de complejidad: bifurcaciones, remolinos, vueltas atrás. Las reflexiones antes de comenzar con el ejercicio escritural colectivo eran fundamentales porque de alguna forma construían un marco compartido, un sentido común situacional, que durante el proceso iba tomando forma de saber local construido de forma colectiva.

En la siguiente sesión seguimos con las trayectorias, porque fue un trabajo mucho más arduo del que yo tenía previsto, nos ocupó varias sesiones. Después trabajamos sobre los referentes, modelos, ideales o definiciones que nos habían servido para entendernos a nosotros mismos, para relacionarnos, para identificarnos y para crecer. Luego pasamos a hablar de contextos, mundos, grupos, espacios que habían influido en nuestra forma de vivir, sentir y actuar, y que habían configurado nuestro habitar diferentes cotidianidades. Por último, abordamos las prácticas más relevantes en nuestros procesos de devenir sujetos. Desde el gym hasta el activismo fueron desgranados y compartidos para pensar en cómo habían “impresionado” nuestros cuerpos y subjetividades. Como podemos ver, la categoríaarchivo fue un recurso para detonar la producción de pensamiento colectivo.

De todas estas sesiones salió una gran cantidad de material, de las escrituras de cada uno de los participantes, de los dibujos, de los collages, de las fotografías que trajeron. Nos volcamos de lleno en un ejercicio, no solo de memoria sino, también, de reflexión durante las sesiones que se alargaron, en muchas ocasiones, en los tacos de Álvaro Obregón. El Laboratorio se convirtió en un lugar de encuentro, de complicidad, de confianza donde no paraban de fluir ideas y un deseo muy intenso de ir más allá de sí mismo. En una segunda fase, este proyecto de investigación dejó de ser un encuentro semanal y se convirtió en un encuentro mensual, pero en un trabajo que pasaba por mi relación con algunas de las personas del grupo que se volcaron más en trabajar escrituralmente con sus narrativas. Y si bien, por razones de espacio, es imposible compartir las coescrituras, lo que quisiera recuperar en este ensayo son las dos reflexiones que más tiempo e intensidad implicaron. La primera tiene que ver con la construcción de la masculinidad y la segunda con el papel de la relacionalidad, el afecto, en esta construcción. Ejercicio para el cual me centraré en la descripción de dos escenas etnográficas en particular.

“Yo tengo mis cuates que me aceptan como soy, y me vale madres”: afecto, saberes locales y masculinidades otras

El 9 de junio del 201819 fue la primera sesión que dedicamos al tema de los referentes, que tras varias horas de conversación definimos colectivamente como modelos, ideas, figuras, que habían abierto o cerrado posibilidades de existencia diferentes. A veces eran encarnados, tenían nombre y una historia propia, habían sido personas con roles importantes en nuestras vidas; y otras veces eran figurados, desde caricaturas hasta arquetipos. Los padres, “Ranma y medio”, la “Princesa Caballero”, “C3PO”, los abuelos, la “trailera” del barrio, el “tomboy” o la hacker trans* de las series gringas de moda, habían producido en los procesos de los colaboradores imaginarios de masculinidades más o menos habitables. Los había en relación con la masculinidad y los había que planteaban el imaginario del cambio de género o la ambigüedad como algo posible.

Si entendemos las meta/acciones como interpelaciones que producen ciertas matrices de inteligibilidad interseccional, y situacionalmente podemos afirmar que estos referentes se convertían en las narrativas vitales de los colaboradores de la investigación, en objetos semióticomateriales que a veces fisuraban la matriz heterosexual y cisgénero a través de la cual se iban materializando como sujetos, y otras, la reforzaban. La fisura que producían los referentes no normativos como “Ranma y medio” o la hacker trans* de las series gringas abría la posibilidad de experimentar relacional y materialmente la masculinidad y/o ambigüedad de género en el nivel de las inter/acciones y las encarn/acciones a través de la construcción de una matriz de inteligibilidad otra, situada. En cambio, el padre violento o la trailera incluso, referentes a través de los cuales la masculinidad o la ambigüedad de género20 se hace reconocible en el contexto específico desde su negatividad, reforzaban la matriz hetero y cisnormativa de inteligibilidad produciendo una serie de prácticas corporales -encarn/acciones- y formas de relacionamiento -inter/acciones- normativas. Los referentes positivos, en este caso aquellos que abrían posibilidades en lugar de clausurarlas, nunca se vivían como meros imaginarios discursivos sino que implicaban desde deseos hasta prácticas, pasando por profundas conversaciones consigo mismos o con otras personas cómplices.

A veces eran compartidos, debatidos, chismeados, con algunas de estas personas que acompañaban sus procesos y reflexiones; otras, incluso generaban una suerte de diálogo afectivo entre el referente imaginado/deseado o no deseado y la persona, dotándolos de ese carácter relacional e intersubjetivo que caracteriza el nivel de las inter/acciones. A través de estos diálogos -intercorporales e intersubjetivos- e incluso de otras prácticas corporales que también detonaban -como la experimentación con la venda para ocultar los pechos, algunos juegos infantiles que implicaban el uso de prendas de vestir asignadas socialmente al género contrario al registral, u otras- estos referentes se iban materializando en posibilidades de existencia efímeras, que si bien estaban situacionalmente configuradas, fueron sedimentando como brechas subjetivas y corporales que han ido posibilitando la habitabilidad de la diferencia y de la singularidad.

Pero más allá del papel que han jugado estos, lo que en este espacio me gustaría recuperar es que, paradójicamente, los primeros que se pusieron a debate fueron los referentes de masculinidad encarnada por mujeres. Si bien los padres y abuelos, algunos sutilmente impositivos, otros explícitamente violentos, fueron los protagonistas de la sesión más tarde -referentes negativos que clausuraban la posibilidad de que la mayoría de los colaboradores consideren lo “macho” como algo habitable-, en un inicio la trailera, la machorra y la categoría tomboy y androginia fueron los que salieron en la conversación.

Juan rompió el hielo hablando de L., que fue una de sus primeras novias, “estudiante de la superior de educación física y ella (…) nunca fue femenina”. Para él se trata de un referente de masculinidad porque le permitió empezar a cortarse el cabello y a ponerse playeras y “verme más como yo quería”, cosa que siente como algo positivo. En cambio, acto seguido, compartió que conoció a un “hombre trans” o lo que él leyó en un principio como hombre trans -matiza-, pero

“Que no estaba muy cuidado de su arreglo personal. Este, sí pienso que en mi concepto de estética él se veía mal, entonces dije que yo no quiero esto, prefiero (…) verme bien y definitivamente no quería ser una mujer que se viera masculina. Si me iba a ver bien, me iba a ver bien, no quería ser este concepto de la trailera, un rollo así, siempre he estado peleado con eso.”

El referente negativo de la trailera me llamó mucho la atención, pero no solamente a mí. Andy lo relacionó con “lo sucio, lo vulgar”, Carlos lo asimiló con lo butch y ambos con un personaje de una serie estadounidense de Netflix, Boo, que si bien era “bonito”, para ellos finalmente “tenía un cuidado personal cuestionable” y se “la medía con los machos cuando se metían con ella”. Lo primero que pensé en ese momento fue que su rechazo a este personaje tenía que ver con la clase social pero al plantearlo, la mayoría de ellos me cuestionaron y siguieron platicando sobre lo machista de sus actitudes, lo mujeriego, lo violento, lo territorial y reflexionando en torno a la relación innecesaria entre la masculinidad y la violencia. Concluyeron que se trataba de un referente de “masculinidad tóxica” que les alejaba de esa forma de habitarla.

Nathan planteó que este rechazo le había provocado hace unos años, antes de su transición, un “ir hacia la androginia”, que lo prefería antes de caer en ese tipo de masculinidad. Una androginia que asociaba con ciertas caricaturas del anime japonés, que en los años 90 inundó televisa. Para él fueron una serie de referentes positivos que le abrieron la posibilidad de vivirse desde la ambigüedad de género que en un momento de su vida le fue más materializable que los referentes de masculinidad que conocía como el de la trailera y la machorra. Referentes masculinos que, además de ser leídos por la mayoría de colaboradores como sucios, violentos y vulgares, eran encarnados o figurados en cuerpos de mujer, de lesbiana específicamente. ¿Identificarse con la trailera implicaba restarle posibilidad a la encarnación de una masculinidad reconocible? ¿Qué papel juega la sexualidad lésbica de este referente en el rechazo que estaban planteando? Varios del resto de colaboradores asintieron ante el relato de Nathan y continuaron la conversación recordando los diferentes personajes que aquellos años alimentaron su deseo e inundaron sus fantasías.

Más tarde, Juan siguió contándonos de sus referentes: “mi cuñada empezó a salir con una chica que era como un chico, pero era abiertamente un chico, o sea, yo sí creo que era como travesti cuando menos. Si no se le podría llamar transexual, era travesti o transgénero, no sé. Esta chica tenía su cabello súper corto, bien peinado, y la otra andaba feliz, porque decía “es mi novio”. La cuestión es que Carlos empezó a ver que esta persona, que no se nombraba como trans*, no solamente generaba deseo en su cuñada sino también en su pareja, lo que a él mismo, le generó un deseo y una posibilidad. Así es que hizo de la masculinidad encarnada en un cuerpo asignado registralmente como femenino algo habitable y así es que se abrió la posibilidad de encarnar de modo mimético la masculinidad, todo ello antes de pensarse y nombrarse como trans* y de realizar ciertas modificaciones corporales.

Después de estar platicando de ello concluyó que “podíamos decir que era tomboy”, a lo que yo aproveché para preguntar sobre la diferencia entre tomboy y trailera, que él argumentó por el lado de lo estético, diciendo que era su peinado, su traje, su cuidado personal. Thair, tras estar un buen rato en una escucha silenciosa, dijo que estaba de acuerdo en que había un tema de clase social en lo que estábamos planteando. Para él, tanto el tomboy que asociaron con Shane, otro personaje de una serie lésbica estadounidense, como la trailera, arquetipo peyorativo contextualizado en la sociedad mexicana, tenían actitudes violentas. Pero la cuestión de la clase social y su lugar de procedencia hacían que unas fueran más visibles y permitidas que otras, en este caso las del tomboy eran más sutiles. La reflexión colectiva que en un inicio rechazó la posibilidad de que la negatividad del referente trailera tuviera que ver con la clase social, finalmente acabó en un consenso que además le agregó la cuestión del lugar de procedencia de cada referente. En ningún momento se apeló a la sexualidad lésbica de estos referentes como fuente de dicho rechazo, pues incluso el tomboy aún representándola, no fue rechazado en un principio. Sin embargo, lo más interesante no fue eso sino que toda la conversación, la cual es imposible reproducir a cabalidad en este espacio, giró en torno a la cuestión de las prácticas machistas que todos asociaron a estas dos figuraciones.

Al rato, mientras seguían platicando de ello, Andy intervino:

“Creo que, obviamente, la construcción de lo masculino, eh, para nosotros como hombres trans* es muy diferente de la construcción de lo masculino de los hombres cis, porque finalmente muchos de nosotros hemos vivido la violencia de género como mujeres, ¿no? Y entonces, eh, a la hora de construir nuestra masculinidad, eh, me parece que por lo menos en mi caso siempre es de “yo no, yo no voy a ejercer violencia de género”, y si eso significa que yo no voy a ser el macho alfa mexicano, pues está bien, seré otro tipo de hombre, pero he vivido violencia de género, en muchos niveles y simplemente, no voy a dejar que ese modelo cultural me arrastre porque yo no quiero ser eso.”

¿Cómo se encarna una masculinidad que retoma la memoria y la experiencia de la violencia de género vivida como mujeres? ¿Qué tipo de masculinidad se encarna desde lo que plantea Andy? ¿Cómo se reconoce la masculinidad de un hombre que no quiere ejercer prácticas machistas? ¿Existen referentes de masculinidad no machista? Ninguno de ellos encontró en su historia alguno. Los padres, los abuelos, los tíos, todos, habían tenido actitudes y/o estilos de vida que relacionaban con esa figura del macho mexicano, si bien no plenamente, de formas situadas que les generaban rechazo. De hecho, el precio por no reproducirlas o incluso, por no hacer complicidad con ellas, era ser considerados “nenitas” o “jotos” entre los grupos de hombres cisgénero que habitaban fuera del Laboratorio.

Aun así, la mayoría de ellos coincidieron en que no deseaban ese tipo de reconocimiento.21 Sus experiencias de la violencia desde el lugar de quien la recibe no les permitían construir una masculinidad que ocupase una posición social para la legitimación de la cual su ejercicio es una norma. Si volvemos a la cinta de Moebius podríamos pensar cómo en el nivel de las encarn/acciones el ejercicio de la violencia produce un efecto de sujeto hombre y la exposición a la violencia así como las prácticas corporales para enfrentarla o evitarla encarnan un sujeto mujer. Estas reflexiones de los colaboradores muestran un devenir desde una superficie de la cinta donde han sido violentados a otra donde no quieren violentar, ¿cómo construirse entonces como hombres?

Ahí, el grupo de TMX emergió como un espacio de posibilidad donde estas otras masculinidades que no reproducen prácticas violentas o machistas eran valoradas, legitimadas, reconocibles, dentro del amplio espectro de la transmasculinidad y de la transición que habían estado configurando. Sin embargo Thair se encargó de recalcar que no siempre era así, que “dentro de lo trans” era “dominante” que chicos que no tenían referentes como este grupo en particular, reprodujeran prácticas machistas para ser reconocidos como hombres en sus contextos.

Para él, no todo el mundo tiene el privilegio y los recursos para acceder a espacios así. Andy se sumó a la reflexión,

“Y es que yo creo que, eh, este grupo es, eh, especial dentro de lo trans, eh. Pensando en lo que los conozco y lo que hemos platicado, creo que todos o hemos tenido procesos terapéuticos o hemos estado en espacios donde nos han hecho reflexionar sobre el género. Que nos han hecho reflexionar sobre la masculinidad, nos ha hecho reflexionar, y nos hemos dado esa oportunidad y nos encontramos. Yo lo platicaba con mi terapeuta el primer día que vine este, al grupo de transmasculinos, que dije es que caí en el mejor que podría encontrar. Porque la verdad es que yo, hasta me acuerdo que antes de entrar puse un mensaje ahí en el face: es que mi situación es tal, y yo no estoy en testosterona, y yo soy así y, este, no quiero… Incluso yo con miedo de estar invadiendo un espacio que no fuera mío. Que decir, a lo mejor yo no pertenezco acá. Y llegar acá y ver que es un espacio donde se permite todas estas masculinidades diferentes ya nos hace diferentes a la población trans pues que no tiene acceso a estos espacios, que no tiene acceso a procesos y que finalmente se quedan con eso, se quedan con estos referentes masculinos este, hipermachistas, hiperviolentos, y esa es la forma en la que ellos creen que pueden encontrar validación ¿no? Finalmente si a mí los weyes de mi oficina, con los que juego fut, en (…) me retan mi masculinidad, finalmente yo tengo, ahora sí que, una de las grandes bendiciones de este grupo es que yo tengo la posibilidad ahorita de decirles, ¡ah!, pues se van a la chingada yo tengo mis cuates que me aceptan como soy y me vale madres.”

Nathan también aclaró que en el grupo de TMX al inicio hubo resistencias, no todos estaban de acuerdo en que lo trans* fuera tan plural, incluso había personas que lo clasificaban en función del momento en el que se estaba del tratamiento hormonal -Pre-T o T-, o que si venían otras que no deseaban o no podían hacer ese tratamiento las trataban como lesbianas. Pero estas concepciones y actitudes se fueron cuestionando hasta el punto que los que se quedaron en el espacio estaban en acuerdo en que nadie podía juzgar la transición de otros, lo que no estaba exento de tensiones. ¿Qué era lo que los unía si disolvían la normatividad de lo trans* como categoría identitaria? O, como dijo Joan: “si nos ponemos tan flexibles y cabemos todos, entonces, ¿qué es lo que nos define?” Quizá una posible ruta para responderla es a través de la complicidad, como dijo Andy,

“Porque finalmente (…) no somos iguales, nuestros procesos no son iguales, todos estamos viviéndolo de diferente manera, pero lo estamos viviendo, y estamos viviendo algo juntos, y estamos, eh, pues cada vez que alguien en el chat de WhatsApp pone que, este, ya consiguió su cita en la Condesa ¿no? O que va a comprar un binder o que este (…) o que ya va a ser su cirugía. Son de estas cosas que a mí me refiere y que la verdad es que el único referente y así de importante e intenso ha sido mi vivencia en Transmasculidades Mx y estar en este grupo ha sido, eh, el único que me refiere de sentirme tan a gusto en un espacio es cuando estaba con la Rebel. Y era esta misma complicidad de (…) las prácticas.”

En esta escena etnográfica, en la que he intentado describir una parte de una de las sesiones del Laboratorio, se pueden apreciar varios nodos de análisis claves, que tienen que ver, por un lado, con la apropiación de referentes de la masculinidad y, por el otro, con el papel que ha jugado en esto el espacio grupal TMX y los saberes locales que los colaboradores y el resto de miembros han producido. A partir del análisis colectivo mostrado podemos observar cómo ciertos argumentos analíticos centrales que se han presentado en la escena hacen tambalear la idea de sujeto que comentábamos al inicio. Al mismo tiempo, muestran cómo el afecto, pensado como relacionalidad e interdependencia, como capacidad de un cuerpo de ser afectado y afectar, opera en el nivel de las inter(acciones) produciendo espacios relacionales -como el Laboratorio o el grupo Transmasculinidades- de construcción de saberes locales que legitiman otras rutas de inteligibilización posibles. Masculinidades otras que retan y retuercen las matrices normativas de la vida social -que instauran la masculinidad hegemónica como única posibilidad legítima de vivencia de la masculinidad- particularizándolas, es decir, produciendo, otros referentes de masculinidad o meta(acciones) que a través de las prácticas -encarn/acciones- se materializan en los procesos de corposubjetivación y singularización de los miembros del grupo, que también están atravesados por otros contextos, relaciones y saberes que habitan, experimentan y construyen en su cotidianidad.

Todo ello aunado al hecho de que la pertenencia al grupo tenga que ver no solamente con la identidad trans* sino también con la complicidad que se genera a través de ciertas prácticas compartidas relativas a los procesos de transformación subjetiva y corporal, cuestiona la esencialidad y estaticidad del sujeto racional y coherente del neoliberalismo. La necesidad del otro para conferirnos de cierta inteligibilidad y hacernos reconocibles, la necesidad de reflexionar colectivamente para producir un yo, cuestiona de forma radical la independencia y el individualismo intrínseco a la misma idea neoliberal de individuo, así como la dicotomía interioridad-exterioridad que configura los límites normativos de los sujetos en el marco de la epistemología sexual dominante. Pero todavía es más complejo cuando vemos que son los saberes locales -apelando a la racionalidad pero también a la sensibilidad y que se construyen desde la relacionalidad-, los que posibilitan este hacernos comprensibles, saberes que desbordan y cuestionan los saberes hegemónicos a través de los cuales nos hacemos reconocibles como sujetos. Ahí, el afecto, como decíamos al inicio de este trabajo, tiene un papel fundamental porque nos mueve hacia esos otros con los que construimos, nos junta, a pesar de que en la cotidianidad habitemos espacios en los que esta masculinidad otra no sea siempre inteligible. Y nos mueve en esa dirección porque es aquella que permite, más que “convertirnos en hombres” perfectos, construir existencias vivibles a partir de ciertos ejercicios de reterritorialización que validan nuestras experiencias.

Sin embargo, no podemos obviar la condición contradictoria que configura los procesos de corposubjetivación, donde el afecto, produce, además de la diferencia y la singularidad, una situacionalidad que llega a tensar incluso los saberes locales que se producen en el grupo. Y tampoco pensar que se trata de procesos transparentes, lineales, donde el relato que se construye en el grupo puede objetivar del todo el nivel de la experiencia de los colaboradores en otros espacios y momentos de la cotidianidad donde están afectados de otros modos e impresionados por otros cuerpos. Para mostrar esto, quisiera recuperar de forma breve una conversación que tuve con uno de los colaboradores un día que estábamos solos en Jauría Trans*.

“No quiero ser un hombre”: deseo, situacionalidad y desterritorializaciones cotidianas

Ese día el rostro de Santiago22 hablaba por sí solo, lo sentí con una energía muy baja, que se encarnaba en una mirada triste y escurridiza. Le di un abrazo y le pregunté, “¿qué traes?”. No tardó ni un segundo en contestar: “es mi masculinidad, se trata de mi masculinidad”.

Al deshacerse del abrazo empezó a contarme que estaba muy conflictuado porque siempre intentaba no reproducir esa masculinidad tóxica de la que tanto habíamos hablado en el grupo, pero al mismo tiempo había situaciones en las que le “fluía”, le daba cierto poder e incluso lo disfrutaba y lo deseaba. Me puso un ejemplo gráfico que dibujó imaginariamente sobre la mesa. “Los hombres cis van de A a B en línea recta. B, es la masculinidad tóxica, machista. Nosotros, o por lo menos yo, zigzagueo para no llegar ahí”. Ese zigzagueo era fruto de una reflexividad constante que Santiago solía verbalizar sin mucho problema. Sin embargo, en esta ocasión el problema era que en varias situaciones había sentido gusto por ocupar posiciones de poder vinculadas con la masculinidad, que si bien no reproducían violencias físicas ni verbales, sí lo ponían a reproducir prácticas corporales que él asocia con esta masculinidad tóxica. Un gusto que no se podía explicar.

Su pareja lo había confrontado con esta cuestión un día en el que Santiago se enfrentó a un hombre que se estaba tocando sus genitales en un parque mientras miraba cómo romanceaban él y su pareja. Ese hombre, de unos 70 años, que cuando fue abordado por Santiago negó una vez tras otra que estuviera masturbándose, estaba sentado, mientras él lo gritoneó, lo correteó y lo amenazó con llamar a la policía. Esa situación, la forma en que Santiago ocupó la posición de poder, la encarnó, por un lado lo conflictuó y lo entristeció, porque suponía un fracaso en ese zigzagueo, pero, por el otro, le generó deseo. Esta tensión lo llevaba a cuestionar de forma radical su identidad: “¿de verdad quiero ser un hombre?” En este momento de la conversación, yo intervine cuestionando a través de mi propia experiencia en relación con la identidad de mujer y lesbiana cisgénero la forma en que estaba definiendo y sintiendo la identidad para encontrar una vía que abriera, en lugar de clausurar, las múltiples posibilidades de existencia que cualquier categoría identitaria objetiva. Santiago, después de un largo silencio que denotaba reflexión, repitió varias veces, “no quiero ser un hombre así, no quiero”. Y cierro esta escena con su frase final: “no quiero pero es muy difícil no caer”.

Si articulamos esta segunda escena con la primera podemos ver cómo la situacionalidad es fundamental en los procesos de corposubjetivación. Una situacionalidad que se da en el plano de la experiencia y que constantemente quiebra las certezas que construimos en pos de inteligibilizarnos e inteligibilizar el mundo. Pero también podemos observar cómo en los procesos de materialización subjetiva y corporal, ni los saberes hegemónicos ni los locales pueden ser citados a cabalidad y reproducidos de forma idéntica a sí mismos. Todo lo contrario, en la dimensión afectiva de la vida están en desterritorialización y reterritorialización constante, lo cual implica que estos procesos sean abiertos, plurales, heterogéneos y estén atravesados por cuestiones sumamente volátiles que si bien los configuran situacionalmente, son difícilmente descifrables en términos analíticos. ¿Por qué en el grupo hay tanta certeza de que no quieren reproducir esa “masculinidad tóxica” que tiene que ver con el ejercicio de prácticas machistas y fuera del grupo, en situaciones determinadas, esa convicción se desvanece y se transforma en deseo, un deseo por el poder que implica este ejercicio? ¿Es ese deseo analizable, descifrable? ¿Podemos pensar en cuáles son sus condiciones de posibilidad? En la conversación no conseguimos responder a esas preguntas.

Sin embargo, aquí lo que nos interesa rescatar es el carácter paradójico de los procesos de materialización, la imposibilidad de estabilizarlos por completo, y cómo las desterritorializaciones nos van moviendo y configurando de forma singular, en relación, pues la situación con el señor del parque es un engranaje donde el afecto es fundamental, la forma en que los tres cuerpos y lo que los rodea se impresionan mutuamente y se materializan relacional y situacionalmente.

Si bien podemos hacer un análisis interseccional, viendo cómo la edad, la clase social, la racialización, el género, la sexualidad y las capacidades corporales posibilitan y configuran las diferentes posiciones de poder de la escena -quizá serían distintas si el señor en lugar de 70 años hubiera tenido 40, p. e.-, este análisis no nos informa de cómo se afectan entre sí los cuerpos, de cómo se configura afectivamente ese mapa situacional de posiciones, en el entre de las cuales, se da una intensidad movilizadora que desterritorializa o desborda el mismo análisis interseccional.

En el relato detallado de Santiago pude entender el acontecimiento e intuir el contexto. La posición de los cuerpos -Santiago de pie, su novia dos pasos atrás, escondida tras él, el señor sentado-, la disposición, el gesto y la actitud corporal -el cuerpo de Santiago abierto, con el pecho hacia fuera y la cabeza en alto, el señor encogido en el banco del parque, la compañera de Santiago encarnando miedo-, los cruces de miradas, voces, gestos, la temperatura, la gente que pasaba, todo este conjunto situacional de elementos, o siguiendo a Slaby, esta disposición afectiva (affective arrangement),23 si bien no responde a la pregunta del porqué, nos informa de la configuración situacional de la dimensión afectiva de la vida sociomaterial. Dimensión en la que el movimiento, el devenir, cuestiona la estabilidad de la normatividad que ordena y regula, captura y da formas legibles, a toda esta materialidad. En la que la situacionalidad hace emerger constantemente la diferencia, pero no una diferencia dicotómica, sino una diferencia constitutiva de lo social.

La disposición afectiva del parque, de la conversación que tuvimos con Santiago y la del grupo que he analizado en la sección anterior, nos muestran, además, dos dimensiones que están siempre en tensión, la dimensión individual y la colectiva. La individual donde el sujeto agencia y se vincula con el mundo afectivamente, desde la posición normativa que cada contexto predispone, y la dimensión colectiva donde esta posición se articula con condiciones y elementos diversos, donde cada elemento, con condición y agencia, está vinculado con el resto pero tiene un funcionamiento autónomo (Slaby 2018). Así es como Slaby define las disposiciones afectivas a partir del concepto de ensamblaje o disposición (arrangement) de Deleuze y Guattari, pero también a partir del concepto disclosure posture, que retoma de Katherine Withy, quien tiene una postura post femomenológica. Propuesta analítica que nos permite, si bien no comprender a plenitud, pues no es el objetivo, sí analizar la afectividad situada que se da en las diferentes escenas, una afectividad situada que está ensamblada con la dimensión normativa, pero al mismo tiempo, la excede.

A través de la articulación de estas dos escenas no buscamos respuestas, sino interferencias, complejizaciones, que en lugar de objetivarlas, hagan saltar por los aires cualquier certeza identitaria y normativa, para dejar aflorar la potencia del afecto como detonador de los procesos de singularización, de posibilidades de existencia diferentes. La paradoja a la que llegamos puede entonces que sea constitutiva de lo social.

Conclusiones

De archivos, deslizamientos y complicidades

Los ensamblajes teórico-empíricos que configuran los archivos críticos nos permiten desgranar las diferentes dimensiones de la vida que se imbrican en nuestros procesos de materialización subjetiva y corporal. En este sentido, posibilitan un análisis que pretende desbinarizar y encarnar el pensamiento cartografiando la paradoja y la complejidad que la vida sociomaterial implica, más que representando fielmente una realidad que se nos presenta incapturable. Slaby con sus disposiciones afectivas nos ofrece un ejemplo para ello.

En las escenas etnográficas analizadas, podemos ver cómo se articulan de forma compleja la dimensión normativa y la dimensión afectiva de la vida y cómo “impresionan” los procesos de materialización subjetiva y corporal de todos sus participantes. En la dimensión normativa de la primera escena, podemos observar cómo la clase social, la racialización y la procedencia afectan nuestra forma de relacionarnos con determinados referentes, pero, al mismo tiempo, posibilitan la construcción de espacios de relación que producen una crítica encarnada a la normatividad a través de la inteligibilización compartida de las experiencias de vida que exceden la matriz cisheterosexual. Esta inteligibilización colectiva a través de la construcción de saberes locales es una suerte de reterritorialización que configura posibilidades de existencia. Sin embargo, a través del análisis de la segunda escena vemos que en cualquier otro evento, se transforma la disposición afectiva y, por lo tanto, se vuelve a desterritorializar esta inteligibilización cuestionando nuestra capacidad de ordenar, homogenizar, objetivar el mundo para comprendernos a nosotros mismos. Es decir, poniendo de nuevo en tensión la dimensión normativa de la vida sociomaterial a través de los movimientos constantes de la dimensión afectiva. Como afirma Slaby “estamos “arrojados” y afectados por más de lo que podemos procesar, de maneras que no acabamos de ver completamente” (2018), lo cual explica la inquietud de Santiago, y su necesidad de volver a inteligibilizarse como hombre trans*, su necesidad de identidad. Pero al mismo tiempo, la dificultad de mostrar desde la investigación estos procesos de singularización.

Efectivamente, los saberes locales reterritorializan las fugas, las hacen comprensibles, las normativizan con el fin de producir reconocibilidad -algo que podemos ver en el análisis de la primera escena- pero estos se vuelven a desterritorializar situacionalmente -como vemos en la segunda-. Y es aquí donde emerge el carácter paradójico de los procesos de materialización subjetiva y corporal, que siempre caminan sobre la cuerda floja del entre ambas dimensiones, y del entre la diferencia constitutiva y la mismidad identitaria.

A partir de ciertos deslizamientos metodológicos y con el fin de rozar el análisis del afecto, hemos propuesto una posición analítica -vulnerabilidad analítica- y dos juegos metodológicos diferentes -coescrituras etnográficas y encuentros afectivos- que si bien por las limitaciones de espacio de este ensayo no se han podido mostrar, hemos intentado describir lo que su puesta en práctica requiere y posibilita, que es el análisis de esta dimensión sociomaterial de la vida tan escurridiza. Un análisis fragmentario, construido a partir de la complicidad etnográfica, que muestra las tensiones y paradojas con el objetivo de complejizar en lugar de homogenizar y simplificar las realidades etnografiadas.

Con el análisis de una parte de la sesión grupal que versaba sobre referentes y del encuentro afectivo con Santiago, hemos intentado mostrar el papel del afecto en los procesos de materialización subjetiva y corporal, donde la situacionalidad está constantemente produciendo movimientos de desterritorialización que imposibilitan la clausura y estabilización de los mismos a través de la dimensión normativa. Este análisis muestra al mismo tiempo el cuestionamiento y descentramiento de la noción de sujeto occidental moderno, por lo tanto, problematiza y pone en tensión la epistemología sexual dominante que abordábamos en el primer apartado de este ensayo, aportando elementos para la construcción de otras epistemologías (sexuales) posibles. El interrogante que resta por responder es si desde la etnografía feminista es factible proponer otras epistemologías sexuales que abran la posibilidad de construir nuevas estrategias políticas emancipadoras que no reproduzcan de nuevo la regulación como forma de producción de dignidad para aquellos sujetos que no nos ajustamos a la matriz cisheterosexual.

Referencias

1 

Ahmed, S. 2015. La política cultural de las emociones. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Programa Universitario de Estudios de Género.

S. Ahmed 2015La política cultural de las emocionesMéxicoUniversidad Nacional Autónoma de México, Programa Universitario de Estudios de Género

2 

Archambault, J. S. 2016. Taking love seriously in human-plant relations in Mozambique: Toward an anthropology of affective encounters. Cultural Anthropology, 31(2): 244- 271.

J. S. Archambault 2016Taking love seriously in human-plant relations in Mozambique: Toward an anthropology of affective encountersCultural Anthropology312244 271

3 

Barad, K. 2003. Posthumanist performativity: Toward an understanding of how matter comes to matter. Signs, 28(3): 801-831. doi:10.1086/345321.

K. Barad 2003Posthumanist performativity: Toward an understanding of how matter comes to matterSigns28380183110.1086/345321

4 

Behar, Ruth. 1996. The vulnerable observer. Anthropology that breaks your heart. Boston: Beacon Press.

Ruth Behar 1996The vulnerable observer. Anthropology that breaks your heartBostonBeacon Press

5 

Braidotti, R. 2005. Metamorfosis. Hacia una teoría materialista del devenir. Madrid: Akal.

R. Braidotti 2005Metamorfosis. Hacia una teoría materialista del devenirMadridAkal

6 

Butler, J. 2007 [1990]. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.

J. Butler 2007El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidadBarcelonaPaidós

7 

Butler, J. 2009. Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Barcelona: Paidós .

J. Butler 2009Marcos de guerra. Las vidas lloradasBarcelonaPaidós

8 

Berlant, L. 2011. Cruel optimism. EUA: Duke University Press.

L. Berlant 2011Cruel optimismEUADuke University Press

9 

Connell, R. W. y Messerschmidt, W. 2005. Hegemonic masculinity: rethinking the concept. Gender and Society, 19(6): 829-859, diciembre. EUA: Sage Publications, Inc.

R. W. Connell W. Messerschmidt 2005Hegemonic masculinity: rethinking the conceptGender and Society196829859EUASage Publications, Inc

10 

Connell, R. W. 1995. Masculinities. Berkeley y Los Ángeles: University of California Press.

R. W. Connell 1995MasculinitiesBerkeleyLos ÁngelesUniversity of California Press

11 

Crenshaw, K. 1989. Demarginalizing the intersection of race and sex: A black feminist critique of antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politics. University of Chicago Legal Forum, 1989(1): art. 8.

K. Crenshaw 1989Demarginalizing the intersection of race and sex: A black feminist critique of antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politicsUniversity of Chicago Legal Forum19891

12 

Deleuze, Gilles y Guattari, Félix. 2004 [1980]. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos.

Gilles Deleuze Félix Guattari 2004Mil mesetas. Capitalismo y esquizofreniaValenciaPre-Textos

13 

Edelman, Lee. 2014. No al futuro. Barcelona/Madrid: Egalés.

Lee Edelman 2014No al futuroBarcelonaMadridEgalés

14 

Ellis, Carolyn. 2004. Creando criterios: una breve historia etnográfica. En Silvia M. Bernard Calva (Selec. de textos), Autoetnografía. Una metodología cualitativa. México: Universidad Autónoma de Aguascalientes, El Colegio de San Luis, A. C., 187-194.

Carolyn Ellis 2004Creando criterios: una breve historia etnográfica Silvia M. Bernard Calva Autoetnografía. Una metodología cualitativaMéxicoUniversidad Autónoma de Aguascalientes, El Colegio de San Luis, A. C.187194

15 

Ellis, Carolyn, Adams, Tony E., Bochner, Arthur P. 2004. Autoetnografía: un panorama. En Silvia M. Bernard Calva (Selec. de textos), Autoetnografía. Una metodología cualitativa. México: Universidad Autónoma de Aguascalientes, El Colegio de San Luis, A. C. , 17-42.

Carolyn Ellis Tony E. Adams Arthur P. Bochner 2004Autoetnografía: un panorama Silvia M. Bernard Calva Autoetnografía. Una metodología cualitativaMéxicoUniversidad Autónoma de Aguascalientes, El Colegio de San Luis, A. C.1742

16 

Flores, Val. 2013. Interrupciones. Ensayos de poética activista. Neuquén, Argentina: La Mondonga Dark.

Val Flores 2013Interrupciones. Ensayos de poética activistaNeuquén, ArgentinaLa Mondonga Dark

17 

Foucault, Michel. 2011 [1978]. Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. México: Siglo XXI.

Michel Foucault 2011Historia de la sexualidad I. La voluntad de saberMéxicoSiglo XXI

18 

Foucault, Michel. 1995. ¿Qué es la crítica? Revista de Filosofía, 11: 5-25. http://revistas.um.es/daimon/article/viewFile/7261/7021.

Michel Foucault 1995¿Qué es la crítica?Revista de Filosofía11525http://revistas.um.es/daimon/article/viewFile/7261/7021

19 

Guattari, Félix y Rolnik, Suely. 2006. Micropolítica. Cartografías del deseo. Madrid: Traficantes de Sueños.

Félix Guattari Suely Rolnik 2006Micropolítica. Cartografías del deseoMadridTraficantes de Sueños

20 

Lara, Ali, y Enciso, Giazú. 2013. El giro afectivo. The affective turn. Athenea Digital, 13(3): 101-119. https://doi.org/10.5565/rev/athenead/v13n3.1060.

Ali Lara Giazú Enciso 2013El giro afectivo. The affective turnAthenea Digital13310111910.5565/rev/athenead/v13n3.1060

21 

Lugones, María. 2005. Multiculturalismo radical y feminismos de mujeres de color*. Revista Internacional de Filosofía Política, 25: 61-76.

María Lugones 2005Multiculturalismo radical y feminismos de mujeres de color*Revista Internacional de Filosofía Política256176

22 

Haraway, Donna. 1995. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra.

Donna Haraway 1995Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturalezaMadridCátedra

23 

Muñiz, Elsa (coord.). 2010. Disciplinas y prácticas corporales. Una mirada a las sociedades contemporáneas. Barcelona-México: Antropos-Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, 5-50 y 86-114.

Elsa Muñiz 2010Disciplinas y prácticas corporales. Una mirada a las sociedades contemporáneasBarcelonaMéxicoAntropos-Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco550

24 

Nardini, Krizia. 2014. Volverse otro: el pensamiento encarnado y la “materia o importancia transformadora” de la teorización del (nuevo) materialismo feminista. Artnodes. Revista de arte ciencia y tecnología, 14: 18-25.

Krizia Nardini 2014Volverse otro: el pensamiento encarnado y la “materia o importancia transformadora” de la teorización del (nuevo) materialismo feministaArtnodes. Revista de arte ciencia y tecnología141825

25 

Parrini Roses, Rodrigo (coord.). 2012. Los archivos del cuerpo. ¿Cómo estudiar el cuerpo? México: UNAM-PUEG.

Rodrigo Parrini Roses 2012Los archivos del cuerpo. ¿Cómo estudiar el cuerpo?MéxicoUNAM-PUEG

26 

Parrini Roses, Rodrigo. 2016. Falotopías. Memoria, deseo y crueldad. Bogotá: Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos, Universidad Central.

Rodrigo Parrini Roses 2016Falotopías. Memoria, deseo y crueldadBogotáInstituto de Estudios Sociales Contemporáneos, Universidad Central

27 

Parrini Roses, Rodrigo. 2018. Deseografías. Antropología del deseo y prácticas de la diferencia. México: Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM y Departamento de Antropología, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

Rodrigo Parrini Roses 2018Deseografías. Antropología del deseo y prácticas de la diferenciaMéxicoCentro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM y Departamento de Antropología, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

28 

Pink, Sarah. 2015. Doing sensory etnography, 2a ed. Londres: Thousand Oaks; New Delhy: SAGE.

Sarah Pink 2015Doing sensory etnography2LondresThousand OaksNew DelhySAGE

29 

Pons Rabasa, Alba. 2016. De las transformaciones sociales a las micropolíticas corporales: un archivo etnográfico de la normalización de lo trans* y los procesos de corposubjetivación en la Ciudad de México. Tesis de doctorado. Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México.

Alba Pons Rabasa 2016De las transformaciones sociales a las micropolíticas corporales: un archivo etnográfico de la normalización de lo trans* y los procesos de corposubjetivación en la Ciudad de MéxicodoctoradoUniversidad Autónoma MetropolitanaIztapalapa, MéxicoIztapalapa, México

30 

Pons Rabasa, Alba. 2018. Vulnerabilidad analítica, interseccionalidad y ensamblajes: hacia una etnografía afectiva. En Pons Rabasa, Alba y Siobhan Guerrero Mc Manus (coords.), Afecto, cuerpo e identidad. Reflexiones encarnadas en la investigación feminista, México: Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, 23-52.

Alba Pons Rabasa 2018Vulnerabilidad analítica, interseccionalidad y ensamblajes: hacia una etnografía afectiva Alba Pons Rabasa Siobhan Guerrero Mc Manus Afecto, cuerpo e identidad. Reflexiones encarnadas en la investigación feministaMéxicoInstituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM2352

31 

Pons Rabasa, Alba . 2019. Desafíos epistemológicos en la investigación feminista: hacia una teoría encarnada del afecto. Debate Feminista, 57, febrero-marzo.

Alba Pons Rabasa 2019Desafíos epistemológicos en la investigación feminista: hacia una teoría encarnada del afectoDebate Feminista57

32 

Pons Rabasa, A. y Guerrero Mc Manus, S. (coords.). 2018. Afecto, cuerpo e identidad. Reflexiones encarnadas en la investigación feminista. México: Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM , 1-22.

A. Pons Rabasa S. Guerrero Mc Manus 2018Afecto, cuerpo e identidad. Reflexiones encarnadas en la investigación feministaMéxicoInstituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM122

33 

Puar, Jasbir. 2013. Homonationalism as assemblage: Viral travels, affective sexualities. Jindal Global Law Review, 4(2): 23-43.

Jasbir Puar 2013Homonationalism as assemblage: Viral travels, affective sexualitiesJindal Global Law Review422343

34 

Puar, Jasbir. 2013. Prefiro ser um ciborgue a ser uma deusa: interseccionalidade, agenciamento e política afetiva. Revista Meritum, 8(2): 343-370, julio diciembre. Belo Horizonte.

Jasbir Puar 2013Prefiro ser um ciborgue a ser uma deusa: interseccionalidade, agenciamento e política afetivaRevista Meritum82343370Belo Horizonte

35 

Sabsay, Leticia. 2014. Políticas queer, ciudadanías sexuales y decolonización. En Falconí, Diego, Castellanos, Santiago y Viteri, María Amelia (eds.), Resentir lo queer en América Latina: diálogos desde/con el Sur. Barcelona/Madrid: Egalés , 45-58.

Leticia Sabsay 2014Políticas queer, ciudadanías sexuales y decolonización Diego Falconí Santiago Castellanos María Amelia Viteri Resentir lo queer en América Latina: diálogos desde/con el SurBarcelonaMadridEgalés4558

36 

Slaby, Jan. 2016. Relational affect. Affective Societies Investigation group, SFB 1171 Working Paper. 2/16.

Jan Slaby 2016Relational affect. Affective Societies Investigation groupSFB 1171 Working Paper

37 

Slaby, Jan. 2018. Affective arrangements and disclosive postures: Towards a postphenomenology of situated affectivity. Phänomenologische Forschungen, 2: 197-216.

Jan Slaby 2018Affective arrangements and disclosive postures: Towards a postphenomenology of situated affectivityPhänomenologische Forschungen2197216

38 

Vacarezza, Nayla Luz. 2010. Aportes de Spinoza para reflexionar acerca de la vida corporal del género, las mujeres y el feminismo. A parte Rei. Revista de Filosofía, septiembre.

Nayla Luz Vacarezza 2010Aportes de Spinoza para reflexionar acerca de la vida corporal del género, las mujeres y el feminismoA parte Rei. Revista de Filosofía

39 

Viveros, Mara. 2016. La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación. Debate Feminista, 52: 1-17.

Mara Viveros 2016La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominaciónDebate Feminista52117

40 

Yébenes Escardó, Zenia. 2014. Los espíritus y sus mundos: locura y subjetividad en el México moderno y contemporáneo. México: Gedisa.

Zenia Yébenes Escardó 2014Los espíritus y sus mundos: locura y subjetividad en el México moderno y contemporáneoMéxicoGedisa

41 

Zapata, Laura y Genovesi, Mariela. 2014. Jeanne Favret-Saada: “ser afectado” como medio de conocimiento en el trabajo de campo antropológico. Avá. Revista de Antropología, 23: 49-67. Argentina: Univesridad Nacional de Misiones.

Laura Zapata Mariela Genovesi 2014Jeanne Favret-Saada: “ser afectado” como medio de conocimiento en el trabajo de campo antropológicoAvá. Revista de Antropología234967ArgentinaUnivesridad Nacional de Misiones

Notes

[1] Agradezco los comentarios recibidos por parte de la Mtra. Silvia Soler Casellas, que me han ayudado a concretar varias de las reflexiones aquí planteadas.

[2] Proyecto de investigación asesorado por la Dra. Ana Buquet Corleto, realizado en el Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM que ella dirige, y financiado por el Programa de Becas Posdoctorales de la Coordinación de Humanidades de la misma casa de estudios.

[3] Si bien la desbinarización del pensamiento occidental moderno ha sido planteada desde diferentes disciplinas y genealogías, en este caso me enmarco en la propuesta realizada desde la epistemología feminista, en concreto, siguiendo los desarrollos que ha realizado Donna Haraway. Para ampliar la información sobre la misma véase Haraway (1995), y para profundizar en la presente propuesta véase Pons Rabasa (2019).

[4] Podemos encontrar ejemplos etnográficos de este deslizamiento y de la necesidad de apropiación de categorías globales como gay o trans por parte de sujetos no normativos en la etnografía de Parrini (2018) y Pons Rabasa (2016).

[5] En el llamado en ciencias sociales y humanidades “giro afectivo” nos encontramos con un acalorado debate respecto a la necesidad o no de definir y diferenciar el afecto de las emociones. Para profundizar en la discusión y en el giro afectivo véase Lara y Enciso (2013).

[6] Aquí, cabe matizar la diferencia entre singularización e individuación, lo cual tiene que ver con la noción de sujeto y de cuerpo que subyace al pensamiento occidental moderno. En mi trabajo, hago un esfuerzo por descentrar esta idea de sujeto y poner el foco de interés en la relacionalidad, es por ello que un proceso de singularización refiere a un proceso de reapropiación subjetiva y corporal, de materialización, que no está limitado por la piel sino que se da en conexión no solamente con los otros sujetos sino también con el mundo con el que estos están imbricados. Para profundizar sobre esta distinción véase Rolnik y Guattari, (2010).

[7] El nivel de las meta/acciones produce matrices de inteligibilidad singularizadas por los ejes de diferenciación social del contexto en el que se ubica la experiencia a analizar. Meta para mostrar su condición totalizadora, homogeneizadora y normativa. Acciones porque es la citación a lo meta la que lo hace real y posible materialmente. Es a través de la relacionalidad y, por tanto, del afecto, que estos vectores de jerarquización social producen referentes y matrices de inteligibilidad situadas, singularizando así los procesos de corposubjetivación.

[8] El nivel de las inter/acciones implica la intercorporalidad y la intersubjetividad, es decir, la relacionalidad, y va configurando espacios corporales, límites, conexiones, que vamos dibujando afectivamente y que van trazando “zonas de contacto” e “impresionando” nuestros cuerpos, por decirlo en palabras de Sara Ahmed (2014). Esta dimensión posibilita una transformación constante, así como la creación de otros saberes que apelan tanto a la racionalidad como a la sensibilidad.

[9] Las encarn/acciones tiene que ver con las prácticas corporales que describo siguiendo a Elsa Muñiz (2010) y a Rodrigo Parrini (2015) como complejas, polisémicas y performativas, y que serán realizadas de formas particulares y diferenciales en función de los otros dos niveles. Su carácter performativo es el que posibilita la materialización; no obstante, no se trata de una asimilación pura o repetición cabal de los referentes a través de su ejercicio. Por un lado, porque la iterabilidad produce un décalage que hace que nunca puedan llegar a ser idénticas a lo que citan. Y, por el otro, porque estas citaciones no siempre apelan a referentes hegemónicos, sino que también citan referentes “otros” de formas particulares, lo que abre una brecha para los procesos de desubjetivación que se articulan con los de subjetivación y resubjetivación.

[10] Todas las traducciones de citas de este artículo son de la autora.

[11] Este autor denomina corriente post fenomenológica a la actual transformación de las propuestas fenomenológicas, no centradas ya en la clásica estructura fenomenológica de la realidad, sino que asumen que la experiencia está “impregnada de elementos discursivos, materiales, mediales de diversos tipos y orígenes” (Slaby 2018, 200) y que la formación del sujeto de la experiencia es encarnada y se genera en constelaciones socio-materiales y socio-técnicas.

[12] Consideración que tiene que ver con las propuestas de la teórica feminista de la ciencia y la tecnología Karen Barad. Para profundizar véase Barad (2003), Nardini (2014) y Pons Rabasa (2019).

[13] Los encuentros afectivos en la etnografía tan solo han sido utilizados y definidos desde la etnografía multiespecies, concretamente, en referencia a la interacción planta-humano y a los afectos y consecuentes transformaciones que moviliza dicho encuentro (Archambault 2016). En el campo de la pedagogía, el performance y el artivismo trans*, Lía García propone los encuentros afectivos, “que consisten en una serie de performances pedagógicas que suceden en el espacio público y que retoman el ritual, los afectos y las emociones como armas activistas y puentes de comunicación con el entorno”.

[14] No son muchas las etnografías que planteen la cuestión de la afectación en relación con la observación participante, sin embargo, en la década de los años 70 del siglo pasado, Favreet Saada, antropóloga tunecina cuyo trabajo etnográfico se centró en el análisis de la brujería, ya propuso un dispositivo metodológico que nombró como “ser afectado”. Dispositivo que pretendía captar y reflexionar en torno a los efectos sobre la investigadora de un afecto no representacional que estaba en juego en las dinámicas relacionadas con la brujería. A partir de su propuesta realiza una crítica radical a la autoridad etnográfica y a la técnica de la observación participante mucho antes de la emergencia de una antropología posmoderna que pondría en cuestión la pretendida objetividad científica de la disciplina (Zapata y Genovesi 2014). Otro referente que también cuestionó la objetividad científica de la disciplina, así como el carácter racional del conocimiento antropológico y la posición desde la cual se produce, fue Ruth Behar, quien, en su libro The vulnerable observer (1996), propone esta figura como alternativa a la clásica observación participante en la que no se toma en cuenta el carácter emocional que vincula a la investigadora con el campo.

[15] Debido a la dificultad comentada párrafos atrás respecto a los formatos validados de divulgación de conocimiento, estas no podrán ser mostradas en este ensayo; sin embargo, durante el segundo año de dicho proyecto se va a trabajar para encontrar la fórmula idónea que nos permita divulgar los resultados de esta investigación en toda su riqueza.

[16] Extracto del diario de campo de la investigación.

[17] Utilizo el término masculinidad hegemónica siguiendo a Connell, quien la define “como la configuración de la práctica de género que encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, lo cual garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres” matizando que por ser hegemónica “no es un tipo de carácter fijo, el mismo siempre y en todas partes. Es más bien la masculinidad que ocupa una posición hegemónica en un modelo dado de relaciones de género, una posición siempre disputable” (Connell 1995, 77).

[18] Con las masculinidades que estoy de alguna forma enemistada es con las que ocupan posiciones hegemónicas desde las cuales se despliegan cotidianamente una serie de prácticas sociales y corporales que subordinan de formas diversas al resto de posiciones sociales subalternas a esta.

[19] Para la planeación de esta sesión, me sirvió como inspiración el capítulo “Falocronías: parentescos esféricos y devenires minoritarios”, publicado en Falotopías. Indagaciones en la crueldad y el deseo (Parrini 2016).

[20] Toda la información y las citas de este apartado han sido extraídas del diario de campo y del registro de audio de la sesión del 9 de junio del 2018.

[21] Cabe matizar en este punto que hacer algo reconocible en un contexto específico no implica necesariamente hacerlo habitable, es decir, la reconocibilidad de la alteridad se ha configurado históricamente a través de referentes negativos como “puto”, “joto”, “puta” o “trailera” que han inteligibilizado las existencias y experiencias “otras” desde su carácter de exterior constitutivo, es decir, desde su potencialidad reguladora y productora de normatividad/normalidad.

[22] Este punto se vincula con las masculinidades subordinadas y las que se relacionan de forma cómplice con la hegemónica de Connell. Las primeras responderían a aquellas masculinidades “expulsadas del círculo de legitimidad” y consideradas dentro del rango de su otro, es decir, la feminidad. Las segundas son, siguiendo a Connell, aquellas que, si bien no consiguen reproducir a cabalidad la masculinidad hegemónica, participan de manera cómplice en su reproducción; “construidas en formas que permiten realizar el dividendo patriarcal, sin las tensiones o riesgos de ser primera línea del patriarcado, son cómplices en este sentido” (Connel 1995). Me apropio en este artículo de las definiciones de Connell de forma estratégica porque facilitan la comprensión; sin embargo, para ver las críticas a la conceptualización de Connell se puede consultar Connell y Messerschmidt (2005).

[23] En este apartado se ha cambiado el nombre del colaborador para mantener su anonimato. Toda la información que se utiliza para el análisis se extrae del diario de campo de la investigación.

[24] “El concepto “arreglo afectivo” [o disposición afectiva] no es solo otra forma de hablar de emociones o de estados de ánimo colectivos, en el sentido de una experiencia emocional única y homogénea compartida entre varios individuos. El concepto de una disposición afectiva está específicamente orientado a capturar una “distinción en la unidad” entre aquellos que están presentes en una situación (Slaby 2018).