Introducción
La migración internacional hoy ocupa un lugar central dentro de las políticas públicas,
los programas gubernamentales, el derecho internacional y los medios de comunicación.
En el ámbito académico, los estudios e investigaciones empíricas sobre este tema se
han multiplicado considerablemente, sin embargo, su dimensión teórica aún se encuentra
rezagada (Arango 2003, Van Hear 2010). Sobre los procesos migratorios, Douglas Massey y sus colaboradores, escriben: “Su
complejidad y su naturaleza multifacética requiere una teoría sofisticada que incorpore
varias perspectivas, niveles y supuestos” (Massey et al. 2000, 6). Douglas Massey lamenta que no exista una teoría unificada sobre la migración, no
obstante, apuesta por derribar las fronteras disciplinarias que desde sus trincheras
la estudian para así recoger sus distintas perspectivas. Por su parte, Joaquín Arango (2003) identifica un avance significativo en la comprensión y en las investigaciones empíricas
al mismo tiempo que resalta la poca atención que se le ha dado al arsenal teórico.
Coincide en el requisito de un enfoque interdisciplinario necesario y el razonamiento
teórico para un objeto conceptualmente complejo como es la migración.
Desde América Latina y específicamente desde México, el libro clásico de Roberto Herrera Carassou (2006)La perspectiva teórica en el estudio de las migraciones, también nos señala los intentos desde las ciencias sociales -la geografía, la ciencia
política, la sociología, la economía y la demografía- por reunir sus contribuciones
y ampliar sus enfoques teóricos. El poco diálogo interdisciplinario ha ocasionado
una dispersión en el conocimiento sobre la migración, lo que tiene como consecuencia
que las políticas migratorias1 se encuentren con mente el fenómeno de la migración desde una perspectiva decolonial?,
¿qué categorías habría que retomar para teorizar sobre la migración desde la decolonialidad?,
¿qué presupuestos geográficos, temporales y políticos pueden nutrir la discusión conceptual?,
¿qué aportes o autores debemos tomar en cuenta desde una perspectiva decolonial? Estos
cuestionamientos guiarán el presente artículo para replantear el debate sobre la migración
a través de las pistas analíticas que nos ofrece el pensamiento decolonial. Asimismo,
sería conveniente enmarcar el alcance de dichos cuestionamientos desde el contexto
del continente americano, al enfocarnos en las experiencias migratorias en y desde
Estados Unidos, América Latina y el Caribe.
severas deficiencias ante los numerosos flujos migratorios: “Una evaluación desordenada
del problema, sin la orientación profesional que su magnitud requiere, resulta insuficiente
para efectuar los ajustes legales que una política migratoria justa, humanitaria y
eficiente demanda. El conocimiento de la perspectiva teórica en el estudio de las
migraciones debe contribuir a este fin” (Herrera Carassou 2006, 18). Si bien este autor problematiza la ausencia de teoría sobre la migración en términos
de sus consecuencias para las políticas públicas y el ámbito jurídico, sería también
válido pensar la falta de un análisis crítico del fenómeno.
Por lo que, si atendemos la necesidad de teorizar y conceptualizar el fenómeno de
la migración, no solo habría que reunir las distintas ópticas disciplinarias, pero
también tradiciones de pensamiento y claves críticas de estudio. Pensadores como Adrian
Favell (2007) han ido más allá de mostrar no solo déficit interdisciplinario en los estudios sobre
migración (migration studies), al preguntarse por los fundamentos que sostienen los estudios sobre este fenómeno.
Uno de ellos es el etnocentrismo que se encuentra en las epistemologías disciplinarias:
“Más allá de Europa, por supuesto, hay una pregunta aún más grande sobre el etnocentrismo
de gran parte de la teoría de la migración, tanto en Europa como en América del Norte”
(Favell 2007, 266).2 Lamentablemente, son pocas las reflexiones que pretenden subsanar el etnocentrismo
que existe en los estudios migratorios.
Ante este problema epistemológico, Ramón Grosfoguel observa de manera perspicaz cómo
muchas veces los estudios sobre migración tienden a replicar divisiones disciplinarias
coloniales que invisibilizan el racismo, la xenofobia y la discriminación imbricados
en la migración. De acuerdo con su revisión sobre los estudios sobre migración, todavía
se reproducen analogías inmigrantes etnocénticas, como la de la experiencia de los
migrantes europeos en Estados Unidos. Grosfoguel nos advierte, que algunas corrientes
como el transnacionalismo -que se opone a analizar la migración de manera unidireccional- corren el riego de
homogeneizar diversas experiencias migratorias y de esa manera limitar diferentes
procesos migratorios en términos de un único modelo de éxito (Grosfoguel 2014, 11). Lo que resuena con el análisis de Favell, quien considera que aun cuando el trasnacionalismo
contempló el vínculo entre el lugar de origen y de destino, no continuó cuestionando
algunos de los conceptos bajo los cuales se erigen las definiciones sobre migración.
Por ello, resulta pertinente adoptar otros enfoques conceptuales críticos, como el
de la perspectiva decolonial. Lo que nos llevar a plantear las siguientes preguntas:
¿es posible analizar teórica-
La pertinencia del tiempo y el espacio para replantear la migración en clave decolonial
Enrique Dussel (2011) comienza su obra Filosofía de la liberación con el capítulo de “Historia”, y con el subtema de “Geopolítica y filosofía”. Esto
es de suma importancia, pues Dussel le otorga preeminencia al espacio y a la política
en su reflexión filosófica sobre el ser. En Filosofía de la liberación, Dussel nos habla del origen de la filosofía que nace situada en un espacio, caracterizado
como un espacio específico; esto es, un espacio no-abstracto. Con lo anterior quiero
apuntar a la concepción del espacio concreto, entendido como un “campo de batalla”
(Dussel 2011, 17). Más adelante, Dussel continua su reflexión señalando que la genealogía
del pensamiento filosófico se encuentra en el espacio no-hegemónico, es decir, en
la periferia. Más que abundar en el espacio de la periferia, lo que interesa resaltar
aquí es la importancia que se le da al lugar de enunciación, la espacialidad y la
geopolítica que recubre la cuestión de la ontología. “Se trata entonces de tomar en
serio el espacio, el espacio geopolítico. No es lo mismo nacer en el Polo Norte o
en Chiapas que en Nueva York” (Dussel 2001, 18). Lo que nos plantea Dussel, es el
dejar de considerar la ontología por encima de la geopolítica, y regresar a la ubicación
del espacio y sus jerarquías políticas. En este caso, ilustrado con el ejemplo de
Chiapas en el Sur global mientras que Nueva York en el epicentro del Norte global.
Este planteamiento es una de las bases epistemológicas del pensamiento decolonial,
ya que permite repensar las coordenadas básicas de los fenómenos sociales: el espacio
y el tiempo.3 A lo que me refiero es a que en la apuesta decolonial se puede vislumbrar cómo la
geopolítica toma un papel relevante puesto que las condiciones geográficas y temporales
cobran influencia en los procesos epistemológicos, políticos, económicos, y sociales.
De ahí, por ejemplo, que a Walter Mignolo se le celebre el haber ubicado con precisión
la geopolítica del conocimiento: “Mignolo insistió en la necesidad de construir categorías
no imperiales para desafiar la poderosa alianza entre conocimiento y poder legada
por Occidente. Todo ello le ha permitido ubicar la categoría de geopolítica del conocimiento
de forma crucial para encarar los debates sobre el conocimiento, como por ejemplo
lo hizo en su obra La idea de América” (Ortega Reyna 2017, 12). Otra muestra sucinta de ello, es el cuestionamiento que se hace Catherine Walsh
acerca del lugar de producción académica: “¿Cuáles son los legados geopolíticos y
coloniales en los que se inscribe la producción académica de conocimiento, y cómo
han funcionado para negar la producción intelectual latinoamericana, en general, y
de los pueblos indígenas y afrodescendientes, en particular?” (Walsh 2005, 41).
Esto resulta sumamente sugerente para los estudios de la migración debido a que las
investigaciones giran en torno a los espacios de origen y de destino de los migrantes,
así como al tiempo pasado y presente de las trayectorias de los migrantes. En muchas
ocasiones, los marcos analíticos en los que el espacio y el tiempo son fijados todavía
conservan una impronta cartesiana. Al respecto, Luin Goldring y Patricia Landolt reconocen
las limitaciones que esto conlleva para el estudio de la migración: “La investigación
en materia de migración se ancla tradicionalmente en una metodología positivista guiada
por el concepto cartesiano de tiempo-espacio y se concentra en métodos experimentales
o cuasi experimentales […] Esto restringe los enfoques cuantitativos, institucionales,
cualitativos, o combinados que se emplean para el diseño de la investigación y la
recolección de datos” (Goldring y Landolt 2009, 123-124). Como resaltan dichas autoras, muchas de las investigaciones sobre la migración
tienden a ser de corte positivista al ser herederas de una epistemología cartesiana.
Lo que tiene como consecuencia que su metodología también sea severamente limitada.
En este parte me gustaría detenerme en dos propuestas decoloniales que ponen al espacio,
al tiempo y a la geopolítica en el centro de la discusión y, en ese sentido, vincularlas
con la migración. Por un lado, Linda Tuhiwai Smith nos ofrece un análisis para entender
el espacio desde lo decolonial. El espacio concebido más allá de un encuadre matemático
y occidental nos permite ubicar a la migración como un fenómeno de fronteras y distancias.
Por otro lado, el propio Enrique Dussel nos muestra la importancia del tiempo simultáneo en el que se dio tanto el proceso de la modernidad como el de la colonización que
llama la modernidad/colonialidad, lo que nos invita a salir de los marcos lineales en que la colonialidad solo puede
ser entendida después y a consecuencia de la modernidad. Por el contrario, la simultaneidad
del tiempo recorre todo hecho histórico y todo fenómeno marcado por la geopolítica,
incluyendo la migración de los países de la periferia hacia los países del centro.4
En su libro Decolonizing Methodologies. Research and Indigenous People, Linda Tuhiwai Smith (1999) reconstruye varias categorías de conocimiento -la historia, la sociedad, la teoría,
el individuo, entre otras- para desmontar la impronta imperial y colonial que las
ha acompañado.5 Para Tuhiwai Smith, los conceptos desarrollados en las investigaciones académicas
no son abstracciones puras, sino que están codificadas y reguladas por un entorno
colonial que debe ser examinado: “La investigación no es un ejercicio académico inocente
o distante sino una actividad que tiene algo en juego y que se da en un conjunto de
condiciones políticas y sociales” (Tuhiwai Smith 1999, 5).6 Entre dichas concepciones se encuentran el espacio y el tiempo, las cuales son retomadas
por la profesora maorí como dos conceptos occidentales sujetos a ser repensados desde
un marco decolonial.7
En occidente, el espacio ha sido ideado desde el lenguaje de las matemáticas y la
física con el contenido específico de las líneas, ya sean paralelas o elípticas (Tuhiwai Smith 1999, 50). Es decir, la línea dispone y compone qué se entiende por espacio. Con la línea
se posibilita la diferenciación entre dos partes y, en consecuencia, se le da sentido
al concepto de espacio en occidente. “Hay un vocabulario espacial en específico del
colonialismo que puede ser ensamblado alrededor de tres conceptos: 1) la línea; 2)
el centro, y, 3) el exterior” (Tuhiwai Smith 1999, 52-53).8 Si seguimos esta interpretación sobre el espacio, podríamos entonces entender que
la línea es trasladada a la idea de frontera, en la que dos lados quedan separados
e independientes como resultado de una división realizada en el espacio. Lo que resulta
sumamente pertinente, ya que la línea traza las fronteras entre el adentro y el afuera,
lo interno y lo externo, el aquí y el allá, el centro y la periferia. Asimismo, las
fronteras pasan de ser líneas físicas o territoriales a fronteras ideológicas o mentales,
como lo ha afirmado Boaventura de Sousa Santos: “[Europa] ha pasado todo este tiempo
definiendo fronteras físicas, simbólicas, culturales, intelectuales, políticas […]
Las fronteras de alambre son las más visibles, pero también están en nuestras cabezas,
las menos visibles” (de Sousa Santos 2016). De esta forma queda plasmado cómo las fronteras no solo tienen una dimensión física,
sino que se va sedimentando en dimensiones menos tangibles, es decir, en las mentes
de las que nos habla de Sousa Santos, que podríamos interpretar como las cuestiones
ontológicas y epistemológicas de los fenómenos sociales.
Ahora bien, otro de los conceptos que utiliza Tuhiwai Smith para profundizar sobre
la categoría del espacio, es el concepto de distancia. La distancia entra en juego
en el espacio a partir de que relaciona socialmente al espacio y al tiempo. Como se
mencionó, el espacio derivó del pensamiento físico-matemático que lo pensó como algo
bien definido, fijo y autónomo.9 En la misma tesitura, el tiempo era una variable independiente de cualquier otro
factor, incluido el espacio. “El espacio es visto desde el pensamiento occidental
en muchas ocasiones como estático o divorciado del tiempo” (Tuhiwai Smith 1999, 52).10Por lo que la distancia es aquello que puede poner en contacto al espacio con el tiempo.
Puede existir poca o mucha distancia entre individuos o comunidades en un espacio
y tiempo determinado. Por lo que la distancia podríamos pensarla como el grado de
proximidad o lejanía que se establece de acuerdo con un espacio y con un tiempo. De
ser así, la distancia puede separar y juntar a los sujetos y, sobre todo, la distancia
puede ser medible. Si se pueden asentar los grados de distancia, entonces se pueden
definir y operar las distinciones espaciales como la de centro/periferia o imperio/colonia.
Por ello, Tuhiwai Smith argumenta que la distancia es utilizada como un dispositivo
de control por los centros para diferenciarse y separarse de aquellos que están espacial
o temporalmente alejados, esto es, los sujetos en las periferias.
A través de los controles sobre el tiempo y el espacio, el individuo también puede
operar a una distancia del universo. Tanto el imperio como el dominio colonial eran
sistemas de gobierno que se extendían desde el centro hacia fuera, hasta lugares lejanos
y distantes. De nuevo, la distancia separaba a los individuos en el poder de los sujetos
que eran gobernados. Todo era impersonal, racional y extremadamente eficaz. En la
investigación, el concepto de distancia es importante ya que implica una neutralidad
y objetividad por parte del investigador. La distancia es conmensurable. (Tuhiwai Smith 1999, 55-56).
Habría que tomar en cuenta que el espacio es un sitio sometido y controlado por un
centro bien definido. A través de la distancia, el occidente le ha impuesto al espacio
una diferencia centro/periferia y ha dibujado fronteras que no debemos perder de vista.
Tanto Linda Tuhiwai Smith como Boaventura de Sousa Santos nos proponen identificar
la construcción del espacio y, así, entender su constante división y fragmentación
en fronteras que sientan las bases para la separación de los individuos que ahí se
encuentran.
Al igual que el espacio para occidente, el tiempo ha sido una cuestión lineal. Antes
y después, causa y consecuencia, a priori y a posteriori, son las formas en que se construye una línea del tiempo de tipo secuencial y sucesivo.
Sin embargo, la teoría decolonial, precisamente, se opone a pensar al tiempo en dichos
términos.
Uno de los replanteamientos del tiempo a los que nos podríamos dirigir es al de Enrique
Dussel. Este pensador enfatiza la simultaneidad temporal, en referencia con la modernidad
y la colonialidad. El filósofo argentino esclarece que la colonización no fue consecuencia
de la modernidad sino un evento histórico que se dio a la par, replanteando la misma
noción de tiempo. Uno de los supuestos que Dussel (2017) discute es la idea de un tiempo con una cronología de la modernidad netamente europea
y lineal. La modernidad a la que se ha referido el sistema de pensamiento filosófico
desde la Ilustración hasta Heidegger, pasando por Hegel, y del cual se derivan la
mayoría de las reflexiones filosóficas críticas, realmente correspondería a la tercera
modernidad eurocéntrica, de acuerdo con Dussel. Asimismo, se identifican las modernidades
que surgieron con anterioridad a la tercera modernidad. La modernidad ibérica que
comenzó en el siglo XV y la segunda modernidad que se desarrolló en los Países Bajos
y Dinamarca entre el siglo XVI y XVII, hasta la modernidad inglesa y francesa del
siglo XVIII. Más aún, Dussel ubica la colonialidad en Latinoamérica como parte fundamental
del proceso de la modernidad y no como una etapa posterior: “América Latina, por su
parte, fue un momento constitutivo de la Modernidad. El sistema colonial no pudo ser
feudal […] sino periférico de un mundo capitalista moderno, y por lo tanto él mismo
moderno” (Dussel 2017, 51).11 América Latina se ha pensado como una etapa anterior a Europa y, por tanto, feudal,
en contraste con el capitalismo desarrollado al otro lado del océano.
Desde la clave decolonial Dussel sostiene que América Latina fue moderna desde su
inicio.
Retomando la idea de un tiempo simultáneo, esto es, un tiempo en que varias etapas
históricas conviven como nos describe Dussel, es una temática que recupera a la par
Linda Tuhiwai Smith. Ella lo identifica dentro del imaginario y narrativa coloniales,
en la que la decolonialidad es capaz de conjuntar un tiempo antes de la colonización
y un tiempo después de la misma (Tuhiwai Smith 1999). Es decir, se adopta la postura de que no existe una temporalidad fragmentada y
excluyente que haga referencia a un tiempo previo y posterior, que es precisamente
el planteamiento del tiempo eurocentrista. Del mismo modo, Ramón Grosfoguel recupera
implícitamente esta línea de análisis decolonial en tanto que argumenta que la colonialidad
y la modernidad son dos caras de la misma moneda, o del mismo tiempo, en este caso.
La colonialidad no es equivalente al colonialismo. No es derivada de, o antecede a
la modernidad. La colonialidad y la modernidad constituyen dos caras de una sola moneda.
De la misma manera que la revolución industrial europea se logró en los hombros de
las formas de trabajo coaccionadas en la periferia, las nuevas identidades, derechos,
leyes e instituciones de la modernidad como los Estados-nación, la ciudadanía y la
democracia se formaron en un proceso de la interacción colonial y la dominación/explotación
de los pueblos no occidentales (Grosfoguel 2011a, 14).12
La concepción del tiempo o, mejor dicho, de las temporalidades en Grosfoguel es abrevada
del pensamiento de Boaventura de Sousa Santos, que desarrolla la idea de la ecología de las temporalidades cuestionando la idea de un tiempo evolutivo. En su lugar explica que, si bien el
tiempo lineal tiene cabida, también existen otras temporalidades (Grosfoguel 2011b, 105). En consecuencia, Grosfoguel nos sugiere descolonizar el concepto del tiempo lineal
y la monocultura del tiempo que se desprende de la modernidad, la empresa colonial
y que impide las experiencias de otras temporalidades.
Las consecuencias de replantear el espacio y el tiempo de esta manera es que se recupera
la geopolítica del fenómeno, entendiendo que la movilidad humana no se da en el vacío
sino en un espacio marcado por líneas, distancias, fronteras, y centros/periferias,
así como en temporalidades simultáneas en el que conviven los proyectos de la modernidad
y la colonialidad. Sin embargo, queda pendiente definir la relación de poder de la colonialidad marcada
por el racismo a la que se suscriben el espacio y el tiempo, y que clasifica a las
subjetividades de los migrantes.
Las contribuciones decoloniales de Ramón Grosfoguel al estudio sobre la migración
La apuesta decolonial no es un único proyecto teórico. Al contrario, su composición
es múltiple, en ocasiones con encuentros conceptuales posibles y otra más con desencuentros
de posiciones políticas innegables. Para ubicar la conformación de la perspectiva
decolonial nos podemos referir a lo narrado por Santiago Castro-Gómez y Enrique Mendieta (1998) en la introducción del libro Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate), que describe cómo comenzó a gestarse una crítica a los estudios poscoloniales de
raigambre latinoamericanista.
No obstante, también los latinoamericanistas han venido mostrando bastante interés
por el tema, teniendo en cuenta que fue en América Latina donde, por primera vez,
se empezó a articular una crítica sistemática del colonialismo. De ahí la irritación
de muchos estudiosos de la cultura latinoamericana frente a declaraciones como la
de Spivak, para quien Latinoamérica no habría participado hasta el presente en el
proceso de descolonización, o frente a la exclusión sistemática de la experiencia
colonial iberoamericana por parte de Said, Bhabha y otros teóricos poscoloniales.
(Castro-Gómez y Mendieta 1998, 14).
Sin embargo, los alcances de la misma crítica Latinoamérica se han diversificado,
conformando varias alternativas de conocimiento como la del grupo de estudios subalternos
latinoamericano (latin american subaltern studies group) y la que proponía una lectura crítica a la epistemología eurocéntrica, que llegó
a identificarse como la perspectiva, pensamiento o giro decolonial asociada con figuras
como Walter Mignolo, Aníbal Quijano y Enrique Dussel (Grosfoguel 2011a, 4; Gandarilla 2016, 300). Es en este último grupo,13 que también ha sido vinculado con la red modernidad/colonialidad/descolonialidad
y que ha desarrollado conceptualizaciones propias, es al que nos referimos aquí para
situar el fenómeno de la migración internacional.
Dentro del marco del pensamiento decolonial, Ramón Grosfoguel es uno de los autores
que ha abordado de manera directa la cuestión de la migración. En un principio, la
preocupación principal de este sociólogo puertorriqueño era acercarse a los inmigrantes
en Estados Unidos, provenientes de los países caribeños. Su argumentación se distanciaba
de otros enfoques teóricos como el trasnacionalismo debido a que este último, al tomar
en cuenta las experiencias de los migrantes haitianos y dominicanos -tanto en el país
de origen como en el país de destino- no las relacionaban con los legados coloniales
de esos países. Es decir, la lectura decolonial de los textos de Grosfoguel nos pone
de manifiesto que los migrantes son sujetos que salen de lugares de origen marcados
por historias coloniales para establecerse en espacios de destino, también marcados
por la estructura de la colonialidad.
Cabe señalar que el término colonialismo es distinto al de la colonialidad, como se ha propuesto desde el giro decolonial. El colonialismo se refiere a la administración
de las colonias desde el siglo XV al siglo XIX, mientras la colonialidad “nos permite
entender la continuidad de las formas coloniales dominantes después del fin de la
administración colonial” (Grosfoguel 2008, 15). Por ello, la colonialidad contiene una historia y una jerarquía política que permanece
y es constantemente actualizada por el sistema-mundo y la cultura racializada que
impera en nuestras sociedades. “Los procesos múltiples y heterogéneos del sistema-mundo,
junto con el predominio de las culturas eurocéntricas (Said 1979, Wallerstein 1991b,
1995; Lander 1998; Quijano 1998; Mignolo 2000) constituyen una ‘colonialidad global’
entre los pueblos europeos/euro-americanos y los pueblos no europeos” (Grosfoguel 2011a, 17).
Por lo antes expuesto, podemos afirmar que Grosfoguel entreteje el fenómeno de la
migración internacional con el marco explicativo de la decolonialidad a partir de
la adopción del concepto de colonialidad que, a su vez, se fundamenta en dos conceptos
clave: el sistema-mundo de Immanuel Wallerstein y la zona de ser y la zona de no ser de Frantz Fanon. El primero de estos conceptos nos ayuda a entender cómo la migración
no es un fenómeno localizable en un solo Estado nación y en un solo tiempo, sino que
tiene una perspectiva global que compromete a más de un espacio geopolítico y a varias
temporalidades, haciendo énfasis en su situación de desigualdad y dominación económica
y política. Por otro lado, la zona de ser y la zona de no ser, considera las prácticas de racismo y discriminación como un mecanismo que impone
una diferenciación superior/ inferior de los sujetos, en este caso, de los migrantes
por su posición en la jerarquía étnica y racial. A continuación, examinaré dichos
andamiajes conceptuales más a fondo para entender la propuesta de Grosfoguel.
Una de las piedras angulares del planteamiento decolonial de la migración es la teoría
del sistema-mundo o el world-system theory de Immanuel Wallerstein. Heredera de la teoría de la dependencia, pero con una visión
a nivel mundial, esta impronta crítica observa cómo en el sistema mundial existe la
dominación de un espacio sobre otro, es decir, los Estados de los centros o metrópolis
sobre los Estados periféricos y, como se ha mencionado, también de sus temporalidades.
Debido al sistema interestatal es que los Estados de la periferia son menos independientes
económica y políticamente de lo que aparentemente se considera. Es decir, los Estados
en la periferia y semiperiferia, a causa de las asimetrías del mercado y el pasado
colonial, se encuentran sometidos a los países del centro aun cuando todos son Estados
soberanos. En consecuencia, las periferias y semiperiferias proveen de mano de obra
barata a las metrópolis. En una espiral viciosa, la migración contribuye a profundizar
las desigualdades económicas ya existentes en el orden internacional:
Se genera así un proletariado desarraigado, proclive a marcharse al extranjero que
es, a su vez, succionado hacia los países del centro a través de los canales abiertos
por la propia penetración económica [...] En los países centrales, tales migrantes
encuentran empleo en sectores que precisan de una mano de obra barata para poder mantener
una tasa de beneficios elevada. Las migraciones funcionan, pues, como un sistema de
oferta de mano de obra a nivel mundial (Arango 2003, 17).
La teoría del sistema-mundo retoma el pasado imperial de los países del centro, esto
es, la historia de los mecanismos coloniales, esclavistas y militaristas, y lo relaciona
con el papel que cumplen como países receptores de migrantes provenientes de sus excolonias.
“Sirve [la teoría del sistema mundo] también para vestir la observación empírica,
de simple sentido común, de que algunos flujos migratorios conectan a antiguas colonias
con la ex metrópolis a causa de los numerosos vestigios que frecuentemente subsisten
entre ellas” (Arango 2003, 18). Paralelamente, los países de la periferia no solo son expulsores de personas desarraigadas,
sino también son víctimas de un legado colonial que continúa en nuestro tiempo y se
ve actualizado en el fenómeno de la migración. Bajo esta luz teórica, la movilidad
humana adquiere una nueva temporalidad al incorporar el pasado colonial de los países
de la periferia en la temporalidad de los países del centro.
El potencial teórico del sistema-mundo es reconocido por Ramón Grosfoguel, quien a
la vez complejiza la argumentación. Él añade una dimensión a la relación entre los
centros y las periferias; propone que, dentro del centro o las metrópolis, existen
periferias.14 En el caso de los migrantes del llamado tercer mundo o del Sur global, se inserta a los países del centro como minorías problemáticas, a diferencia de los inmigrantes de otros países metrópolis que pueden llegar a considerarse
como migrantes modelos.15
Asimismo, Grosfoguel abre el abanico de las experiencias periféricas de los migrantes
en los países del centro. Esto para mostrar cómo los países del centro han ido estructurando
relaciones de poder coloniales a las que se insertan los migrantes cuando arriban.
Dentro de la clasificación de los sujetos de acuerdo con Grosfoguel, encontramos a
los sujetos coloniales raciales del imperio, es decir, aquellos que han sido incorporados involuntariamente por el poder imperial
de las potencias como son los afroamericanos, chicanos, indígenas, y los habitantes
de las islas del Pacífico. Para ilustrar este concepto, la chicana y pensadora feminista
Gloria Anzaldúa escribe sobre la experiencia chicana ante la invasión estadounidense
y la pérdida de territorio al norte de México: “Con el destierro y el exilio fuimos desuñados, destroncados, destripados - we were jerked out by the roots, truncated, disemboweled, dispossessed, and separated
from our identity and our history” (Anzaldúa 2007, 30).
Por su parte, los inmigrantes coloniales son los migrantes que también provienen de las periferias, pero a diferencia de los
sujetos coloniales raciales del imperio, no sufrieron directamente los embates del colonialismo. No obstante, al llegar a
los espacios de la metrópolis se enfrentan a contextos de exclusión, racialización
y marginación, pues son confundidos con los sujetos coloniales. A estos grupos se
les proyecta la imagen de los sujetos coloniales raciales del imperio aun cuando no lo son, lo que hace visible la continuidad de las jerarquías coloniales
históricas y su estructura racial y étnica en los países de la metrópolis. Al respecto,
se retoma el caso de los migrantes de República Dominicana, los migrantes salvadoreños
y guatemaltecos, entre otros, en la sociedad contemporánea de Estados Unidos.
Lo que deja entrever esta óptica decolonial es que no todos los migrantes en los países
de la metrópolis son iguales. Prueba de ello son los migrantes cubanos en Florida
en el que su origen se blanquea al adoptar una identidad hispana distinta a la latina.16 Por ello, se puede añadir otro tipo de migrantes, los inmigrantes, que son racializados como blancos y entre los cuales podemos incluir a los migrantes
de origen europeo. El blanqueamiento de estos inmigrantes tiene como consecuencia
que experimentan movilidad social en generaciones posteriores (Grosfoguel 2007, 120). Los italianos, irlandeses, polacos, entrarían dentro de esta categoría, aunque
su proceso histórico de incorporación continúa en disputa.17
La tipología que construye Grosfoguel nos invita a detenernos en cada uno de los distintos
flujos migratorios y conectarlos con sus países de origen y sus legados coloniales
para entender sus posiciones en la clasificación de migrantes. Además, conceptualmente
Grosfoguel va más allá de los de la propuesta del sistema-mundo al centrarse en el
racismo como principio que estructura las relaciones de poder del centro-periferia.
Como lo explica el propio Grosfoguel, no es que la teoría de Wallerstein no haya tomado
en cuenta al racismo, sino que lo enmarcó bajo el supuesto de la superestructura,
retomado de ciertas corrientes del marxismo occidental. En este orden de idea, se
explica que la superestructura cambiaría una vez que las condiciones económicas lo
hicieran. Al cuestionar la teoría del sistema-mundo sobre su producción localizada
en el espacio del Norte global y adoptar el concepto de patrón de poder colonial del pensador peruano Aníbal Quijano, Grosfoguel (2011) es capaz de articular las múltiples y heterogéneas jerarquías globales de poder sexual,
político, epistémico, económico, espiritual y lingüístico con las formas raciales
de dominación y explotación basadas en la división entre europeos/no-europeos que
son transversales a dichas heterarquías18 y las reconfiguran. Habría que precisar que, por un lado, el género, la espiritualidad,
la epistemología y la sexualidad no son elementos que simplemente aderezan las estructuras
económicas y políticas del sistema-mundo capitalista. Por el contrario, son parte
constitutiva del sistema-mundo -una de las críticas fuertes a Wallerstein- que ejercen
relaciones de poder, muchas veces invisibilizadas pero que conforman una matriz o
patrón de poder colonial. Por otro lado, Grosfoguel distingue la diferenciación entre
europeo/no europeo, o blanco/no blanco, como el eje rector que organiza a la sociedad
y orienta el patrón de poder. Esta clasificación racial etnocentrista continúa dividendo
a los sujetos entre superiores e inferiores y provee de las coordenadas para guiar
las percepciones de los sujetos y moldear el conjunto de las relaciones de poder.
Para el fenómeno de la migración, el eje transversal del racismo es fundamental, pues
provee de una respuesta a la constante alusión de este fenómeno como un problema para la sociedad y el gobierno en los Estados nación. El problema de la migración
se ha formulado como una invasión, es decir, imaginarios de auténticas avalanchas
de migrantes que amenazan con corromper las sociedades civilizadas. Cuando la realidad
es que el desplazamiento migratorio a escala mundial es mínimo, apenas el 3.2% de
la población es población migrante (OCDE, 2013). Sin embargo, el problema de la migración se convierte en tal, en términos de la
presencia de poblaciones no blancas -sujetos coloniales raciales del imperio y de
inmigrantes coloniales- en el seno de sociedades metropolitanas:
Nosotros consideramos que el «problema» de [la] migración es solo la forma contemporánea
más visible de un problema mayor que está en el corazón de Estados Unidos, un problema
que todavía permanece irresuelto en su historia, un problema que fue concebido por
el eminente sociólogo afroamericano W.E.B. Du Bois, como el problema de «la línea
de color» (Grosfoguel y Maldonado-Torres 2008, 120).
La línea de color, que divide a los blancos de los no blancos, no solo capta la discriminación
por motivos de color de piel. “Mientras que la jerarquía étnica/racial de superioridad/inferioridad
está marcada por el color de la piel en muchas regiones del mundo, en otras está construida
por marcadores étnicos, lingüísticos, religiosos o culturales. La racialización ocurre
a través del marcado de los cuerpos. Algunos cuerpos son racializados como superiores,
otros como inferiores” (Grosfoguel et al. 2014, 3).19 Como bien lo ha señalado Grosfoguel, la racialización de los sujetos también puede
dirigirse hacia otros factores más allá del fenotipo, como la etnicidad, la cultura
o la religión, todos ellos estableciendo jerarquías de superioridad e inferioridad.
En ese sentido, la línea de color sirve para explorar una dimensión social y política
mucho más amplia que serían la zona del ser y la zona del no ser. Parafraseando a Grosfoguel, la zona del ser y la del no ser son posiciones que ocupan
los sujetos dentro de los centros y las periferias y que se manifiestan tanto a nivel
nacional como local. La zona del ser y la zona del no ser refieren tanto a la percepción
que se tiene de la humanidad de los sujetos, como lo ha analizado Nelson Maldonado-Torres,
así como el contexto de significado político y social que enmarca la experiencia de
los sujetos y que explora a detalle Boaventura de Sousa Santos.
Prestando del análisis de Frantz Fanon, Nelson Maldonado-Torres (2007) explica que la colonialidad también impacta la manera en que entendemos el ser, es
decir, la manera en que el ser europeo o blanco ha comprendido las experiencias y
las vivencias de los otros no europeos o no blancos. Por eso, la línea de color separa
las zonas ontológicas de lo que significa ser humano y cuestiona la humanidad del
otro lado de la línea, condenando a los que se encuentran ahí a lo subhumano o no
humano. Quienes habitan esta última zona, son caracterizados por la negatividad de
su ser, por lo tanto, son percibidos como colonizados, invisibles e innecesarios.
Maldonado-Torres afirma que el ser cartesiano es precedido por el ser conquistador
dusseliano, lo que implica que al sujeto no blanco se le atribuya la falta de ser,
o de ser un ser dispensable, ubicado en la zona del no ser: “Pienso (otros no piensan,
o no piensan adecuadamente), luego existo (los otros no existen, carecen de existencia,
no deben existir o son dispensables)” (Maldonado-Torres 2007, 252).20
Al referirse a estas zonas, Grosfoguel también hace alusión a las consecuencias políticas,
sociales y jurídicas que afectan a los sujetos coloniales que se encuentran en la
zona del no ser. Por una parte, ahí se les niega el reconocimiento de sus subjetividades,
identidades, espiritualidades y epistemologías (Maldonado-Torres 2007, 2). Por otra parte, Boaventura de Sousa Santos ha detallado la violencia que encauzan
los conflictos en espacios coloniales. A diferencia de las sociedades metropolitanas,
en estos contextos el acceso a la regulación de la violencia a través de los derechos
y la búsqueda de la emancipación se ven severamente limitados: “La dicotomía regulación/emancipación
solo se aplica a las sociedades metropolitanas. Sería impensable aplicarla a los territorios
coloniales. Allí, otra dicotomía fue la aplicada, la dicotomía apropiación/violencia,
la cual, por el contrario, sería inconcebible si se aplicase de este lado de la línea”
(De Sousa Santos 2009, 161).
Llegados a este punto habría que aclarar que, si bien De Sousa Santos identifica una
frontera, una línea divisoria o, en su propia conceptualización una línea abismal en la modernidad que separa la metrópolis de los territorios coloniales, esta línea
abismal -como tal- no se refiere a la zona de ser y no ser de Fanon. Es Ramón Grosfoguel
quien entabla este diálogo teórico entre estas dos ideas para explicar las formas
en que impacta el ser percibido en la zona del no ser, es decir, como un sujeto racializado
como no blanco:
Para De Sousa Santos (2010) en la modernidad existe una línea abismal entre los habitantes
por encima de esta línea y los habitantes por debajo de esta. Si traducimos esta línea
como la línea de lo humano y llamamos zona del ser a los que habitan encima de la
línea abismal y zona del no-ser a los que habitan por debajo de esta línea, podemos
enriquecer nuestro entendimiento de la modernidad y su sistema-mundo capitalista/
imperial/patriarcal/racial colonial que habitamos”. (Grosfoguel 2011b, 100).
La zona de no ser y los sujetos coloniales se manifiestan de manera particular en
el fenómeno de la migración. Gracias al análisis que hace Grosfoguel de las dinámicas
migratorias laborales en las metrópolis, es que podemos ubicar dichas posiciones y
sus consecuencias sociales. Grosfoguel muestra cómo los mecanismos de reproducción
y exclusión racial operan en las poblaciones migrantes caribeñas, consideradas como
no blancas, en lo que se refiere al ámbito laboral estadounidense.
Podemos observar que el racismo funciona en dos direcciones: para justificar la reproducción
de una mano de obra barata y para excluir poblaciones del mercado de trabajo. Históricamente,
los caribeños fueron incorporados al mercado de trabajo metropolitano por una expansión
sistémica del capitalismo durante la posguerra, pero sin recibir los mismos ingresos,
empleos o estatus que las poblaciones dominantes europeas o euroamericanas. (Grosfoguel 2007, 43).
Lo que él articula como la zona del ser y la zona del no ser y, por tanto, la adscripción
de una persona a uno u otro, condiciona los mercados laborales a los que puede o no
ser incorporada. Los mercados de trabajo pueden tener formas de trabajo libre, con
salarios y empleos dignos mientras que las otras formas de trabajo coercitivas, serían
el trabajo precarizado que pone en riesgo la integridad de una persona. Por lo tanto,
los mecanismos de exclusión o incorporación a uno u otro mercado estarían marcados
por el lado de la línea de color en la que se le ubique. De igual manera, la oportunidad
de acceder a los derechos laborales, económicos, sociales, educativos, entre otros,
de un miembro en una zona de no ser -un sujeto colonial racial del imperio o un inmigrante
colonial- no es el mismo que aquellos de la zona del ser -un europeo, un blanco, un
inmigrante o un sujeto racializado como blanco.
A lo que hemos apuntado en esta segunda parte es a la contribución que hace Grosfoguel
a la perspectiva del estudio de la migración en el contexto de Estados Unidos, América
Latina y el Caribe. Por una parte, Grosfoguel establece una clasificación de los migrantes
-sujetos coloniales raciales del imperio, inmigrantes coloniales e inmigrantes- conformada
por el sistema-mundo y la colonialidad que divide a los países en centro y periferia
y permite dicha tipología. Por otra parte, Grosfoguel nos pone en primer plano la
construcción de una jerarquía racial como eje transversal para la conformación de
subjetividades, incluida la subjetividad de los migrantes. La zona del ser y la zona
del no ser, construyen los contextos en que los migrantes son posicionados y que condicionan
tanto sus identidades, espiritualidades y epistemologías, así como el acceso, marginación
o exclusión de los mercados laborales y a los derechos laborales, económicos, sociales,
educativos y la no-violencia.
Conclusiones
Los aportes de la teoría decolonial para el estudio de la migración tienen dos grandes
aciertos: por un lado, permiten replantear la cuestión del espacio y tiempo de los
sujetos migrantes -la geopolítica y las temporalidades simultáneas-, así como retomar
el racismo de los migrantes que provienen de excolonias o de los países de la periferia.
Aunque no referimos a una teoría unificada, ni a un análisis conceptual exhaustivo,
podríamos establecer que las conceptualizaciones decoloniales comparten ciertas premisas
básicas que permiten articular sus reflexiones en torno a la migración: la primacía
del lugar de enunciación, la diferencia entre colonialidad y colonialismo, y la preocupación
por la problemática de la zona del no ser o de los sujetos colonizados; lo que también
nos posibilita señalar los puntos ciegos de las teorías migratorias más socorridas
como el trasnacionalismo.
Por ello, en este ensayo se ha propuesto a Tuhiwai Smith, Dussel y Grosfoguel como
autores con un potencial teórico que logra desarmar algunos presupuestos de los estudios
de la migración y reinterpretarlos. Uno de ellos, como se vio en este texto, es la
construcción de la migración como problema social, cuando, en realidad, la problemática
se ha planteado desde la dimensión colonial y racial de los migrantes de los países
periféricos o que fueron excolonias que buscan insertarse en sociedades metropolitanas.
Mi objetivo principal en este ensayo fue mostrar cómo los ejes más básicos para la
experiencia migrante, es decir, el espacio y el tiempo, son repensados en los estudios
migratorios a la vez que se complejizan por la reflexión sobre sus relaciones políticas
y sociales. A lo largo de este artículo se desarrolló la idea de que tanto la geopolítica
como las temporalidades pueden influenciar de manera importante los procesos migratorios
y cómo también estos se ven afectados por la colonialidad de poder, el sistema-mundo
y la zona de ser y la zona de no ser que dan forma al racismo imperante contra los
migrantes de la periferia. Esto se ve reflejado en la conformación de una clasificación
de los sujetos, en la percepción de su subjetividad, su identidad, el acceso a los
mercados laborales, a la exclusión de los mismos, a los derechos de los migrantes
y a la violencia que se pueden suscitar en sus entornos.