La Ilustración fue un proceso de larga duración, el cual apareció temprano en Inglaterra,
incluso antes que en Francia.1 Pueden citarse como antecedentes ingleses del movimiento: los avances realizados
por Newton y otros británicos precursores de la ciencia moderna; la difusión de las
ideas de John Locke y su influencia en el desarrollo del liberalismo y, particularmente,
de los principios de diversidad y tolerancia; la libertad de culto para anglicanos,
presbiterianos y cuáqueros; el relevo dinástico a finales del siglo XVII y la aceptación
del sistema parlamentario; el desarrollo de un modelo político impregnado de crecientes
valores burgueses y comerciales; el avance de la cultura urbana y el fomento de la
manufactura, entre otros aspectos que configuraron la modernidad anglosajona.
Para el siglo dieciocho, Gran Bretaña era ya un gran imperio económico, político y
cultural, y Londres representaba un lugar de encuentro de las elites cultas de Europa.
Los intelectuales solían reunirse en cafés y tabernas donde formaban tertulias y discutían
sobre ciencia, religión, política, ópera, teatro, literatura y noticias recientes;
algunos de estos lugares tenían su propia biblioteca, como el café The Chapter (Porter 2001, 92). Edimburgo no se quedaba atrás. Contaba con una excelente universidad y bullentes
centros de reunión en donde se llevaban a cabo discusiones y debates (Seoane 2007, 398). Por la vocación y fervor cultural y por la constante presencia de la vanguardia
intelectual de la época, la capital de Escocia fue considerada “la Atenas de Gran
Bretaña” (Buchan 2006, 2). En definitiva, ambas ciudades británicas constituyeron centros de estimulación
del pensamiento ilustrado.
Particularmente, en esas ciudades se produjo un significativo incremento del número
de personas que sabían leer y escribir, y entre las élites letradas se instaló el
consumo de productos impresos que conformó “un público lector”. El aumento en la demanda
de material de lectura -libros, periódicos, revistas, panfletos y obras eruditas o
de consulta- creó un “mercado cultural”, el cual permitió que los intelectuales no
dependieran de los mecenazgos otorgados por la Iglesia, las universidades o el Estado.
Aparecieron autores y editores “profesionales” y empresarios dedicados a la industria
editorial (Mayos 2007, 27). La oferta de acervos para la práctica lectora dejó paulatinamente de ser monopolio
de la clerecía, rompiéndose el vínculo lectura-religión e instalándose, en cambio,
el de lectura-laicidad. El “capitalismo de imprenta” estaba ya plenamente instalado
y, en este marco, los periódicos se convirtieron en el canal de comunicación social
por antonomasia y la prensa en un foro de debate y discusión que aparece como fuerza
política e intelectual jugando el papel de agente catalizador de la opinión pública
(Monzón 1987, 20).
En este escenario apareció Juan Jacobo Rousseau en Gran Bretaña. Arribaron, primero,
sus obras, ideas y hazañas, y la prensa se encargó de traducirlas y ponerlas en el
mercado británico construyendo y difundiendo noticias, imágenes y representaciones;
excluyó algunas, incluyó, jerarquizó y ponderó otras.
Arribo de obras y noticias de Rousseau a Gran Bretaña
En 1750, la obra Discurso sobre las ciencias y las artes de Rousseau (1751) obtuvo el primer lugar en un concurso de la Academia de Dijon; su traducción al inglés
fue el primer texto del autor publicado en Gran Bretaña. En esta obra, aborda el tema
del conflicto de las artes y la razón, y es una crítica a los valores culturales de
la sociedad del siglo XVIII y a los ideales de los ilustrados. En el prefacio, el
traductor reprochaba el contenido del ensayo, aunque celebraba la composición y elegancia
de su discurso:
[…] por su singularidad, me parece una de las más finas piezas de oratoria moderna
[… ] Todo lo que sé del autor es que su nombre es Rousseau, y que, como él lo dice,
es originario de Ginebra […] Debemos observar, tal como la Academia juzgó, y como
la Humanidad debe hacerlo, que él [Rousseau] tomó el lado incorrecto de la pregunta
[…] este caballero nos hace creer que las artes y ciencias han herido nuestra moral
y nuestras costumbres y que, por lo tanto, debemos prohibirlas. Pero olvida que el
hombre, en todos los climas, nacido desnudo e indefenso, no puede sobrevivir sin artes,
ni ciencia. (Anon 1751, iii-viii)
El traductor calificaba las ideas planteadas por Rousseau como “ridículas” y “disparatadas”.
Lo equiparaba con el inglés Thomas Hobbes,2 el holandés Baruch Spinoza, el alemán Heinrich Cornelius Agrippa y el francés Michel
Nostradamus (Anon 1751, v), a quienes frecuentemente se les tachaba de ateos y proclives a la disolución social.
Señalaba que la diferencia entre los europeos y los árabes ladrones o los bárbaros
americanos era justamente la existencia de las ciencias y las artes que Rousseau despreciaba.
Planteaba que criticar las ciencias y artes era “tan delirante” como “criticar el
sol porque a veces quema, o la lluvia porque a veces es demasiada” (Ibíd., vi-viii).
La prensa de Gran Bretaña no publicó ninguna otra nota sobre el Discurso sobre las ciencias y las artes, pero la obra se volvió a editar en 1752 y en 1760, indicando que el texto causó
curiosidad y tuvo acogida entre el público. De hecho, el prefacio del traductor y
las múltiples publicaciones de la obra advierten que desde su llegada a Gran Bretaña
las obras rousseaunianas abrieron controversias que despertaron interés en lectores
británicos.
En 1755 se publicó en Francia el texto Discurso sobre el origen de la desigualdad, en el cual niega la tesis de Thomas Hobbes acerca de que “el hombre es malo por
naturaleza” y lanza la afirmación de que todos los males, las miserias y las demás
aberraciones que originan las desigualdades humanas tienen su única causa en el estado
de sociabilidad. Esta obra no se tradujo al inglés ni se mencionó en la prensa británica
inmediatamente.
Un año después, en 1756, el académico inglés Joseph Warton, en el escrito An essay on the writings and genius of Pope, publicada en Londres, incluyó una pequeña nota señalando que “el ingenioso, pero
paradójico filósofo de Ginebra” blasfemaba “contra la pasión del amor” (Warton 1756, 308-309). El comentario observaba que “no es de sorprenderse que aquel que ha escrito una
sátira en contra de la sociedad humana satirice su más grande bendición” (Ibíd.).
Por su parte, Adam Smith, en una carta escrita a The Edinburgh Review en 1756, expresó su opinión señalando que en el Segundo discurso el ginebrino parecía más sentimental que capaz de sostener un análisis racional:
“es un trabajo que consiste más en retórica y descripción” (Smith 1980, 251).
En 1761, este Segundo discurso se tradujo y publicó en inglés, y entonces aparecieron varias reseñas en los periódicos
principales. Todas reprobaban los argumentos de Rousseau, principalmente su alegato
contra las instituciones sociales y políticas de su tiempo y su postura respecto a
la guerra moderna, las enfermedades, los lujos, la degeneración, la vida primitivista
y el estado natural (The Monthly Review 1762: The London Chronicle 1761: The Court Magazine 1762).
El disgusto que causaba el pensamiento de Rousseau a sus contemporáneos británicos
se hizo patente en la obra del filósofo escocés Adam Ferguson publicada en 1776. Comenzó
su libro Essay on civil society presentando una discusión sobre el estado de la naturaleza en la que criticaba “los
escritores que han tratado de distinguir en el carácter humano sus cualidades originales
con el fin de señalar los límites entre naturaleza y arte, algunos representando a
la humanidad en su condición primigenia y dando al humano una sensibilidad meramente
animal, sin el ejercicio de las facultades que lo hacen superior a los brutos” (Ferguson 1767, 2-3). Más adelante, en sus reflexiones sobre la historia de la política y las artes y
en su discusión acerca de la influencia del clima en su desarrollo, Ferguson reprobaba
la idea rousseauniana, que aparece en el Discurso sobre el origen de la desigualdad, donde sugiere que el modelo de nuestra naturaleza original puede encontrarse en
los animales que tienen el mayor parecido con el humano (los simios) (Ibíd., 9 y 181).
Mientras tanto, en noviembre de 1757, había aparecido, en el volumen II de la Encyclopédie, un artículo de D’Alembert en el que recomendaba la presencia de una compañía estable
de teatro para la ciudad de Ginebra. Rousseau objetó la propuesta y escribió su Carta a D’Alembert sobre los espectáculos, esgrimiendo las razones para su rechazo. Este texto se publicó en París en 1758,
y pronto se tradujo al inglés con el título Letter […] concerning the effects of the theatrical entertainments on the manners
of mankind (Rousseau 1759); su aparición se anunció en varios periódicos en el mes de enero de 1759 (The Gazetteer, The London Daily Advertiser, The Public Advertiser, The London Evening Post). La edición londinense no incluía prefacio o notas de entrada; comenzaba directamente
con las palabras escritas por Rousseau asegurando no tener nada personal en contra
de D’Alembert.
Este comentario de Rousseau debe ser leído desde el marco de la batalla que el ginebrino,
hasta entonces, estaba dando por sus ideas. Desde mediados de la década de 1750, se
había alejado personal e ideológicamente del grupo ilustrado3 y entre él y varios de sus miembros había una fuerte enemistad. Estas desavenencias
podrían haber sido noticia en Gran Bretaña pero nada se publicó sobre el tema ni sobre
el contenido de la carta. De hecho, no aparecieron reacciones en la prensa4 ni se publicó más sobre este texto.
En cambio, la prensa británica hizo bastante ruido sobre la publicación de Julie ou la nouvelle Heloïse, en 1761 (Rousseau 1761). El 23 de diciembre, The Public Advertiser anunció que esta obra se podía conseguir en francés en la casa editorial de Becket
y Hondt, y, en abril, The Aberdeen Magazine publicó una breve nota sobre “The history of Juliet or the modern Eloisa” describiéndola
como una “elegante pieza” e incluyendo la traducción de un pequeño fragmento. Ese
mismo año apareció en Londres la edición en inglés, en cuatro volúmenes: Eloisa or a series of original letters. El traductor era William Kenrick, novelista, escritor, crítico literario y editor
de la revista The Monthly Review.
Kenrick incluyó un prefacio en el que justificaba su preferencia por el nombre de
Eloisa, sobre el de Julie, y defendía y elogiaba su propio trabajo como traductor.
Presentaba a Rousseau como un escritor de gran reputación que escribía con facilidad
y elegancia, pero que a veces carecía de “precisión al expresarse” (Kenrick 1761, viii). Criticaba a Rousseau por su escaso conocimiento de la cultura inglesa achacándole
esta característica a los autores franceses a quienes acusaba de desconocer “nuestros
nombres comunes, los títulos de nuestra nobleza, nuestras costumbres (…) ellos raramente
mencionan nuestro país o incluyen a un personaje inglés sin exponerse al ridículo.”
Específicamente de Rousseau, decía que había llamado con un nombre absurdo al caballero
inglés que aparece en su obra y que había sustituido el nombre de Lord Bonston por
Lord B. (Kenrick 1761, v-vi).
Eloisa resultó un bestseller y se editó varias veces en inglés. Fue tan bien acogida que editores londinenses
-R. Griffiths, T. Becket y P. A. De Hond- publicaron, además, ejemplares del prefacio
que Rousseau había escrito como introducción a su obra (Rousseau 1761b). En octubre de 1761 apareció una reseña en The Scots Magazine. El autor fue “Becket” -probablemente el mismo Becket, quien publicó la mayoría de
las traducciones al inglés de la obra de Rousseau. Llamaba al ginebrino “ingenioso,
elocuente y refinado” y contraponía Eloísa con la novela Clarissa, “el trabajo favorito” del autor inglés Mr. Richardson: “(…) encontraremos que Rousseau
es infinitamente más sentimental, animado, refinado y elegante; Richardson es más
natural, interesante y dramático (…) Rousseau provoca admiración, Richardson incita
lágrimas, es más sencillo y conmovedor (…) Rousseau es más didáctico e instructivo”.
En su nota, Becket mencionaba que recientemente se había publicado un texto titulado
“Una profecía” cuyo autor se decía que era Voltaire y en el que se señalaban muchos
defectos e inconsistencias de Eloísa, pero señalaba que a él le parecía que las críticas eran exageradas e injustas: “probablemente
[son] resultado de algún rival malévolo, envidioso y celoso de la creciente reputación
de Rousseau”. Terminaba su reseña diciendo que Rousseau debía estar satisfecho por
la buena recepción de Eloísa en Inglaterra.
En 1761, además de Eloísa y del Discourse upon the origin and foundation of the inequality, se publicó en Londres el texto titulado A project for perpetual peace (Rousseau 1761d). Esta obra incluía un prefacio en el que el traductor aplaudía las ideas presentadas
señalando “las ventajas que resultarían a las naciones si se adoptara una confederación
como la planteada”, pero lamentaba la falta de voluntad de los soberanos que “no estarían
dispuestos a sacrificar los placeres y riquezas de que los disfrutaban” (Anon 1761, 3-4). La portada del libro especificaba que el autor era Rousseau, pero el prefacio mencionaba
que el texto era del abate de St. Pierre y que Rousseau solo lo había hecho público.
Era cierto que el contenido estaba inspirado y rescataba las ideas del abate -unas
publicadas en 1713 y otras inéditas, pero entregadas a Rousseau por el sobrino del
abate en 1754-, sin embargo, el ginebrino las había organizado y publicado dejando
su huella personal. Por ejemplo, mientras que el abate hablaba de “la Europa de los
monarcas” y de “un pacto entre príncipes y monarcas”, Rousseau se refería a “la Europa
de los pueblos” y a “un contrato social” (Bello 2010, 130-131). No existe evidencia de que en estos años en la prensa británica hayan aparecido
reflexiones sobre los cambios que hizo Rousseau respecto a lo escrito en el texto
original y que ponderaban la importancia -pragmática y moral- de construir una alianza
pacífica no solo entre poderosos, como sugería el abate, sino entre poderosos y débiles,
como iguales.
Su novela Emilio fue bien recibida. La traducción al inglés se realizó inmediatamente después de que
apareciera en francés en 1762. En Gran Bretaña, esta obra fue “esperada con impaciencia
por curiosos e intelectuales” (Warner 1944, 773) debido a que su llegada fue antecedida por rumores acerca de que en París y en Ginebra
se habían expedido órdenes de arresto contra Rousseau, que sus obras habían sido proscritas
y quemadas en la hoguera, que en toda Europa el clero protestante y católico lo criticaba
fervientemente acusándolo de ser el Anticristo, y de que su casa en Môtiers había
sido apedreada. Estos sucesos ampliaron la divulgación de Emilio y, entre junio y septiembre de 1762, aparecieron en The London Chronicle siete fragmentos de la obra.
La traducción del texto completo fue publicada antes de que terminara el año con el
título Emilius and Sophia, a new system of education (Rousseau 1762). En el prefacio, el traductor William Kenrick, quien también tradujo Eloísa, se refería a Rousseau como un escritor consumado y “tan bien establecido que no
hace falta presentación”. Señalaba: “Inglaterra es quizá el único lugar donde nuestro
autor puede esperar ver su libro justamente sometido al juicio y candor del público”,
y mencionaba “las medidas opresivas y tiránicas que han sido tomadas en otros países
para evitar su circulación” (Kenrick 1762, iii-iv).
Cabe subrayar que Kenrick denunció con “la mayor indignación y enojo” que en Inglaterra
“se han estado usando métodos malos” e información “falsa” para anticipar la opinión
pública y predisponer al lector inglés en contra del trabajo de Rousseau. Sin embargo,
esperaba que Inglaterra fuera el último país del mundo donde se restringiera la libertad
y la verdad (Ibíd., iv-v). Hizo un llamado a sus lectores: “Vamos a promover y estimar
a todos los que como nuestro autor se aventuran a sembrar controversia en las opiniones
generales y costumbres de un mundo equivocado. Correcto o erróneo, lo único que él
nos pide es escucharlo, y prestarle atención es en el interés, y el orgullo, de la
gente libre” (Ibíd., viii).
La traducción de Emilio se volvió a publicar en 1763, 1768 y 1773, sin cambios sustanciales y con el mismo
prefacio. En 1763, en Londres, también se publicaron las actas del Parlamento de París
que documentaban la acusación escrita por el arzobispo de París, Christopher de Beaumont,
la condena y la larga carta que Rousseau escribió en respuesta para defenderse y establecer
su postura (Rousseau 1763). La censura de la obra de Rousseau y la persecución a su persona cobraron una gran
relevancia simbólica en Gran Bretaña en donde la libertad de expresión representaba
uno de los grandes baluartes de la configuración doctrinal vigente.
En 1764, un nuevo texto de Rousseau apareció en Londres con el título A treatise on social compact [sic]; or, the principles of politic law (Rousseau 1764). Esta edición inglesa no reproducía el original de su obra El contrato social sino solo un fragmento. No existe información sobre quién fue el traductor, pero
su error en el título (“compact” en lugar de “contract”) y la alusión que hace en
el prefacio a su propia incompetencia para realizar la traducción del libro entero
llevan a pensar que lo escribió un inexperto: “(…) es un trabajo mucho más largo,
el cual comencé a traducir sin tener en cuenta la dificultad de la tarea, y por eso
la interrumpí (…) aunque me pareció adecuado ofrecer este extracto al público”. Afortunadamente
para los británicos interesados y con posibilidad de leer francés, en 1764 los libreros
Becket y De Hondt importaron varios ejemplares (Becket y De Hondt 1764, 131) de El contrato social.
Pero los reflectores de la prensa británica siguieron enfocados en Emilio y en las noticias acerca de las condenas, quemas y proscripciones que su publicación
causó en París y en Ginebra (Durant 1967, 189-190). Y, aunque es cierto que para entonces en Gran Bretaña predominaban sentimientos
de rechazo ante la violencia desatada contra Rousseau y sus ideas, Emilio les sacó ámpulas a los británicos. En la prensa aparecieron varias notas negativas,
o al menos escépticas, sobre la visión y propuestas rousseaunianas sobre educación.
Por ejemplo, el filósofo escocés Thomas Reid Strachan señalaba en An inquiry into human mind (1764) no estar de acuerdo con la educación en la naturaleza, opinaba que una educación
sin ningún cuidado humano excepto el necesario para preservar la vida era igual que
ninguna educación y producía “salvajes”. En cambio, consideraba que la educación humana
forjaba buenos ciudadanos, hábiles artesanos y hombres bien educados, y que la educación
en la naturaleza nunca hubiera podido producir a un Rousseau, a un Bacon o a un Newton
(Reid 1764, 497-499). Es claro que para Reid como para muchos de sus compatriotas, los criterios educativos
de Rousseau resultaban interesantes, pero deficientes y poco realistas.5 No podía ser de otra manera cuando, para entonces, en el pensamiento británico sobre
la educación predominaba la filosofía de Locke, apuntalando las líneas fundamentales
de lo que debe ser la formación del gentleman y la importancia del vínculo educación-trabajo.
La propuesta pedagógica de Rousseau tenía como principio la idea de que “el hombre
nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Esta idea lo llevó a expresar admiración por
la novela Robinson Crusoe (1719) señalando, en Emilio, que esta novela era “el tratado mejor logrado de educación natural” (Rousseau 2017, 320-322). Esta obra había sido escrita por el londinense Daniel Defoe, y Rousseau la recomendaba
como la primera lectura que debía realizarse en la vida (Ibíd.).6 Sin duda, los ingleses apreciaban a Defoe y su Crusoe, pero la censura de Rousseau a los libros y a la lectura llamándolos “instrumentos
de tortura”, “azote de la infancia” y su propuesta de no enseñar a leer a los niños
en contra de su voluntad y no antes de los doce años de edad, debió haberles parecido
descabellada (Ibíd., 171-173). Quizá por ello la admiración rousseauniana por el personaje
ficcional y mítico, creado por el novelista inglés, fue ignorado por la prensa británica.
Por supuesto, la obra del filósofo ginebrino contenía otras ideas y propuestas que
causaban agitación y controversia entre pensadores británicos. En este sentido, puede
mencionarse el cuestionamiento a la negación rousseauniana de la lectura cristiana
del pecado original y los milagros de la Biblia, así como ideas expuestas que algunos
interpretaron como ataques directos a la religión, o al menos un cuestionamiento a
sus preceptos. En 1765, en The Public Advertiser y The London Lloyd’s Evening Post se hicieron llamados a “los caballeros” para apoyar la causa cristiana en contra
de Rousseau financiando una serie de ensayos que serían entregados mensualmente junto
con The Christian Magazine a sus suscriptores y que al final constituirían un libro (The London Lloyd’s Evening Post 1765, 4).
Pasado un tiempo, apareció en prensa el libro The truth of Christian religion vindicated from the objections of unbelievers particularly
of Mr. John James Rousseau de la autoría de William Dodd. En su prefacio, este aseguraba que Rousseau era el
autor que con mayor sutileza y eficacia había atacado la cristiandad, envenenado las
mejores creencias con su Emilio. Dodd se quejaba de que en Inglaterra no hubieran surgido las reacciones y refutaciones
necesarias y que con su libro él pretendía remediar esto de inmediato (Dodds 1765, iii-v). Sus ensayos defendían la necesidad de la revelación, los milagros, la divinidad,
las escrituras, el carácter moral de Jesucristo en comparación con Sócrates, las profecías,
etcétera.
Ese mismo año, en 1765, apareció en Londres otro escrito con el título A letter to the reverend vicar of Savoy […] wherein Mr. Rousseau’s Emilius is humorously
examined. Este texto buscaba refutar las ideas de Rousseau contenidas en Emilio haciendo una referencia sarcástica a “La profesión de fe del vicario saboyano”. El
autor fue el historiador y jurista alemán Justus Möser, quien presentaba a Rousseau
como un “genio” con “intereses terrenales” que “puede prender fuego a un templo si
este se interpone en su victoria” (Möser 1765, 38).
Todas las obras de Rousseau publicadas en París fueron traducidas al inglés y circularon
en Gran Bretaña. Algunos textos no se tradujeron de inmediato, pero mientras tanto
circularon en su lengua original. Los libreros y editores Becket y De Hondt fueron
los principales responsables de que la obra de Rousseau se difundiera y conociera
en Inglaterra. Desde sus oficinas en la calle Strand en Londres, orquestaron las traducciones,
publicaciones e importaciones. Su catálogo del año 1764, por ejemplo, ofrece nueve
entradas que corresponden a todas las obras publicadas en francés por Juan Jacobo
Rousseau (Becket y De Hondt 1764, 98, 103, 110, 113, 131, 139, 140 y 155). En 1767, esos mismos editores, publicaron la obra de cinco volúmenes, titulada
The miscellaneous works of Mr. J. J. Rousseau, que contenía, además de todos los trabajos previamente traducidos, otros, como Cartas escritas desde la montaña, escritas por Rousseau durante su estancia en Môtiers en 1764, que no habían visto
la luz en lengua inglesa (Rousseau 1764).
Siempre polémicas, unas veces aceptadas y admiradas y muchas otras criticadas y rechazadas,
lo cierto es que las obras y las noticias sobre Rousseau se vendían bien en Gran Bretaña.
Para la segunda mitad del siglo XVIII, las ideas y el nombre del filósofo ginebrino
se encontraban plenamente acomodados en debates y discursos de intelectuales y políticos
británicos y, sin duda, el público interesado en los escándalos fue más extenso.
Exilio en Gran Bretaña
En 1765, buscando un remanso de paz y tranquilidad Rousseau decidió trasladarse a
Inglaterra. El filósofo escocés David Hume, que estaba en París en calidad de secretario
del embajador británico, se propuso ayudar a “le pauvre Jean-Jacques” (Hume 1983, 1-2; Edmonds y Edinow 2006, 367), a quien admiraba por su carácter y talento, a pesar de que su trabajo le parecía
“extravagante” (Hume, 1983, carta 197). Los preparativos para su traslado tomaron tiempo y la disposición del ginebrino
de mudarse a Londres se convirtió en noticia y motivo de vanagloria británica. The Scots Magazine publicó el primer día del año 1766 que “John James Rousseau” era un hombre excepcional
a quien su ciudad de nacimiento había expulsado, obligándolo a vagar de un país a
otro, “hasta ahora que ha decidido retirarse y terminar sus días en esta tierra de
alardeada libertad”.
Rousseau llegó a Londres el 13 de enero de 1766, acompañado de su perro Sultán; varias
notas periodísticas anunciaron su llegada. Por ejemplo, The London Chronicle, y The Westminster Journal escribió: “el pasado lunes llegó a nuestra ciudad el reconocido Jean-Jacques Rousseau,
quien ha tenido muchos problemas y ha sido maltratado tanto en Suiza como en Francia
por haberse aventurado a publicar, en muchos trabajos, sus sentimientos con un espíritu
y libertad que en realidad solo son aceptados en esta bendecida isla” (Rousseau 1965-1998,
XXIX, 295-296). Ese mismo mes se publicó en The Scots Magazine “un recuento del celebrado James Rousseau”, donde se narraba brevemente su vida,
se hablaba de su singular forma de vestir (usaba un traje armenio de estilo toga)
y se describían sus obras brevemente con notas muy positivas. Se apuntaba que Nueva Eloísa, El contrato social y Emilio eran las más exitosos y que “la libertad que él se toma de disturbar y socavar las
doctrinas aceptadas de la religión le causan grandes enemigos, más aún que las paradojas
filosóficas que plantea”. Como en las notas anteriores, se hablaba de la persecución
de la que era objeto y de su decisión de exilarse en “una tierra de libertad”.
En The London Chronicle apareció un comentario que elogiaba el Discurso sobre la desigualdad y señalaba que Nueva Eloísa era una muestra de la genialidad rousseauniana. El autor del comentario aprovechaba
para comparar Inglaterra con el resto de Europa y apuntar que la libertad inglesa
era real gracias a que su monarquía no era absoluta, su prensa era libre y su tolerancia
religiosa era alta.
En estos días, Hume estaba también muy complacido y en una carta escrita a Madame
de Brabantane señalaba que después de observar a Rousseau en todos los aspectos podía
afirmar “nunca haber conocido a un hombre más amable y virtuoso”, “afable”, “modesto”,
“afectuoso”, “desinteresado”, “sensible” y de fácil convivencia (Zaretsky y Scott 2009, 171).
Bienvenido y celebrado, “John James Rousseau” se alojó en Londres, y la casa donde
se alojaba era visitada diariamente por personas que querían conocerlo (Durant 1967, 210). Sus actividades aparecían constantemente en la prensa, rivalizando inclusive con
“el espectáculo diario de la política parlamentaria” (Zaretsky y Scott 2009, 158). A Rousseau le molestaba el bullicio de Buckingham Street, y Hume lo ayudó a trasladarse
a Chiswick, una zona alejada del centro de Londres, con muchos parques, cercana al
Jardín Botánico Real de Kew Gardens y al Río Támesis. Ahí, por iniciativa de Hume,
Rousseau posó para el pintor Allan Ramsay quien realizó un retrato al óleo (Figura 1) aprovechando la ocasión, junto con su ayudante David Martin, para producir, masivamente,
grabados a mediatinta con la imagen del ginebrino (Figura 2) (Fordham 2006, 509-511).7
Figura 1
Retrato en óleo de Rousseau por el pintor inglés Allan Ramsay. Londres, 1766.
Nota: Fue un regalo del pintor a David Hume.
Fuente: Cortesía de la Galería Nacional de Escocia.
Figura 2
Grabado de Rousseau a media tinta por David Martin. Londres, 1766.
Fuente: Cortesía de la Galería Nacional de Escocia.
En marzo, Rousseau se trasladó a Wotton, en Staffordshire, a la mansión de Richard
Davenport. En esos días, en Inglaterra, The Derby Mercury (28 de marzo) describía a Rousseau como una persona extraordinaria, y David Hume
trabajaba por conseguirle una pensión pagada por el rey británico Jorge III. Sin embargo,
el 3 de abril, el periódico londinense The St. James Chronicle dio a conocer una nota que resultó ser un parteaguas en la relación de Rousseau con
Hume y con Gran Bretaña. Era un carta ficticia -supuestamente enviada por el rey de
Prusia Federico el Grande a Rousseau- redactada por el inglés Horace Walpole. De acuerdo
con Frederich Melchor Grimm, amigo de Walpole y de Hume, la carta había sido una broma
y databa de los días en que Rousseau todavía estaba en París (Grimm 1777, 82). No
obstante, su publicación en Londres, en inglés y en francés, plantó en Rousseau la
idea de que había una conspiración en su contra que implicaba a David Hume. De aquí
sobrevino una ruptura entre Hume y Rousseau que desencadenó una serie de rumores y
varias publicaciones en la prensa.
La primera reacción pública de Rousseau fue enviar a The St. James Chronicle (24 de abril) una réplica en la que criticaba a su editor, William Straham, por prestarse
a “juegos malvados” y al autor de la carta ficticia por su extravagancia y su falta
de respeto al rey de Prusia, además, lamentaba que, aunque la carta hubiera sido fabricada
en París, el “impostor” que la había escrito tuviera muchos cómplices en Inglaterra.
En junio de 1766, Hume recibió una larga carta de parte de Rousseau, en la cual, entre
otras cosas, lo acusaba de manipular la opinión pública inglesa. Señalaba que a su
llegada a Inglaterra “no había otra nación en toda Europa que lo tuviera en mejor
reputación” y que ahora era víctima de bromas, críticas infundadas y traición. Por
la forma en que la misiva estaba redactada, como una defensa jurídica, Hume temía
que Rousseau estuviera pensando publicarla. Acongojado, pensó en replicar a través
de la prensa y pidió consejo a sus amigos. Adam Smith le recomendó guardar silencio
e ignorar a Rousseau (Durant 1967, 214); Hugh Blair le aconsejó evitar “el malsano placer que el mundo obtendría de una
guerra de papel entre dos personas de tanta fama” (Blair 1766, 82); Holbach le advirtió que el público era “un pésimo juez de las disputas”, y D’Alembert
le señaló que las querellas públicas solo “provocaban a los fanáticos” y hacían a
“los curiosos hablar mal de los hombres de letras” (Zaretsky y Scott 2009, 229, 231). Sin embargo, contrariando sus propios consejos, Holbach y D’Alembert circularon
las cartas en su posesión y, efectivamente, el asunto entre Rousseau y Hume se convirtió
en el tema de moda. Ambos filósofos convencieron a Hume de defenderse públicamente
mediante panfletos y notas periodísticas, confiando en que la opinión pública resolvería
a su favor.
En poco tiempo el “affair Hume-Rousseau” pasó de ser un asunto relativamente privado a uno muy popular (Goodman
1991-92, 177), poniendo a Rousseau en el centro de atención de los círculos intelectuales
ilustrados y del público en general. Varias notas y materiales alusivos a Rousseau
fueron publicadas, tanto a favor de Rousseau como de Hume. Por ejemplo, en el diario
escocés Caledonian Mercury, del 22 de septiembre 1766, se publicaron dos notas, una a favor de Hume y otra favoreciendo
a Rousseau. La primera era un poema que victimizaba a Hume por haber cometido el error
de ayudar al “envidioso” y “desagradecido” Rousseau:
Oh, Hume, qué buen plan/ para un hombre sabio y conocedor/ humanizar al salvaje de
Rousseau/ ¿con un bruto razonarías?/ si la amabilidad es vista como traición /tus
virtudes lo convirtieron en tu enemigo/ con un corazón envidioso/ él actúa falsamente/
encubriéndose de supuesta moral /engañoso y lleno de odio/ Desagradecido con Hume/
pues lo que no puede igualar, lo odia / deja al salvaje y silvestre/ tener hambre
y rugir salvajemente/ para qué vestirlo y alimentarlo / cuando es la naturaleza la
que lo comanda.
La segunda era una carta de Rousseau a “un amigo en París” en la que se quejaba de
Hume. Rousseau había decidido guardar silencio en la prensa, pero la carta que escribió
a su editor en París, Pierre Guy, se filtró y circuló ampliamente tanto en París como
en Gran Bretaña (Durant 1967, 212). Esta carta, publicada en varios periódicos en Inglaterra y Escocia, explicaba la
decisión de Rousseau de cortar toda correspondencia con el mundo porque la conspiración
en su contra era demasiado poderosa y popular: “no acabaría de defenderme de una calumnia
cuando otras veinte habrían surgido más crueles que la anterior”. Aseguraba que confiaba
en el “juicio del público (…) aquellos que decidan solo con pruebas no me condenarán”.
Apelaba a la empatía del lector ante su situación en un escenario injusto y desigual:
“¿cómo un extranjero, ignorante de la lengua del país donde reside, sin crédito, anhelando
nada más que pasar el resto de sus días en tranquilidad y enterrado en la soledad
rural, puede competir con un escritor de gran renombre en Inglaterra? Pensar que alguien
puede querer tal confrontación es suponerlo loco”.
La querella entre Hume y Rousseau ofrecía un material que resultaba jugoso para los
periódicos, así que, sin emitir un fallo decisivo, daban seguimiento a los eventos.
Difundían las noticias alimentando la riña entre ambos personajes al tiempo que alimentaban
el morbo del público. The Public Advertiser, del 12 de septiembre, anunció que estaba en prensa un libro titulado The plagiarisms of J. J. Rousseau of Geneva (The Public Advertiser 1766, 3). Este libro se había publicado en París, en francés, un año antes, acusando a Rousseau
de ser poco original y usar en sus textos sobre educación “fragmentos de Montaigne,
Locke y otros escritores” (Grimm 1815, 183). El autor de la edición en francés no tuvo muy buena recepción y sus argumentos
resultaron más bien débiles. De la edición en inglés no sobrevive ningún ejemplar
por lo que no es posible asegurar que se publicó. No obstante, es claro que el ambiente
del momento era propicio para un texto que cuestionara no solo las ideas sino la autenticidad
del ginebrino.
En noviembre de 1766, la casa editorial de Becket y De Hondt publicó un panfleto de
103 páginas, traducido del francés, titulado A concise and genuine account of the dispute between Mr. Hume and Mr. Rousseau: with
the letters that passed between them during their controversy.8 Este texto incluía las visiones sobre el “extraordinario asunto” de Hume, Walpole
y de D’Alembert, y estaba precedido por una dedicatoria escrita por “los amigos de
Hume en París” que describía a Rousseau como “insolente”, “ingrato” y “abusivo”, y
señalaba que “una disputa entre dos celebres personajes no había fallado en hacer
ruido y volverse de conocimiento público”. Incluía copia de toda la correspondencia,
que ordenadamente había conservado Hume. Señalaba que el filósofo escocés había mandado
los documentos pertinentes en original al Museo Británico para evitar que se falsificaran
y permitir que quien quisiera indagar en ellos tuviera la posibilidad de conocer la
verdad (Anon 1766, iii-viii).9 En el panfleto aparecían varias notas al pie y en una de ellas se preguntaba al lector
refiriéndose a Rousseau: “¿Es posible hacer feliz a un hombre en un mundo cuyas costumbres
y principios él mismo está determinado en llamar retrógradas? No, los hombres caprichosos,
como niños perversos deben dejarse solos pegando contra la pared, para que ventilen
su malhumor sin molestar” (Ibíd., 1766, 13). La misma editorial también tenía a la
venta el texto en francés para quien deseara comparar ambas versiones o referirse
al original (The Public Advertiser 1766, 1),
Un resumen de este reporte apareció en casi todos los periódicos de la Gran Bretaña:
The Monthly Review, The Gentleman’s Magazine, The London Magazine, The St. James’s Chronicle, The London Chronicle, The Scots Magazine y The Caledonian Mercury. Las notas son muy similares entre sí, acaso con algunos cambios en la introducción,
pero todas favorecían a Hume. La versión de The Monthly Review comenzaba señalando la fama que había alcanzado la disputa: “es imposible que alguno
de nuestros lectores no esté familiarizado con los nombres Hume y Rousseau, muchos
deben haber oído acerca de la reciente pelea entre estos dos genios celebrados y estarán
deseosos de conocer las causas y razones. Con el objetivo de satisfacer su curiosidad,
les ofrecemos una corta narrativa”.
Evidentemente el autor del reporte no fue imparcial y ofreció su propia opinión: “Queda
claro que Mr. Hume ha actuado como un amigo generoso y desinteresado”. Dedicó más
de dos párrafos a alabarlo explicando que la razón por la que se había llevado la
controversia a la esfera pública era que el escocés había sido tratado de forma ruda
e injusta y que “al principio a la gente le costaba creer que Rousseau pudiera comportarse
así” (The Monthly Review 1766, 62). El reporte que se publicó en The Gazetter and New Daily Advertiser era mucho más corto y aseguraba que Hume no tenía nada más que añadir, pero que probablemente
Rousseau volvería a la carga con “suposiciones, interpretaciones y deducciones imprecisas”
y que esa era la razón por la que se presentaban todos los datos objetivos a los lectores
(The Gazetter 1766, 4). Ese mismo mes se publicó un panfleto titulado A letter from Mr. Voltaire to Mr. Jean Jacques Rousseau en el que se invitaba al lector a juzgar por sí mismo, aunque calificaba las actitudes
de Rousseau como tiranas, y destacaba que el ginebrino era de la opinión que los británicos
no eran realmente libres, que les importaba mucho el dinero y que no eran de naturaleza
buena (Voltaire 1766).
Estos comentarios provocaron que Hume ganara simpatía en Gran Bretaña, pero la disputa
no estaba zanjada y quienes defendían a Rousseau no se quedaron callados. El 24 de
noviembre se anunció en The Public Advertiser la publicación de un panfleto a favor de Rousseau y días más tarde, efectivamente,
fue publicado en Londres por S. Blandon con el título A defence of Mr. Rousseau against the aspersions of Mr. Hume, Mons. Voltaire and their
associates. Apareció como anónimo pero se sabe que fue escrito por Edward Burnaby Greene, terrateniente,
poeta y traductor inglés, egresado de la Universidad de Cambridge.10
El texto en defensa de Rousseau estaba dirigido a Mr. Walpole, autor de la pesada
broma de la carta enviada al ginebrino para asustarlo y convencerlo de que había planes
para asesinarlo. Increpaba la actitud de Walpole ante un extranjero perseguido en
busca de amparo: “un exiliado en tu propio país merecía si no tu protección al menos
tu compasión” (Burnaby 1766, ii). Burnaby consideraba que Rousseau era víctima de una gran conspiración en su contra
“de la talla de Maquiavelo” (Ibíd., iv).
Las notas que mencionaban a Rousseau atraían compradores aristócratas, intelectuales
y lectores comunes. Prácticamente todo el mundo estaba interesado en la disputa y
no faltaba material para alimentar noticias en periódicos. Algunas notas se publicaban
primero en un periódico y luego, idénticas o con pocos cambios, en otros; también
aparecieron parodias y burlas (Hume lo señala con preocupación a Madam de Boufflers,
febrero de 1767) e incluso una caricatura, dibujada por el escocés James Boswell,
que se anunció en el Public Advertiser (29 de enero 1767) en la que se representaba a Rousseau como un hombre salvaje al
que Hume y Voltaire intentan domesticar (Figura 3).
Figura 3
Caricatura realizada para la prensa por James Boswell, 1767.11
Fuente: Cortesía de la Galería Nacional de Escocia.
Las implicaciones nocivas que trajo para Rousseau todo esto fueron muchas. En poco
tiempo había pasado de ser representado como un genio mártir a ser visto como un malagradecido
y traidor. Llegó un momento en el que la mayoría de las noticias que sobre él aparecían
en Gran Bretaña eran de burla. Incluso su salida de Inglaterra, en mayo de 1767, después
de una estancia de diecisiete meses, fue anunciada con escarnio por periódicos que
dieron a conocer que el ginebrino había emprendido el camino hacia París, pero que
había desaparecido. Hacían mofa aludiendo a que, por ser poco conocedor de la geografía
inglesa, se había perdido dando más vueltas de las necesarias.
Tras diez largos días de camino, Rousseau llegó a Spalding en Linconshire y de ahí
a Dover, donde se embarcó hacía Calais (Edmond y Eidinow 2006, cap. 19). The London Chronicle siguió, del 16 al 19 de mayo, el recorrido del ginebrino, señalando que este, con
la convicción de que era perseguido, había solicitado protección para trasladarse
a Dover (The London Chronicle, 1767).
Rousseau en la prensa británica después de su partida
La salida de Rousseau de Gran Bretaña no silenció a la prensa. A finales de agosto
de 1767, los periódicos ingleses The Derby Mercury y The Leeds Intelligencer publicaron la traducción de una carta para Rousseau de parte del Conde de Petersborough,
quien invitaba al filósofo a una propiedad en Inglaterra en donde podría residir sin
ser molestado y sin que fuera del conocimiento público: “Te he visto por un largo
tiempo vagando de un lugar a otro, sé las razones de eso pues han sido publicadas
y quizás las conozco mal, pues pueden ser falsas”. Añadía que hacía ese ofrecimiento
para hacerle justicia y en gratitud por la instrucción que había obtenido leyendo
sus libros. También se publicó la respuesta de Rousseau rehusando la invitación y
asegurando que “siempre recordaría la oferta con gratitud” (The Leeds Intelligencer 1767, 2; The Derby Mercury 1767a, 1). El nombre de Rousseau siguió apareciendo en la prensa. La carta de Rousseau a Hume,
que se había publicado en varios periódicos el año anterior, se volvió a publicar
(The Derby Mercury 1767b; The Derby Mercury 1767c; The Caledonian Mercury 1767, The Scots Magazine 1768), así como pequeños fragmentos de su trabajo: por ejemplo, en enero de 1769 The Scots Magazine publicó “Rousseau’s sentiments of himself and others”.
No hay duda de que a pesar de todo, Rousseau y sus obras seguían teniendo seguidores
e incluso admiradores en Gran Bretaña. El escritor escocés Richard Grifitt, por ejemplo,
apuntó que las ideas del filósofo ginebrino no estaban siendo discutidas pertinentemente,
ni entendidas a profundidad. En su libro Something new, publicado en Edimburgo en 1772, señalaba -con poca modestia-que “el mundo nunca
será sabio hasta que le importe un poco más lo que Jean Jacques Rousseau y yo les
decimos” (Grifitt 1772, xiv).
Lo señalado por Grifitt no era del todo cierto. Las menciones a Rousseau no se limitaban
a rumores y anécdotas, sino que algunos filósofos e intelectuales ingleses y escoceses
seguían aludiendo y reflexionando sobre sus ideas. En 1771, James Beattie -poeta,
moralista y filósofo escocés, profesor en la Universidad de Aberdeen- hizo referencia
a Rousseau en su libro An essay on the nature and immutability of truth… El libro de Beattie fue muy exitoso y se publicaron varias ediciones. Beattie señalaba
que Rousseau era de la talla de Francis Bacon, William Shakespeare, Samuel Johnson
y Montesquieu, recomendando su lectura junto con Hume, Hobbes, Malebranche, Leibniz,
Spinoza, y los autores antes mencionados. Lo consideraba un “autor moral de verdadero
genio (…) con sensibilidad, y talento para realizar observaciones extensas y precisas,
ardor por la fantasía, y un estilo copioso y elegante, más que cualquier otro autor
francés” (Beattie 1773, 481).
Beattie aceptaba que Rousseau podía ser “salvaje, irregular y contradictorio”, que
a veces confundía declamación por prueba y que sus razonamientos sobre los efectos
de la ciencia, y sobre el origen y el progreso de la sociedad humana, eran imprecisos
y débiles, y estaban pervertidos por teorías de su propia autoría. No obstante, aseguraba
que con su elocuencia hacía que sus argumentos fueran inexorables y que “un número
mayor de hechos importantes sobre la mente humana se pueden encontrar en sus obras
que en todos los libros de los filósofos escépticos antiguos y modernos”. Según Beattie,
Rousseau estaba, en general, de acuerdo con la virtud, la humanidad, la religión natural
e incluso, a veces, con la cristiandad.
La visión de Beattie sobre Rousseau fue resumida y reproducida en algunos periódicos
escoceses. En febrero y abril de 1773, The Scots Magazine y The Caledonian Mercury, respectivamente, publicaron que el filósofo Beattie opinaba que los escritos de
Rousseau, con todas sus imperfecciones, eran recomendables:
Pueden leerse por los filósofos de manera ventajosa, pues con frecuencia dirigen a
sus lectores a las observaciones e interpretaciones correctas de la naturaleza, también
pueden leerse por los cristianos sin detrimento pues las reflexiones que contienen
sobre religión son muy débiles y paradójicas para debilitar la fe. También recomiendo
su lectura a los hombres de buen gusto por los encantos irresistibles de su composición.
La nota concluía diciendo que la conducta “impropia” reciente de Rousseau se explicaba
por una enfermedad corporal y no por una depravación moral y que, consecuentemente,
era preciso considerarlo con paciencia y piedad, más que como objeto de persecución
y ridículo.
La obra de Rousseau tuvo un eco lo suficientemente amplio como para influir en la
historia de la Independencia de Estados Unidos de América, declarada en 1776. El político
e intelectual radical Thomas Paine, quien fuera secretario exte rior en el Congreso
Americano durante la guerra de la independencia de las colo nias norteamericanas,
mencionó a Rousseau en su texto The Forester de 1776 y citó El contrato social en su An essay for the use of new Republicans in their opposition to Monarchy en 1792 (Paine 1894, 96 y Paine 2004). Es evidente que Paine admiraba a Rousseau y sus discursos y acciones encontraron
inspiración y legitimación en su obra.12 Hay que subrayar que los escritos de Paine aparecieron con frecuencia en la prensa
londinense y que, como es obvio, no fueron aplaudidos en Gran Bretaña en donde incluso
Rousseau fue imputado por haber contribuido a que las colonias buscaran independizarse.
En este sentido, James Chalmers -militar leal al imperio británico- escribió una crítica
a Rousseau usando el pseudónimo Candidus.13 En su Plain truth addressed to the inhabitants of America containing remarks on a late pamphlet
entitled common sense, publicado en 1776 en Filadelfia y Londres. Chalmers sugería que Paine había seguido
el “Rousseau’s social compact” y acusaba al ginebrino de promover una visión errónea
del origen de las leyes. Asimismo, exhortaba al “lector sensato” a darse cuenta de
que la independencia de las colonias americanas era una aberración que llevaría a
Gran Bretaña “a la ruina, el horror y la desolación” (Chalmers 1776, 1) y que estaba llevando “a la gente a la esclavitud con la bandera engañosa de la
Independencia, atacando indecentemente la constitución inglesa que, con todas sus
imperfecciones, es, y siempre será, el orgullo y la envidia de toda la humanidad”
(Ibíd.).
Rousseau murió el 2 de julio de 1778. Al respecto se publicaron varias notas que aparecieron
inmediatamente e incluso meses después. En 1778, The Scots Magazine narró las circunstancias de su muerte y, en 1785, The Norfolk Chronicle hizo también una crónica de los sucesos. Además, en 1783 se publicó la obra Letters on the Confessions of J. J. Rousseau, sin ningún comentario del traductor ni del editor (Rousseau 1783).
En la década siguiente, el nombre de Rousseau pasó a evocar nuevas representaciones,
ya no de locura sino de luchador social. En 1791, salieron un par de líneas en The Derby Mercury informando que el nuevo gobierno en Francia, la Asamblea Nacional Francesa, había
decretado al ginebrino como uno de los grandes hombres de la nación.
En Inglaterra no tardaron en aparecer dos nuevas traducciones al inglés de El contrato social: una de ellas titulada An inquiry into the nature of the social contract (Rouuseau 1791) y A treatise on the social compact (Rousseau 1795). La pri mera incluía un prefacio en el que el traductor explicaba la utilidad de
esta nue va traducción para conectar los principios de Rousseau con la nueva Constitución
Francesa. “Los altos honores que se han otorgado a la memoria de Rousseau, puesto
que El contrato social preparó el camino para la Revolución, deben naturalmente motivar a los ingleses a
conocer dicho trabajo” (Anon 1791, i). Si bien no es posible afirmar que esta publicación buscara alabar la reciente Revolución
en Francia, sí es evidente que, en Inglaterra, como en todo el mundo, la figura de
Rousseau se estaba consolidando como precursora de los cambios políticos y sociales
en dicho país. De hecho, Thomas Paine, en la primera parte de su obra Los derechos del hombre (1791), incluyó a Rousseau junto con Voltaire y Montesquieu, en una lista de los
pensadores de la Ilustración cuyas ideas facilitaron y promovieron la Revolución francesa
(Paine 1791, 57).
En efecto, debido a sus aportaciones, Rousseau pasó a ser representado por los británicos
como uno de los principales líderes intelectuales de la Revolución francesa y sus
aportaciones se apreciaron por ser fuente de las nuevas teorías sobre la república
y la democracia. Y, cuando la violencia se institucionalizó y se volvió protagonista
de los acontecimientos revolucionarios en Francia (la toma de la Bastilla el 14 de
julio de 1789, la instauración de un organismo denominado Comité de Salud Pública,
encargado de reprimir las actividades contrarrevolucionarias esgrimiendo la pena de
muerte, la utilización de la violencia popular en beneficio de la nueva élite para
consolidar su poder, etc.) las reacciones británicas reflejaron sentimientos negativos
hacia Rousseau.
Hubo quien, como Edmund Burke, trató de distanciar a Rousseau de los revolucionarios
y en Reflections on the Revolution in France negaba que los revolucionarios fueran “convertidos o discípulos de Rousseau, Voltaire
o Helvetious” (Burke 1790, 127). Sin embargo, la opinión generalizada era que Rousseau había influido e inspirado
directamente las acciones revolucionarias. The Hibernian Magazine publicó en 1796 una nota que, citando al diplomático William Eden Lord Auckland,
señalaba que Rousseau y “los filósofos franceses” habían debilitado los pilares de
la moralidad y la religión. Incluso Thomas Paine, sin dejar de admirar y elogiar a
Rousseau, declaró que en los escritos del ginebrino “encontramos una hermosura de
sentimientos a favor de la libertad que motiva el respeto y eleva las facultades humanas,
pero, que habiendo elevado los ánimos, no dirigen las acciones y dejan a la mente
enamorada del objeto sin describir la forma de poder obtenerlo” (Paine 1791, 57).
Los postulados de igualdad y autonomía entre los seres humanos defendidos por la Ilustración
y la Revolución francesa ofrecieron nuevos soportes a la participación de las mujeres
en la prensa británica y, poco a poco, se fueron abriendo espacios para discutir sobre
la naturaleza femenina y el rol político de la mujer.
Este tema había sido tratado por Rousseau, sobre todo en la obra Emilio. El gine brino no declaraba diferencias biológicas en hombres y mujeres, pero sí
en el in telecto y, sobre todo, en el papel que deberían desempeñar en la sociedad
como ciudadanas. Ante esta idea rousseauniana reaccionaron las mujeres. En 1788, la
inglesa Miss Henrietta Colebrooke escribió el prefacio para un panfleto titulado Thoughts of Jean-Jacques Rousseau, que contenía fragmentos de los escritos del filósofo. El prefacio exaltaba a Rousseau
como un genio y un “gran maestro moral” y se presentaba como un material útil para
la educación de los jóvenes y en particular de las damas. Sin embargo, reconocía que
existían en las obras de Rousseau “excentricidades y errores que eran repugnantes
a la fe cristiana” por lo que aseguraba haber depurado el texto de todo lo “impropio
y ofensivo” dejando solo lo mejor para la formación de “principios morales, buen gusto
y buenas costumbres” (Colebrooke 1788, i-vii). Otras escritoras no fueron tan benevolentes con Rousseau y reaccionaron al modelo
de mujer presentada por el ginebrino. Clara Reeve y Hannah More, por ejemplo, denunciaron
a Rousseau por presentar a Sophie, la acompañante de Emilio, como “una influencia
inmoral”, “una heroína sin castidad, víctima no de la tentación, pero de la razón,
no del vicio sino del sentimiento, no de la pasión sino de la convicción. (…) por
tentarla a aspirar a un sistema de virtudes masculinas” (Reeve 1785, 19; More 1799, 23-33).
Hubo también críticas a Rousseau de mujeres que rompían la tónica de quejarse de los
agravios y pasaron a la “vindicación”, componente esencial del feminismo. La filósofa
y escritora inglesa, Mary Wollstonecraft, considerada precursora del movimiento feminista,
en su libro Vindication of the rights of women (1792) criticó la figura de Sophie y su relación con Emilio, pero no por libertina
e inmoral, sino por no ser más que su sombra. Reprobaba particularmente la visión
de Rousseau de que las mujeres nunca deben sentirse independientes y que la obediencia
es más importante que la virtud (Wollstonecraft 1792, 38, 45). Señalaba que Rousseau había contribuido a que se considerara a las mujeres como
artificiales, débiles de carácter y sin función en la sociedad (Ibíd.). Para Wollstonecraft,
las mujeres, a diferencia de Sophie, debían ser educadas y autosuficientes, no debían
seguir necesariamente la religión de su esposo ni tenían que adoptar como misión primordial
complacer al sexo opuesto (Ibíd., 77-79, 87, 134, 171, 178, 182, 185, 203, 403).
La visión sobre Rousseau forjada por mujeres como Mary Wollstonecraft pasó de la admiración
a la decepción, pues “siendo tan visionario en otras facetas, cuando se trata de ‘carácter
y destino’ de las mujeres, era incapaz de distinguir entre realidad y representación,
entre ser y parecer”. Con todo, no hay duda de que el pensamiento rousseauniano incidió
en la vida social y cultural de Gran Bretaña. Incitó las primeras formulaciones del
feminismo moderno las que, más tarde, abrieron paso al sufragismo-feminismo británico,
de la mano de John Stuart Mill.
Una condena vehemente a las ideas de Rousseau fue lanzada por el ministro de la Iglesia
anglicana, astrónomo y miembro de la Real Sociedad de Londres, Francis Wollaston,
quien en 1799 publicó en Londres el panfleto A Country parson’s address to his flock. Wollaston señalaba que El contrato social era una “doctrina insidiosa” y Rousseau un “falso filósofo” que, al igual que Voltaire
y los iluminados, odiaba “la cristiandad y a todos los gobiernos existentes”; además,
lo acusaba de tenerle rencor a Jesucristo, a su religión y a la monarquía (Wollaston 1799, 12, 16-17). Argumentaba que la idea de Rousseau sobre el gobierno era solamente “un esquema
idealizado” de algo que “nunca ha sucedido ni podrá suceder” y criticaba al Social compact por promover pésimas reformas en el parlamento inglés (Ibíd., 18-19). Wollaston señalaba
que quienes seguían a Rousseau formaban una “secta” previniendo a sus lectores de
no dejarse engañar por: “la fascinante forma de escribir de este autor que ha confundido
a los incautos” (Ibíd.) Los argumentos de Wollaston tuvieron eco y, el 10 de agosto
de 1799, The Staffordshire Advertiser reprodujo una síntesis en una nota con el título de “Rousseau y Voltaire”, rescatando
las críticas del autor a la Ilustración, los enciclopedistas y en particular al filósofo
ginebrino.
Para finales del siglo XVIII, las ideas de la Ilustración habían socavado la fortaleza
del Imperio Británico que había perdido sus colonias en el norte de América y había
visto a Francia perder su monarquía y convertirse en república. Las anécdotas sobre
Rousseau seguían llamando la atención de lectores y continuaban apareciendo notas
que se mofaban del ginebrino. En noviembre de 1791, se publicó un comentario refiriéndose
a que el ginebrino había pedido a su vecino que marcara las aves o conejos salvajes
de su propiedad con un lazo rojo para no dispararles por error (The Shieffield Register, Yorkshire, Derbyshire y Nottinghamshire Universal Advertiser), y otro mencionando que en Dover había tratado de pagar con pedazos rotos de cubiertos
de plata o que después de un accidente se había llenado la cara con pedazos de papel
que le colgaban sobre las heridas (The Chester Chronicle 1799).
Pero, con todo y las burlas, Rousseau era incluido entre los pensadores considerados
seminales para entender y dirigir el porvenir de Gran Bretaña. Un panfleto publicitario
publicado en 1796 en Londres por la casa editorial de Daniel Isaac Eaton presentaba,
como preámbulo a la lista de libros en venta, un texto del editor. Ahí, Eaton señalaba
que Rousseau junto con Sydney, More, Milton, Locke, Harrigton, Paine, Price, Burgh
y Godwin eran los mejores autores. Los describía como “filósofos atinados que por
su honor inmortal han unido el conocimiento y filantropía con patriotismo y en sus
trabajos han establecido los principios de un buen gobierno”. Explicaba estar convencido
de que su deber con el público era ofrecer estas obras al mejor precio posible como
un medio para destruir la debilidad y afección que la generalidad de los británicos
tenían por la forma de gobierno en la que vivían. Eaton esperaba que la lectura de
los textos de estos autores produjera lectores que pudieran evaluar al sistema británico:
“porque encontraremos tanta corrupción y abuso de poder como en cualquier otro gobierno
de Europa (…) un rey, un obispo o un parlamento que le roba al campesino las ganancias
de su trabajo” (Eaton 1799, 1-2). Su anhelo era que cada persona que leyera esas páginas pudiera aplicar desapasionadamente
su razón y su entendimiento y reflexionar sobre las bellezas de un gobierno justo
e igualitario.