Desde el Discurso sobre las ciencias y las artes, su primer texto filosófico, el problema más arduo para Rousseau es el hombre. En
su segundo discurso, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, deja en claro que es imposible indagar en cualquier asunto relacionado con los hombres
si primero no conocemos qué es el hombre. En este segundo discurso, define al hombre
a partir de uno de sus conceptos clave, el de “hombre natural”, un ser humano en estado
bruto, pre social, pre lingüístico, depurado de toda institución, que se define en
relación con los demás animales por ser perfectible y libre. ¿Libre de qué? Libre
de ser según su naturaleza, de ser lo que es, de ser hombre. Propio de Rousseau es
llevar su razonamiento hacia estos nudos aporéticos en donde la respuesta a un problema
remite nuevamente al problema. La pregunta por el ser del hombre que inaugura la filosofía
de Rousseau queda abierta y continuará así hasta su último libro, Las ensoñaciones del paseante solitario. Allí, insistirá en algo ya señalado en el segundo discurso: es imposible contestar
qué es el hombre si primero no nos conocemos a nosotros mismos. La pregunta aparece
expresa en el primer paseo: “que suis-je moi-même?” (Rousseau 1882, 2).1 No es una pregunta por una identidad sino una pregunta ontológica que dispara toda
una secuencia lógica de indagación filosófica: si yo soy un hombre, debo saber primero
qué soy para saber qué es el hombre, y una vez que sepa qué es el hombre podré saber
qué es cada valor, cada sentimiento, cada concepto, cada institución surgida de los
hombres. La máxima délfica es la piedra angular de la indagación filosófica de Rousseau.
En esta última afirmación coincide Benjamin Storey en su artículo “Rousseau and the
problem of self-knowledge”. Allí vemos que algunos de los estudios sobre el pensamiento
de Rousseau correspondientes a las últimas décadas sostienen que el conocimiento de
sí es la piedra angular de su filosofía. Storey cita a Todorov, Cooper y Melzer,2 para distanciarse de ellos a partir de una línea de lectura que, en un punto y como
se verá, es cercana a la mía. A lo largo de su obra filosófica, sostiene Storey, Rousseau
define “five major human types” (Storey 2009, 252) para tratar el tema de la esencia del hombre: el ciudadano, el hombre natural, el
burgués, Emilio y Jean-Jacques. Para Todorov, es Emilio la figura humana más completa
porque integra en sí tanto la vida social del ciudadano como la vida solitaria de
Jean-Jacques en Ensoñaciones. Para Cooper, es precisamente el paseante solitario Jean-Jacques el más elevado tipo
humano porque es excepcional. Para Melzer, son el ciudadano, Emilio, y el paseante
solitario, Jean-Jacques, los tipos humanos que alcanzan cierta perfección porque tienen
una unidad psíquica no contradictoria.3 Storey afirma, en diferencia con estos tres autores, dos cosas: que solo hay dos
tipos humanos en Rousseau que expresan el problema del conocimiento de sí, y ambos
representan las dos caras del problema: Emilio, en donde el problema señala la vida
con los otros en sociedad, y el paseante solitario Jean-Jacques, para quien el conocimiento
de sí solo se alcanza en la vida en soledad; y que el problema del conocimiento de
sí permanece incompleto y persiste en Rousseau, porque ambos tipos humanos, aunque
complementarios, son parciales: Emilio atiende el problema desde el ser-con-otros
y el paseante solitario desde el ser-con-uno-mismo.4 Coincido con Storey en su consideración no teleológica del problema del conocimiento
de sí en Rousseau y, por ende, en que es un problema no resuelto y, agrego, todavía
dinámico. Pero difiero, y esto es lo que me dispongo a demostrar en este trabajo,
en que permanezca incompleto. A través de cuatro vectores temáticos presentes en Las ensoñaciones del paseante solitario, a saber, la autobiografía, la ficción, la tradición pastoral y la mística, quiero
demostrar que el problema del conocimiento de sí, aunque queda abierto como problema
filosófico, logra resolverse en momentos puntuales y fugaces en un orden cognitivo
diferente a la filosofía.
Expresión o construcción de sí: la autobiografía
Las ensoñaciones del paseante solitario comienza con una fuerte postulación enunciativa: “Me voici donc seul sur la terre,
n’ayant plus de frère, de prochain, d’ami, de société, que moi-même” (Rousseau 1882, 1).5 Con esta oración Rousseau define su lugar de enunciación a partir de tres coordenadas
deícticas de espacio, tiempo y persona, que nos indican a nosotros, sus lectores,
el punto cero de la historia que se dispone a contar y que nos disponemos a leer:
“aquí”, “ahora”, “yo”. Pero también, el uso del adverbio (“donc”, “entonces”) abre
una línea de suspenso (es decir, abre otra historia) que indica que este punto cero
tiene una larga sucesión de números “negativos”, tiene una historia previa de la que
“yo, aquí y ahora” son una consecuencia. Así, podemos afirmar que el libro comienza
in medias res, en medio de una historia que viene desarrollándose con anterioridad.
Las ensoñaciones del paseante solitario es el último libro de Rousseau, lo escribió entre 1776 y 1778. Se interrumpe en el
décimo paseo destinado a recordar sus tiempos de formación con Mme. de Warens. Lo
interrumpe su muerte. Es, además, el último libro de una serie de escritos de corte
autobiográfico que incluye las Confesiones (1770) y los Diálogos (1777). En el lapso de ocho años, correspondientes a su última etapa productiva,
Rousseau escribe tres textos autobiográficos. Estos textos autobiográficos han sido
considerados con frecuencia como textos literarios, o como indicios de la acentuada
paranoia de Rousseau. Sin embargo, tal como sostiene Eve Grace (2006, 141), estos textos constituyen una parte integral de su sistema teórico. Y no solo eso:
considero que son metodológicamente axiales para Rousseau, porque esta intensa indagación
autobiográfica responde a la necesidad epistemológica de conocerse a sí mismo. De
este modo, podemos concebir estos tres textos autobiográficos como ejercicios metodológicos
a partir de los cuales aborda su problema filosófico medular.
Sin embargo, la autobiografía es un género discursivo problemático y lo es más en
filosofía, porque la identidad del autor, del narrador y del personaje es la misma,
y porque existe un compromiso del autor con su lector (lo cual Lejeune denomina “contrato
o pacto de lectura”) de que contará la verdad sobre su vida, pero esto se hará a partir
de una construcción narrativa, lo cual genera una fuerte tensión entre verdad y construcción
de verdad. La naturaleza discursiva problemática de la autobiografía merece, entonces,
que nos detengamos a examinar su funcionamiento.
En Autobiography as philosophy. The philosophical use of self-publication, sus editores, Thomas Mathien y D. G. Wright, se preguntan en la introducción si
una autobiografía es, dentro del cuerpo de textos de un filósofo, un texto auxiliar
o si es en sí mismo suficiente para ser considerado un trabajo filosófico. En la filosofía,
más en la actual regida por un discurso “técnico e impersonal” (Mathien y Wright 2006, 1), un registro que conjuga en una misma instancia discursiva la voz del que enuncia,
el objeto que se enuncia (el personaje) y una persona real extratextual, es cuando
menos incómodo porque carece de la distancia crítica que la disciplina demanda. No
obstante, el autor de una autobiografía, filosófica o no, se atiene siempre a fuertes
cláusulas de verdad porque son sucesos de su propia vida los que él mismo expone en
un ejercicio sincero. Esa cercanía problemática de ser sujeto y objeto de un discurso
propio es lo que complica y, al mismo tiempo, consolida en la lectura la pretendida
verdad de una autobiografía porque ¿quién mejor que el testigo de su propia vida para
contarnos con exactitud lo que en ella pasó? La mayoría de los lectores accede a una
autobiografía para conocer la historia íntima y sincera de la vida de ese personaje
y, en ese “pacto de lectura” que se genera entre el autor y su lector en torno a la
verdad, se hace necesario olvidar lo que Philipe Lejeune destaca en sus estudios sobre
el género: que una autobiografía es un discurso de alguien que dice que dice la verdad.6 Esta meta articulación es el eje del problema que comporta una autobiografía como
discurso: promueve ser un discurso con fuertes pretensiones de verdad soportadas por
su base testimonial cuando, en realidad, es una construcción discursiva modelizada
por un narrador. De manera que, sin entrar en profundidad en sus complicaciones retóricas
que son muchas y ampliamente estudiadas, la connotación inmediata de una autobiografía
es que se trata de un discurso personal y verdadero aunque tengamos conciencia de
que no necesariamente es personal y que definitivamente no es verdadero.
Según Mathien en “Philosopher’s autobiographies”, hay cinco propósitos en las autobiografías
que las hacen filosóficas: la autobiografía como instrucción moral, como consolación,
como apólogo, como confesión y como indagación sobre la naturaleza humana. Una autobiografía
para ser filosófica, según este autor, debe tener al menos una de estas funciones.
Ensoñaciones, considero, se ajusta a las cinco: 1) hay instrucción moral, porque la vida de su
autor funciona como premisa para argumentar sobre valores humanos cuyas conclusiones
invitan a defender o rechazar determinadas acciones; 2) es una consolación, porque
Rousseau expone las privaciones que sufrió y nos cuenta qué acciones compensaron o
eliminaron esas privaciones; 3) es un apólogo, porque el texto responde a una audiencia
hostil y el filósofo se pone a sí mismo como ejemplo frente a sus adversarios; 4)
es una confesión, porque hay en el texto pasajes de autoevaluación y examen de conciencia,
y, 5) es, en lo que vimos y en lo que veremos, paradigmática de la indagación en torno
a la naturaleza humana.7 Podemos, entonces, considerar que la escritura de Ensoñaciones responde a una inquietud filosófica y no es, en la producción de Rousseau, un texto
auxiliar sino filosófico.
Para Luiz Costa Lima, en “Júbilos e misérias do pequeno eu”,8 la autobiografía es una consecuencia de la conversión histórica de la individualidad
en un valor.9 Es con la noción de individuo que surge la necesidad de sumar al vivir el contar
lo vivido y eso se tomó como una historia “espejo”, de modo que, como se lee en esta
cita de Collingwood recogida por Costa Lima, “A autobiografía de um homen cujo ofício
é pensar debe ser a história de seu pensamiento” (Costa Lima 2007, 455).10 Así, precisamente, funciona en Ensoñaciones.
La autobiografía es, para la teoría literaria, una ficción aceptada como verdad, y
esa ficción comienza, antes que con el manejo retórico del discurso y con las cláusulas
del género, con el mismo eje gravitacional de una autobiografía: el individuo. Un
individuo es una “ficción útil”, dice Costa Lima, pero ficción al fin, porque es resultado
de la estilización (con todo lo que eso supone: modelar, estabilizar, construir, proyectar)
de una identidad. De modo que una autobiografía es una manera de construir una individualidad,
un “ego”, y esta construcción se realiza en un discurso y con palabras.
Esa individualidad, considero, debe construirse con base en el valor de la excepcionalidad,
porque nadie va a interesarse en leer una autobiografía de un hombre “común”.11 Así que antes de ser juzgado por sus lectores, es el mismo autor quien debe juzgarse
a sí mismo como un ser excepcional cuya vida y reflexiones merecen ser contadas para
beneficio de otros. Las señales de jactancia en Ensoñaciones son numerosas, pero la más evidente, quizás, sea el uso de fórmulas superlativas
por parte de Rousseau para referirse a sí mismo y a lo que le sucede: “au plus horrible
sort qu’ait éprouvé sur la terre aucun mortel” (Rousseau 1882, 44), “(moi,) le plus sociable et le plus aimant des humains” (Rousseau 1882, 1), “moi, le plus sensible des êtres” (Rousseau 1882, 143).12
A la expresión sincera (escritos de “buena fe”, dirá Costa Lima) del yo autobiográfico
y a la carga de veracidad que conlleva la cercanía testimonial del discurso que maneja,
hay por último que sumar la causalidad como uno de los rasgos distintivos del género.
Costa Lima habla, en efecto, de una especie de “causalidad psíquica” (2007, 490),
causalidad que, como vimos, abre Ensoñaciones a partir del uso del adverbio “entonces”. En una autobiografía, el mundo presente
del autor es siempre contado como consecuencia de hechos, ideas y valores cuyos gérmenes
se ubican antes en la línea de tiempo. De modo que, en el plano temporal, la autobiografía
siempre tendrá una estructura narrativa regulada por el pasado, y esta es otra estrategia
discursiva para poner orden (otra vez, estilizar) en el pasado de una vida. Este proceso,
vemos, refleja lo que toda autobiografía trata de disimular: cómo se construye un
individuo a partir de un escrito.
La construcción del individuo: verdad y ficción
En Ensoñaciones, Rousseau reconstruye su vida como filósofo en cuatro momentos: una primera etapa
de formación sentimental en su juventud temprana bajo la tutela de Mme. de Warens;
un segundo momento en donde alcanza la fama como filósofo a partir de los dos discursos;
un tercer momento en donde cae en desgracia después de la publicación de Emilio y de El contrato social en 1762, desgracia que lo llevará primero a huir de París para evitar una orden de
arresto y luego de los cantones de Ginebra y Berna por lo mismo; y un cuarto momento,
en donde reflexiona e intenta dar sentido al porqué y cómo su vida pasó de estar en
la cima a ser desgraciada. Ensoñaciones recae especialmente en este último cometido: ver quién y cómo es él luego de su desgracia.
Vimos que la pregunta axial del libro es “¿qué soy yo mismo?”. Luego dirá: “Je n’écris
mes rêveries que pour moi” (Rousseau 1882, 12).13 De modo que la pregunta a la que la escritura del texto responde desde el primer
paseo puede ser reformulada así: “¿qué soy yo mismo para mí?”. Hay desde el comienzo
del texto un marcado solipsismo, pero la lectura del texto permite ver que Rousseau
no cumple enteramente con esto y que abre la exploración ontológica de sí mismo hacia
los demás. Estos “demás”, “los otros”, tienen en el texto una identidad en bloque
que es fuertemente antagónica. Así, el ser (el yo) de Rousseau se configura, en una
primera instancia, no desde una indagación íntima sino en oposición a “todos los demás
hombres” que lo odian y buscan su desgracia. Hay en el texto una fuerte paranoia en
Rousseau, quien sospecha que ese encono tan generalizado contra él no puede ser sino
algo orquestado, un “commun complot” (Rousseau 1882, 35), un complot común.
Entonces, antes de ver cuáles son las cualidades ontológicas que surgen de la indagación
del filósofo, es pertinente, aunque sea brevemente, conocer la opinión de “los otros”
sobre Rousseau. Un texto interesante para medir la temperatura de esta opinión es
Sentiment des citoyens, un opúsculo escrito con pseudónimo, según acuerdo generalizado hoy, por Voltaire,
en respuesta a las Cartas desde la montaña, de Rousseau. Allí, Voltaire escribe como si fuese ginebrino y refuerza los motivos
por los que Rousseau escandalizó a sus compatriotas y se ganó la enemistad de la Iglesia
y de los gobiernos. Abundan los calificativos desdeñosos contra Rousseau:14 “demente”, “arrebatado”, “loco”, “inmoral”, “bufón”, “prostituto”, “blasfemo”, “ridículo”,
“soberbio”, “desenfrenado”, “cruel”, “fracasado”, “traidor”, “criminal”, y otros más
que, en la argumentación, redundan en que lejos de llevar Rousseau orgullo a los ginebrinos,
los hace sentir “humilié par la honte d’un compatriote” (1765, 6).15
Ante el encono que recibe de los demás, Rousseau se declara en Ensoñaciones perplejo, menciona que parece vivir un mal sueño, una suerte de muerte. Ubicarse
en ese punto, en “una suerte de muerte”, le permite trascender la situación y colocarse,
como dirá Nietzsche después, “más allá del bien y del mal”. Dice: “on ne peut plus
m’y faire ni bien ni mal” (Rousseau 1882, 8).16 Rousseau alcanza así un estado de invulnerabilidad: “La diffamation, la dépression,
la dérision, l’opprobe dont ils m’ont couvert, ne sont pas plus susceptibles d’augmentation
que d’adoucissement; nous sommes également hors d’état, eux de les aggraver, et moi
de m’y sourtraire” (Rousseau 1882, 4).17 Esa situación que lo ubica, según sus palabras, como “pauvre mortel infortuné”, en
el fondo de un abismo, lo vuelve al mismo tiempo “impassible comme Dieu même” (Rousseau 1882, 8).18
Tres cuestiones quiero destacar de este estado existencial que alcanza Rousseau en
su confrontación con los demás: 1) al desvincularse de todos, se encuentra solo, y
decide dedicar ese estado de soledad al estudio de sí mismo (Rousseau 1882, 9);19 2) en esa situación trascendente, Rousseau encuentra paz y libertad,20 de modo que logra subvertir el resultado lógico de las acciones de sus enemigos y
convertir sus ataques en un don para él;21 3) ese estadio trascendente tiene, como veremos más adelante, ciertos rasgos de ejercicio
místico, comenzando por la declaratoria de que abandona su ser terrenal para alimentar
el espiritual (Rousseau 1882, 11),22 y por la puesta en ejecución de la lógica contradictoria propia de la mística por
la que es sufriendo que se alcanza la paz o siendo perseguido como se alcanza la libertad.
Estas tres cuestiones son importantes de señalar porque nos muestra el estado existencial
desde donde encara Rousseau su indagación ontológica.
Uno de los tantos motivos que genera esa enconada oposición entre Rousseau y los
otros es su máxima de vida de siempre apegarse a la verdad. El ejemplo paradigmático
aparece en el paseo segundo. Allí, narra un episodio que vivió con Mme. *** y que
le granjeó una nueva enemistad. Mme. *** comienza a visitarlo de manera insistente
porque pretende escribir una novela para presentarle a la reina y quiere que Rousseau
sea su protector. “Je luis avais dit ce que je pensois des femmes auteurs”, menciona
Rousseau (1882, 24).23 Pero Mme. *** insiste en su proyecto y publica su novela con grandes alabanzas a
Rousseau en su prefacio, dando la equivocada impresión de que él la había apadrinado.
Esto molesta a Rousseau. Cuando Mme. *** intenta visitarlo nuevamente, este le manda
una nota que dice: “Rousseau, ne recevant chez lui aucun auteur, remercie Mme. ***
de ses bontés et la prie de ne plus l´honorer de ses visites” (Rousseau 1882, 25).24 Ella le responde que “j’avois barbarement porté le poignard dans son cœur sensible”
(Rousseau 1882, 25).25 Cierra todo el episodio Rousseau con estas palabras: “C’est ainsi que la droiture
et la franchise en toute chose sont des crimes affreux dans le monde; et je paraîtrois
à mes contemporains méchant et feroce quand je n’aurais à leurs yeux d’autre crime
que de n’être pas faux et perfide comme eux” (Rousseau 1882, 25).26 Para Rousseau, vemos, el germen de las persecuciones y animadversiones que ha sufrido
y sufre radica en la cuestión de la verdad.
En Persecution and the art of writing, Leo Strauss analiza en algunos filósofos cómo fueron perseguidos por sus escritos
e ideas. Menciona a Lessing y su convicción de que hay verdades que no pueden pronunciarse;
hay un orden de lo decible, dirá después Foucault en El orden del discurso. No todo puede ser dicho. Esto choca con la idea de libertad en Rousseau: “je n’ai
jamais cru que la liberté de l’homme consistât à faire ce qu’il veut, mais bien à
ne faire ce qu’il ne veut pas” (Rousseau 1882, 114),27 de ahí, explica, la capacidad de “escandalizar” a sus contemporáneos y su dificultad
para vivir en medio de la sociedad civil (“je n’ai jamais été vraiment prope à la
société civile”, Rousseau (1882, 113)).28
Entonces, en Rousseau es consecuencia de haberse sostenido en su verdad lo que lo
ha llevado a su situación desgraciada presente.29 Pero el propósito del ejercicio autobiográfico que encara en Ensoñaciones lo conduce a revisar el ejercicio de la verdad en sí mismo. En el cuarto paseo, retomando
un comentario sarcástico por parte del cura Rosier sobre el lema autoimpuesto por
Rousseau de “consagrar su vida a la verdad”, se dedica a considerar cuán sincero había
sido en su vida y en el relato de su vida en Confesiones. Recordemos que, en el ejercicio autobiográfico, la sinceridad es soporte de la verdad,
por ende, el problema de la sinceridad está íntimamente ligado a poder o no conocerse
a sí mismo. “J’y vins bien confirmé dans l’opinion déjà prise que le Connois-toi toi-même du temple de Delphes n’était pas une maxime si facile à suivre que je l’avois cru
dans mes Confessions” (Rousseau 1882, 54),30 dice. ¿Siempre, entonces, consagró Rousseau su vida a la verdad, tal como profesa?
La respuesta inmediata a esta pregunta es negativa: “en m’épluchant avec plus de soin,
je fus bien surpris du nombre de choses de mon invention que je me rappelois avoir
dites comme vraies” (Rousseau 1882, 55).31
Hay dos verdades, sostiene Rousseau: una general y abstracta, que es un bien y que
es absolutamente necesaria para que el hombre tenga una ética y una moral, y otra
particular y concreta, “n’est pas toujours un bien; elle est quelque fois un mal,
très souvent une chose indifférente” (Rousseau 1882, 57).32 La primera es un bien porque tiene una finalidad práctica, una utilidad; la segunda,
en cambio, es un hecho ocioso que no tiene consecuencias para nadie y, por ende, carece
de importancia. Esta es, según Rousseau, una verdad inútil. Vamos a ver en qué consiste.
Muchas veces, afirma Rousseau, al contar una anécdota o al escribir sus autobiografías
y caer en lagunas de memoria, se vio llevado a añadir detalles de su invención para
colmar esos huecos o para mantener el interés de su auditorio o de sus lectores. En
esos gestos, él no saca ningún provecho concreto ni perjudica en nada al otro, no
hay ninguna utilidad práctica en esas invenciones, de modo que “mentir sans profit
ni préjudice de soi ni d’autrui n’est pas mentir” (Rousseau 1882, 62), dice.33 Y agrega: “ce n’est pas mensonge, c’est fiction” (Rousseau 1882, 62).34 Enseguida Rousseau sitúa este tipo de mentiras en donde deben estar y no molestan,
en la literatura, hecha de “vrais mensonges” (Rousseau 1882, 63)35 o, para decirlo en términos más precisos, de verosimilitud. Pero un poco más adelante
en su argumento las sitúa donde no deben estar y sí molestan: en su autobiografía.
Textualmente, dice que en sus Confesiones, por “l’effect du délire de l’imagination”, añadió cosas que no sucedieron en realidad;
que su memoria le fallaba con frecuencia y “remplissois les lacunes par des détails
que j’imaginais en supplément de ces souvenirs”; que recordaba los momentos felices
de su vida y los “embellissois quelquefois des ornamens”; a veces “prétois quelquefois
à la vérité des charmes étrangers” y manifiesta en relación a sí mismo: “quelquefois,
sans y songer, par un mouvement involontaire, j’ai caché le côté difforme, en me peignat
de profil” (véase Rousseau 1882, 73 y ss.).36
Todas estas falsedades, o invenciones, o exageraciones volcadas en Confesiones no son, para Rousseau, mentiras: son ficciones. Juzgo esta aseveración muy sorprendente
y muy arriesgada en medio de un discurso autobiográfico que promueve el autoconocimiento
como eje axial de todo un sistema de pensamiento al que se ha dedicado una vida. Con
esto quiero decir que el problema que abre admitir el uso de ficciones en la autobiografía
puede marcar el límite de la indagación filosófica de Rousseau. Si la autobiografía
era un método de autoconocimiento, y el autoconocimiento es la piedra basal de su
filosofía, lo que esto señala es que el ego surgido del conocimiento de sí no es verdad sino una construcción verosímil, una
ficción, un invento y que, por tanto, resulta imposible conocerse a sí mismo y resulta,
entonces, imposible saber qué es el hombre. Esta es una lectura posible.
La otra, la abordan Menin y Storey. En “‘S’eclairer en dedans’: Rousseau and the autobiographical
construction of truth”, Marco Menin repasa este estimulante conflicto y sostiene la
hipótesis de que no hay incompatibilidad entre la verdad y la ficción autobiográfica
en Rousseau, sino una “potente sinergia” (2018, 323). Para Menin, “fiction is a heuristic
instrument” (2018, 328)37 en la indagación filosófica de Rousseau, tal como lo fue el hombre en estado natural
que concibió desde su segundo discurso, un hombre sobre el que sostuvo todo su sistema
de pensamiento y que, según el mismo Rousseau declara, “(…) n’existe plus, (…) n’a
peut-être point existe, (…) probablemente n’existera jamais, et dont il est pourtant
nécessaire d’avoir des notions justes pour bien juger de notre état présent” (véase
Prefacio en Rousseau 1793, 38).38 Benjamin Storey, vimos, va todavía un poco más allá: el paseante solitario Jean-Jacques
Rousseau y el hombre natural serían solo dos de cinco instrumentos heurísticos surgidos
de la ficción de base autobiográfica de Rousseau y que, como ya mencioné, incluyen
también al “ciudadano”, al “burgués” y a “Emilio” (Storey 2009, 252). No habría, entonces, contradicción lógica ni formal en asumir el factum retórico del discurso autobiográfico señalado arriba (alguien que dice que dice la verdad) como forma de autoconocimiento filosófico, porque esa exploración
ontológica demanda, como toda exploración cognitiva, de herramientas heurísticas para
llevarse a cabo, y una de ellas es la construcción de sí mismo. Reitera esto una máxima
insoslayable de toda narrativa en primera persona: para hablar de sí mismo, todo narrador
debe desdoblarse en personaje.
Naturaleza y mística
El tema de la naturaleza es clave en Rousseau en su doble acepción: la naturaleza
como el espacio no intervenido por la acción humana y la naturaleza como la esencia
de uno mismo. No están desligados uno del otro; por el contrario, en Ensoñaciones queda claro que es en la naturaleza donde Rousseau puede encontrar su naturaleza. Pero, ¿qué tipo de naturaleza cobija la indagación ontológica? Es importante
conocer la repuesta a esta pregunta porque, como vemos, allí reside la respuesta a
la pregunta de orden ontológico que guía su inquietud filosófica.
El quinto paseo está dedicado a la estancia de Rousseau en la isla de Saint-Pierre,
en medio del lago de Bienne, en Suiza, donde fue a refugiarse después de que los habitantes
de Môtier lapidaran su casa arengados por un pastor. Esta isla concentra lo que la
naturaleza es para Rousseau y lo que significa en su búsqueda filosófica. Llama la
atención el vocablo “romántico” para describirla: “Les rives du lac de Bienne sont
plus sauvages et romantiques que celles du lac de Genève” (Rousseau 1882, 81).39 Anja Gabriela Ulhmann, en el artículo “Rousseau y el locus amoenus”, asimila la concepción estética de la naturaleza en Rousseau a la estética pintoresca
muy propia, por otra parte, de esos años. No obstante, el uso de la palabra “romántico”
y todo lo expresado en torno a la isla de Saint-Pierre señalan, a mi juicio, una cercanía
con la tradición pastoral y no con el pintoresquismo.40 Vamos a ver esto con detalle.
Ya en el primer y segundo discurso aparece la tesis de que todo el desarrollo social,
intelectual y cultural del hombre, lejos de llevarlo a cotas de mayor progreso tal
como sostiene la Ilustración, lo han corrompido. El hombre contemporáneo a Rousseau,
el hombre de cultura, es el resultado de sucesivas impurezas que se han instalado
con el paso de los siglos en el hombre natural. Este hombre primario, este hombre
natural, está limpio de vicios: es bondadoso, es puro en su simpleza y está en relación
directa, estrecha, con la naturaleza. Desde este momento inicial, entonces, hay en
el pensamiento de Rousseau una oposición entre lo simple y lo cultivado que se refleja
en varios estratos; uno de ellos, que es el que me interesa ver en este apartado,
es aquel que opone la naturaleza “natural” a la naturaleza “artificial”.
Es en la carta XI del libro cuarto de Julia o la nueva Eloísa, donde estos dos tipos de naturaleza se definen a partir del motivo del “jardín”.
Pocos años antes de que Horace Walpole publicara On modern garderning, en donde define el jardín moderno inglés frente a los jardines hipertrabajados del
barroco francés o de los jardines chinos, Rousseau lo hace en esta carta.41 Este jardín, que es el jardín de Julia, es “le lieu le plus sauvage, le plus solitaire
de la nature” (Rousseau s/r, 396).42 En este jardín, la intervención humana es mínima, y todo se organiza según el orden
que surge de la naturaleza misma. Allí todo es agreste, salvaje, irregular, sinuoso,
sencillo, simple. En el jardín de Julia, cada mata, cada árbol nace donde debe nacer,
se desarrolla como se debe desarrollar, todo es según “su” naturaleza, todo se da
naturalmente y no necesita en absoluto de dispendio económico, de trabajo humano,
de poda ni de trazados. En este jardín, el agua corre clara y limpia, el clima es
fresco y agradable, los pájaros se acercan libres a los humanos, las frutas maduras
están a disposición y son deliciosas aun sin ser perfectas a la vista. Saint-Preux,
el protagonista del libro, al entrar por vez primera en este lugar de la mano de sus
anfitriones, Julia y su esposo, dice que está en una isla en “le bout du monde” (Rousseau s/r, 396),43 en Tinian o Juan Fernández,44 y esta idea del lugar natural aislado se mantiene en toda la carta: una isla “desierta”,
un “lieu solitaire, où le doux aspect de la seule nature devait chasser de mon souvenir
tout cet ordre social et factice qui m’a rendu si malhereux” (Rousseau s/r, 410).45 Este lugar, entonces, de conexión inmediata con la naturaleza, despierta en Saint-Preux
el gusto por entregarse a “cette charmante contemplation sans prendre la peine de
penser” (Rousseau s/r, 400),46 llena su corazón “au plus doux sentiment de la nature” (Rousseau s/r, 402),47 se siente a gusto en ese momento presente sin estar ansioso “de ce qui est loin”
(Rousseau s/r 407),48 siente placer de revivir el ocio que la misma Julia vivió en su jardín,49 y pasa allí en soledad, contemplando ocioso el jardín y divagando, “deux heures auxquelles
je ne préfére aucun temps de ma vie” (Rousseau s/r, 411),50 porque logra así estar en paz consigo mismo.
Toda la definición del jardín de Julia, que condensa la idea de naturaleza en Rousseau,
aparece con las mismas características y mismas connotaciones en varios paseos de
Ensoñaciones y en especial en la isla de Saint-Pierre, donde el escenario, la disposición anímica
del visitante y su vivencia de la naturaleza, conecta con la tradición pastoral.51
La literatura pastoral es, desde la antigüedad latina, una loa a la vida rural y a
la inocencia y serenidad de una vida que es buena por estar en contacto directo con
la naturaleza agreste, en fuerte contraste con la vida miserable, degradada y corrupta
de las ciudades. Desde sus orígenes, la poesía pastoral ha expresado esa oposición
entre lo cultivado y lo salvaje. Esa oposición señala una confrontación mayor entre
arte y naturaleza que deriva en una ristra de valores contrapuestos:52 lo artificial y lo genuino, lo urbano y lo rústico, lo corrupto y lo noble, una falsa
sabiduría y una sabiduría natural, lo vicioso y lo puro, lo degradado y lo virtuoso,
lo falso y lo honesto, la hostilidad y la hospitalidad, la mentira y la verdad.53
En la literatura pastoral, todos los valores ligados a la naturaleza, todos los valores
que Rousseau juzga en Ensoñaciones como virtuosos, recaen lógicamente en la figura del pastor. El pastor es, según Kermode,
“the type of the natural life, uncomplicated, contemplative and in sympathy with Nature
as the townman could never be (…). He has plenty of time for thought” (1952, 16).54 A diferencia del hombre de la ciudad, continúa Kermode, un hombre abrumado por la
actividad continua, por el ritmo de las obligaciones, el pastor vive una vida pasiva
y contemplativa (1952, 17).
En Ensoñaciones, la isla de Saint-Pierre55 es descrita por Rousseau como un lugar aislado, escasamente visitado y poblado solo
por el recaudador, su mujer y sus sirvientes, “de très bonnes gens, et rien de plus”
(Rousseau 1882, 84).56 Allí, Rousseau permanece dos meses y declara que fue “le temps le plus hereux de
ma vie” (Rousseau 1882, 84).57 Y explica que esa felicidad consistió en el absoluto y despreocupado ejercicio del
ocio, “le précieux far niente” (Rousseau 1882, 84),58 esto es, hablar con gente simple de cosas simples, no leer ni escribir nada, divagar,
dejarse guiar por los ciclos del día, meditar a su antojo, herborizar y, de idéntica
manera que Saint-Preux en el jardín de Julia, sentir el placer de su existencia “sans
prendre la peine de penser” (Rousseau 1882, 90).59 Hasta ahora hemos visto cómo la exploración autobiográfica responde a lo que Rousseau
entiende es la verdadera filosofía, aquella que tiene por objeto conocerse a sí mismo;
vimos también cómo esa actividad demanda, como en todo ejercicio cognitivo, la generación
de herramientas heurísticas que, en el caso de Rousseau, surge de la construcción
de sí mismo. Vemos ahora cómo es en la naturaleza simple y agreste donde Rousseau
consigue “sentirse” a sí mismo, llegar a sí mismo “sin pensar”, encontrar “su” naturaleza
fuera de la razón. Sabemos desde el segundo discurso que, para Rousseau, cuanto más
conocemos, más nos alejamos del hombre natural; ergo, más nos alejamos de nosotros
mismos, de conocer nuestra naturaleza. La pregunta “qué soy yo” encuentra en la naturaleza
pastoral una respuesta al margen del pensamiento sistemático. Recordemos también aquí
que el primer discurso termina con una exhortación a seguir la vida simple como camino
para el conocimiento de sí mismo:
O vertu! Science sublime des âmes simples, faut-il donc tant de peines et d’appareil
pour te connaître? Tes principes ne sont-ils pas gravés dans tous les cœurs? Et ne
suffit-il pas, pour apprendre tes lois, de rentrer en soi-même et d’écouter la voix
de sa conscience dans le silence des passions? Voilà la véritable philosophie. (Rousseau 1831, 49)60
El conocimiento de sí, entonces, es un ejercicio de indagación filosófica que solo
es virtuoso si es sencillo, que necesita, en síntesis, estar al margen de la razón
para ser verdadero. ¿Cómo se da ese conocimiento de sí mismo desde la sencillez y
fuera de la razón? Las actividades (o no actividades, si nos ubicamos en la lógica
de Rousseau) a que Rousseau destina su tiempo en la isla y que lo acercan a su esencia
ofrecen una explicación a esta pregunta: todas ellas son, a mi entender, los rasgos
visibles de una conducta o, para usar la misma expresión que utiliza Rousseau, de
una “disposición” que nos permite revisar la búsqueda filosófica de Rousseau desde
un costado místico.61 Ciertos fragmentos de Ensoñaciones, y especialmente el quinto paseo en la isla de Saint-Pierre y la práctica del otium en la naturaleza que se desprende de la tradición pastoral, habilitan esta posibilidad.
Quiero mostrar esto en lo que sigue.
Antes, no obstante, es importante recordar que los místicos (y me voy a referir aquí
solo a los místicos católicos) han sido, al igual que Rousseau, víctimas de enconadas
persecuciones: en la relación íntima y personal que establecen con Dios, trascienden
los dogmas y mandatos de las instituciones en un ejercicio total de la libertad. Rousseau,
en su práctica coherente de una vida filosófica, solo responde a sí mismo; los místicos
solo responderán a un Dios íntimo. Desde la convicción cabal de sus prácticas filosóficas
y espirituales, ambos se bastan a sí mismos, se autodeterminan, son autónomos y son
libres.
Voy a apoyarme, para mostrar esta relación que percibo, en una de las ramas más radicales
de la mística católica como fue el quietismo. Para ello, voy a utilizar la Guía espiritual que escribió su fundador, Miguel de Molinos, en 1675. Molinos, como Rousseau, se
ganó muchos enemigos con su pensamiento y murió en las prisiones de la Inquisición
después de nueve años de encierro. En su Guía espiritual, que tiene como objeto, tal como reza su título completo, “desembarazar el alma”,
alcanzar la perfecta contemplación y la paz interior, Molinos muestra cómo es el método
para lograr esto. Quiero tomar solo algunos puntos de este método que juzgo empatan
con la “disposición” anímica que Rousseau tiene cuando está en la naturaleza y en
la potencia de la “revelación” como forma ulterior de conocimiento. Es importante
retener que la felicidad plena, para Rousseau, y tal como se desprende de su relato
en la isla de Saint-Pierre, consiste en vivir la pura existencia, solo ser siendo y estar estando sin pensar tal como ocurre con el pastor en la vida simple y pura de la literatura pastoral.
Cuando los proyectos creativos o filosóficos rozan este tipo de tautologías como pueden
ser ver el ver, decir el silencio, conocer fuera del pensamiento o existir solo existiendo,
las vías de solución suelen ser, aunque no necesariamente religiosas, sí de base mística.
El objetivo de la mística quietista es idéntico al de toda mística: dejarse poseer
por la divinidad, dejarse habitar de manera absoluta por Dios para conocerlo. Para
lograr esto, básicamente hay que aniquilar la voluntad, aniquilar el yo e ingresar
en la nada, instancia donde se encuentra el “dichoso estado de la inocencia que perdieron nuestros primeros padres” (Molinos 1977, 249).62 La humillación de la propia voluntad es el camino que procura el quietismo para fundirse
con Dios, actitud muy distante del soberbio Rousseau que procura encontrar el estado
de felicidad para la práctica de una buena vida filosófica y también, de paso, para
vengarse de sus enemigos.63 Pero lo interesante es ver aquí cuáles son los caminos que toma Molinos para humillar
la voluntad. Primero, sostiene que hay que quitarle al alma el discurso, vaciarla
de palabras y de pensamientos para evitar cualquier consideración racional de la divinidad.
Segundo, el alma, en estricto recogimiento interior, debe estar en disposición contemplativa,
en lo que Molinos llama “silencio místico” o “santo ocio”, que es un vacío de palabras,
de deseos y de pensamientos. Tercero, en este santo ocio o silencio místico, el alma
procura limpiarse, vaciarse, estarse quieta sin saber nada, sin entender nada, solo
siendo para estar en total disposición para la revelación de la divinidad. En el ejercicio
básico de estos puntos es como se llega a un estado invulnerable (“No quieras nada
y nada te dará molestia” (Molinos 1977, 200)), de total libertad (“Esta alma ya está libre de lo exterior y con facilidad se
entra en la interior soledad, donde solo ve a Dios” (Molinos 1977, 211)) y de felicidad plena (“Mira que te da Dios voces para que te entres en tu interior
centro, donde te quiere renovar, mudar, llenar, vestir y enseñar un nuevo y celestial
reino, lleno de alegría, de paz, de gozo y serenidad” (Molinos 1977, 201)). Destaco, entonces, estos elementos: la interioridad, la trascendencia de la razón,
el ocio, la invulnerabilidad, la libertad, la felicidad. Todos ellos, vimos, están
en Rousseau, en la búsqueda ontológica que refiere en Ensoñaciones.64
Retomo, ahora, lo dicho arriba: el estado de felicidad es, para Rousseau, aquel en
donde solo se vive la pura existencia sin pensar. Hay numerosos pasajes en Ensoñaciones que apoyan esta posible cercanía con la mística y definen el estado de felicidad
a través del contacto de Rousseau con la naturaleza.65 Voy a consignar dos, ambos del quinto paseo. En referencia al ejercicio del ocio
en la naturaleza, dice:
De quoi jouit-on dans une pareille situation? De rien d’extérieur à soi, de rien sinon
de soi-même et de sa propre existence; tant que cet état dure, on se suffit à soi-même,
comme Dieu. Le sentiment de l’existence dépouillé de toute autre affection est par
luimême un sentiment précieux de contentement et de paix. (Rousseau 1882, 93)66
Y en otra cita asimila este estado de existencia pura a la felicidad:
Mais, s’il est un état où l’âme trouve une assiette assez solide pour s’y reposer
tout entire, et rassembles là tout son être, sans avoir besoin de rappeler le passé
ni d’enjamber sur l’avenir, où le temps ne soit rien pour elle, où le présent dure
toujours, sans néanmoins marquer sa durée et sans aucune trace de succession, sans
aucun autre sentiment de privation ni de jouissance, de plaisir ni de peine, de désir
ni de crainte que celui seul de notre existence […] tant que cet état dure, celui
qui s´y trouve peut s’appeler heureux non d’un bonheur imparfait, pauvre et relatif,
tel que celui qu’on trouve dans les plaisirs de la vie, mais d’un bonheur suffisant,
parfait et plein, qui ne laisse dans l’âme aucun vide qu’elle sente le besoin de remplir.
(Rousseau 1882, 92)67
Con ambos pasajes podemos medir la cercanía que hay entre Rousseau y un pensamiento
como el de Molinos en el ejercicio del ocio y en sus derivaciones. Para ambos, el
ocio es un estado en donde se trasciende el pensamiento y los sentidos, ambos pilares
del conocimiento sistemático, para alcanzar otro tipo de conocimiento que es íntimo
y de carácter puramente existencial y espiritual. Ser al margen de la razón es el
único camino de existir en la pura existencia que es, al cabo, el estado más puro
de naturaleza ontológica: sin pensamientos, sin razones, soy puramente lo que soy.
Y en ser guiado solamente por este flujo que es la pura existencia, en este existir
en pura existencia, Molinos invadido por Dios y Rousseau “por sí mismo como Dios”,
ambos son invulnerables, libres y felices. Este es el trazo más claro que hay en Ensoñaciones de cómo alcanzar la buena vida filosófica: “Je ne médite, je ne rêve jamais plus
délicieusement que quand j’oublie moi-même. Je sens des extases, des ravissemens inexprimables
à me fondre, pour ainsi dire, dans le système des êtres, à m’identifier avec la nature
entière” (Rousseau 1882, 125).68 Hay, entonces, un fuerte sustrato místico en la inquietud filosófica de Rousseau
por conocer qué es él para sí mismo, porque es precisamente en el olvido de sí como
llega a conocerse y es en la dilución de sí en un todo como alcanza su naturaleza.
Este estado de conocimiento pleno de sí es efímero, y la felicidad derivada de ello
es fugaz. Esto lo remarca en numerosos pasajes: el conocimiento de sí se da en instantes
discontinuos. Y así debe ser porque de mantenerse en el tiempo generaría precisamente
tiempo (generaría pasado y futuro) y, como deja claro en Ensayo sobre el origen de las lenguas, es cuando hay tiempo (cuando hay historia) que nacen las palabras, que se desarrolla
el pensamiento, que se establecen órdenes, que se construyen sistemas, que surgen
las instituciones, que, en síntesis, se origina todo lo que nos aleja del hombre natural
y, en consecuencia, del conocimiento de nosotros mismos.
En este trabajo quise recorrer algunas de las posibilidades efectivas y de las limitaciones
que el problema del conocimiento de sí tiene en el pensamiento de Rousseau. Vimos
que el conocimiento de sí es la vía que Rousseau ensaya para poder responder a su
pregunta filosófica axial: qué es el hombre. Conocerse a sí mismo, entonces, es la
ruta de indagación que debe seguir su filosofía para resolver un problema mayor. El
conocimiento de sí es un problema continuo en la obra de Rousseau, pero en Las ensoñaciones del paseante solitario, desde una revisión autobiográfica, explora la posibilidad de este conocimiento.
No da, a mi juicio, una única respuesta: por una parte, sí es posible; por otra, no.
Un examen autobiográfico, volver sobre su propia vida, se presenta como el camino
lógico para lograr el conocimiento de sí, pero no puede evitar reconocer en este trabajo
una limitante impuesta por la puesta en uso del lenguaje en un discurso que lo lleva
a admitir una distancia infranqueable entre su vida y lo que dice sobre su vida. El
límite en el éxito de la empresa de conocerse a sí mismo por medio de la escritura
autobiográfica está marcado por la conciencia del uso de la ficción. Rousseau desliza
aquí la posibilidad de que, al fin y al cabo, el Rousseau autobiográfico no sea el
verdadero sino una construcción ficcional. Pero no se queda aquí: descubre en el repaso
de su vida otro camino en donde sí ha conseguido llegar al conocimiento de sí a través
ya no de un proceso cognitivo sino de otro orden, espiritual y existencial esta vez,
que lo conduce al encuentro de su naturaleza desde fuera del pensamiento articulado
y del discurso filosófico. Esta posibilidad se da en la vivencia íntima de una naturaleza
simple y del ocio que he, en este trabajo, vinculado con la tradición pastoral, y
de una disposición anímica que he asociado a la mística, en donde el conocimiento
de sí ocurre en determinados instantes privilegiados, atemporales, en los cuales se
alcanza la pura existencia sin necesidad de pensamiento. Es en estos instantes fugaces
en donde Rousseau declara haber alcanzado su naturaleza ontológica. Esta vía de indagación,
que lo lleva a dar con una respuesta al problema del conocimiento de sí define, al
mismo tiempo, el límite de su razonamiento, porque al darse fuera de todo pensamiento
se da también, necesariamente, fuera de la filosofía.